Por Jesús Martí Ballester
Bajo la autoridad de Pedro y con el acuerdo de los doce, los Apóstoles se distribuyen la tierra conocida para proclamar el Evangelio de perdón y de salvación, como les había ordenado Jesús. Según la tradición, a España, provincia del Imperio, es enviado Santiago el Mayor, uno de los hijos del Zebedeo, el hermano de Juan. De carácter fuerte y ambicioso, arrebatado, Hijo del Trueno, y predilecto del Señor. Hispania, culturizada por Roma, se había enriquecido con un cruce de colonizaciones y civilizaciones.
Los iberos de Afrecha habían dado a nuestra patria el nombre primigenio de Iberia, como hija del padre Ebro, máximo exponente de la tierra. Del centro y del norte de Europa, llegaron después los celtas, hombres rubios y algo más refinados, en contraste con los africanos, que eran morenos y fuertes. Del mestizaje de los dos pueblos nacerán los celtíberos, que darán el nombre a Celtiberia. Los griegos también colonizan a Iberia, antes de que vengan los romanos e integren la península como Hispania, constituida ya colonia romana. Este cruce de invasiones dio lugar a un enjambre de paganismo y de religiones, necesitadas de evangelio y difíciles para recibirlo.
EN EL RIO ULLA
Cuentan las confusas narraciones de los primeros años de la cristiandad que llegó hasta la desembocadura del río Ulla. A este campo de siembra llega Santiago, y aquí, lejos de Oriente, en el "finis terrae" y confín del "mare tenebrosum", donde acaba la tierra, sembró las primeras semillas de las que brotaron los siete varones apostólicos, todos ungidos obispos de las primeras comunidades cristianas de España, que prepararán la gran gesta y la mayor evangelización de los nuevos pueblos de América, donde después de 1.500 años, España dejará la fe, la lengua, las costumbres y hasta el nombre de algunas ciudades, como Santiago de los Caballeros en la República Dominicana, Santiago en Cuba, en Brasil, en Panamá, en Costa Rica, en Paraguay, en Perú y en Chile.
Pero esto lo ignoraba Santiago. A él le tocaba el tiempo de la siembra y del arado, del sudor y la zozobra, la angustia y el desamparo. Tanto sufría Santiago que María, la madre del Señor, compadecida de la soledad del Apóstol y, seguramente con la recomendación de su hermano Juan, y su “hijo”, vino en carne mortal a Zaragoza, la Cesaraugusta de nombre imperial, situada en la orilla del Ebro, a confortar su espíritu, según mantiene la vieja y arraigada tradición. María fortaleció su corazón solitario, su siembra al parecer estéril, la tortura del Reino que no cuajaba. No hay soledad mayor que la del que habla un lenguaje que no es comprendido, ni él mismo comprende el lenguaje y la vida de aquellos a quienes trae la Vida, porque se expresan en códigos diferentes. A los que seguimos sembrando nos fortalece el pensar y ver que es verdad que el grano sembrado en tierra da mucho fruto, viendo la cosecha de la predicación del Apóstol, que parecía inútil.
VUELTA A JERUSALÉN
Ante su menguada cosecha y escaso número de discípulos, decidió su vuelta a Jerusalén. Cuando regresó a Palestina, en el año 44, fue torturado y decapitado por Herodes Agripa, y se prohibió que fuese enterrado. Sin embargo sus discípulos, trasladaron su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar pero sin tripulación. Según el Codex Calixtinus del siglo XII, y la Leyenda Áurea del siglo XIII, los discípulos del santo transportaron su cuerpo por mar hasta Galicia, y lo depositaron cerca de la ciudad romana Iria Flavia. Otra tradición hace protagonistas a los monjes andaluces que, huyendo de la invasión musulmana, subieron hacia arriba, llevando consigo los huesos de Santiago. Allí enterraron su cuerpo en un compostum o cementerio en el cercano bosque de Liberum Donum, donde levantaron un altar sobre el arca de mármol. Tras las persecuciones y prohibiciones de visitar el lugar, se olvidó la existencia del mismo, hasta que en el año 813 el eremita Pelayo observó resplandores y cánticos en el lugar. Este suceso propició llamar al lugar Campus Stellae, o Campo de la Estrella, de donde derivaría al actual nombre de Compostela. El eremita advirtió al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien después de apartar la maleza descubrió los restos del apóstol identificados por la inscripción en la lápida. Informado el Rey Alfonso II del hallazgo, acudió al lugar y proclamó al apóstol Santiago Patrono del reino, edificando allí un santuario que será la Catedral.
MILAGROS Y APARICIONES
Los milagros y apariciones se repetirían en el lugar, dando lugar a historias y leyendas para infundir valor a los guerreros que luchaban contra los avances del Al-Andalus y a los peregrinos que poco a poco iban trazando el Camino de Santiago. Una de ellas narra como Ramiro I, en la batalla de Clavijo, venció a las tropas de Abderramán II ayudado por un jinete sobre un caballo blanco que luchaba a su lado y que resultó ser el Apóstol. A partir de entonces surgió el mito que lo convirtió en patrón de la reconquista. A partir del siglo XI Santiago ejerció una fuerte atracción sobre el cristianismo europeo y fue centro de peregrinación multitudinaria, al que acudieron reyes, príncipes y santos. Pero el hecho de la evangelización de España por Santiago consta ya en el Breviarium Apostolorum del siglo VII. Su sepulcro, como el de Jesús en Jerusalén, en las Cruzadas, y el de Pedro y Pablo en Roma, en las romerías, se convirtió en lugar de peregrinación, para conseguir la perdonanza atravesando el Pórtico de la Gloria del maestro Mateo. Allí nació Europa, y allí tiene sus raíces.
SEÑALES PREOCUPANTES
Juan Pablo II dejó escrito en su Exhortación “Ecclesia in Europa” a sus Iglesias, afectadas a menudo por un oscurecimiento de la esperanza, que estamos viviendo señales preocupantes: Hay numerosos signos preocupantes que, al principio del tercer milenio, perturban el horizonte del Continente europeo que, «aun teniendo cuantiosos signos de fe y testimonio, y en un clima de convivencia indudablemente más libre y más unida, siente todo el desgaste que la historia, antigua y reciente, ha producido en las fibras más profundas de sus pueblos, engendrando a menudo desilusión ». Quisiera recordar la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia. Por eso no han de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una identidad que excluye su herencia religiosa y, en particular, su arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos que la conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del cristianismo. En el Continente europeo no faltan símbolos prestigiosos de la presencia cristiana, pero éstos, con el lento y progresivo avance del laicismo, corren el riesgo de convertirse en mero vestigio del pasado. Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada.
Y este año de 2010 Benedicto XVI peregrina a Santiago, dando a la celebración del Año Santo compostelano un muy especial brilo al Camino. Sin duda el ofrecerá palabras de gran contenido para todos sus Hijos. Y sigamos en este texto con las palabras inspiradas por el excelso antecesor del Papa Benedicto
Renovando esta invitación a la esperanza, también hoy te repito, Europa, que has comenzado el tercer milenio, «vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces». A lo largo de los siglos has recibido el tesoro de la fe cristiana. Ésta fundamenta tu vida social sobre los principios tomados del Evangelio y su impronta se percibe en el arte, la literatura, el pensamiento y la cultura de tus naciones. Pero esta herencia no pertenece solamente al pasado; es un proyecto para el porvenir que se ha de transmitir a las generaciones futuras, puesto que es el cuño de la vida de las personas y los pueblos que han forjado juntos el Continente europeo. ¡No temas! El Evangelio no está contra ti, sino en tu favor. Lo confirma el hecho de que la inspiración cristiana puede transformar la integración política, cultural y económica en una convivencia en la cual todos los europeos se sientan en su propia casa y formen una familia de naciones, en la que otras regiones del mundo pueden inspirarse con provecho. ¡Ten confianza! En el Evangelio, que es Jesús, encontrarás la esperanza firme y duradera a la que aspiras. Es una esperanza fundada en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Él ha querido que esta victoria sea para tu salvación y tu gozo. ¡Ten seguridad! ¡El Evangelio de la esperanza no defrauda! En las vicisitudes de tu historia de ayer y de hoy, es luz que ilumina y orienta tu camino; es fuerza que te sustenta en las pruebas; es profecía de un mundo nuevo; es indicación de un nuevo comienzo; es invitación a todos, creyentes o no, a trazar caminos siempre nuevos que desemboquen en la «Europa del espíritu », para convertirla en una verdadera « casa común » donde se viva con alegría”.
LOS PEREGRINOS
Venían de Europa los peregrinos, trasvasando fe, cultura y fraternidad. Con las multitudes vinieron también personajes como Carlomando y el Poverello de Asís. Desde Somport a Roncesvalles, llegando hasta Puente la Reina en Navarra, la tierra riojana, y la castellana hasta arribar por fin en Galicia, a Santiago, Campo de estrellas. Decían los alemanes: Grande fue nuestra devoción en Roma ante San Pedro y San Pablo, pero la mayor la sentimos ante el sepulcro de Santiago en Compostela. Y avanzaban cantando sin importarles mezclar el latín con el alemán: “Herru Santiagu, Got Santiagu, Eutreia, Esuseia, Deus aia nos”. “Señor Santiago, Divino Santiago, Adelante, Arriba, Dios nos ayude”.
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