El que coma de este pan vivirá para siempre
1.- Oración introductoria.
Señor, dame hoy especialmente tu gracia para poder comprender un poquito este misterio de amor que es la Eucaristía. Y digo misterio porque lo que menos podíamos imaginar nosotros los humanos es que Tú pudieras tener esta idea tan grande, tan generosa, tan enorme de poder estar siempre con nosotros a pesar de tu ida al Padre. Es un misterio de amor. Y el misterio se acepta y no se discute. ¡Gracias, Señor!
2.- Lectura reposada del texto Juan 6, 52-59
Discutían entre sí los judíos y decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre. Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.
Meditación-reflexión
Ante una promesa tan fantástica de Jesús al inventar el modo de permanecer siempre con nosotros, los judíos se ponen a discutir. ¿Cómo puede ser esto? San Agustín les diría: “Dame un corazón que ame y entenderán lo que digo”. Lo lógico, lo razonable, es objeto de la razón, pero el amor no tiene lógica. Por eso dirá Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no comprende”. Si Dios se hubiera guiado por la lógica de la razón no tendríamos ni Encarnación, ni Redención, ni Eucaristía. Afortunadamente para nosotros Dios se ha guiado siempre por la lógica del amor. Y una de las características del amor es que “el amor no se va, el amor se queda”. Se fue al cielo y se quedó con nosotros a través de la Eucaristía. Y se quedó de la manera que mejor pudiera demostrarnos todo lo que nos quería. Porque existe el amor de padres, de hermanos, de amigos, de esposos. Pero con ninguno de estos amores se puede llegar a una intimidad tan grande como con el alimento. Al recibir a Cristo en la Eucaristía, ese alimento no lo hacemos sustancia nuestra, pero sí nosotros nos unimos sustancialmente con Dios. Cada uno de nosotros puede decir con San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2,20).
Palabra del Papa
“Esta fe nuestra en la presencia real de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, en el pan y en el vino consagrados, es auténtica si nos comprometemos a caminar detrás de Él y con Él…. Caminar con Él y detrás de Él, tratando de poner en práctica su mandamiento, el que dio a los discípulos precisamente en la última Cena: “Como yo os he amado, amaos también unos a otros”. El pueblo que adora a Dios en la Eucaristía es el pueblo que camina en la caridad. Adorar a Dios en la Eucaristía y caminar con Dios en la caridad fraterna”. (Homilía de S.S. Francisco, 14 de junio de 2014).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)
5.-Propósito: Hoy, en el trato normal con mis hermanos, voy a tener presente: “Es Cristo quien vive en mí”. Y voy a obrar en consecuencia.
6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración
Después de haber meditado en la enormidad de tu amor, sólo me queda una palabra: “Gracias”. Y la quiero decir no sólo con el alma sino también con el corazón; y no sólo con el corazón sino “con todo el corazón” de modo que no haya ni una partícula en mi ser que no vibre ante Ti, en adoración, en alabanza y en acción de gracias.
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