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“El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí”.
1.- Oración introductoria.
Señor, yo te quiero agradecer, en este rato de oración, la luz que arroja este evangelio sobre mí. No quieres falsas paces, sino la “verdadera paz”. No quieres falsos amores, sino el “verdadero amor”. No quieres falsas felicidades, sino la “verdadera felicidad”. No quieres que haga muchas cosas y yo descuide mi persona. Tú deseas que “me haga a mí mismo”, es decir, me cambie, me transforme, me realice. Dame tu gracia porque “sin Ti no puedo hacer nada”.
2.- Lectura sosegada del evangelio: Mateo 10, 34. 11,1
«No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión.
Para entender este evangelio hay que mantener, por encima de todo, que Dios sólo quiere nuestro bien, nuestra felicidad. Y Jesús sabe que la verdadera felicidad sólo viene del verdadero amor. Nadie puede ser feliz sin amar y ser amado. Pero también sabe Jesús que, en el amor humano, se puede meter el gusano del egoísmo que mata el verdadero amor. Al encarnarse Dios en la persona de Jesús, nos ha traído no un amor cualquiera sino el amor auténtico, el verdadero amor. Este amor-divino se ha encarnado en el amor humano y lo ha hecho uno. Por eso ha elevado el amor humano y lo ha despojado de todo egoísmo. Cuando sólo nos amamos con un amor humano, poco nos amamos. Cuando nos amamos con ese amor divino traído por Jesús, nuestro amor llega a plenitud. Entonces estamos capacitados para ser felices, plenamente felices. A todos interesa este amor. Si los esposos se amaran con este amor…Si los hijos, si los amigos, si los padres…se amaran con este amor, todos seríamos felices. Por eso dice Jesús que no es lo mismo dar un vaso de agua que dar un vaso de “agua fresca”. A nadie se le ocurre invitar a tomar “cerveza caliente”. Provoca nauseas. Y eso le pasa a Dios cuando le damos un amor pequeño, limitado, egoísta. Nuestro pequeño y limitado amor humano (Ap. 3, 16).
Palabra del Papa.
“Mantenemos la mirada fija en Jesús… Es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él […] Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es “signo de contradicción” (Homilía de S.S. Francisco, 18 de agosto de 2013).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio).
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, ¡qué hermosa es tu doctrina! Ni quieres falsos amores ni falsas paces, ni falsas felicidades. Quieres que seamos “bienaventurados” pero no como a nosotros nos gustaría ser, sino como te gusta a Ti. Tú hablabas de la felicidad que llevabas dentro, del amor infinito que estaba retenido en tu corazón. Dame hoy a mí un poquito de esa experiencia maravillosa que Tú viviste en este mundo, siempre en contacto con tu Padre-Dios.
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