Jesús de Nazaret nos muestra el modo de orar: hay que entregar a Dios nuestra alma y todos nuestros sentimientos desde la humildad, desde el más sincero arrepentimiento. Hemos de rezar para el Señor, no para los otros, para que ellos admiren nuestra “gran” piedad o nuestra condición de buenísimos cristianos. Es el publicano quien con el corazón roto por el peso de sus culpas pide humildemente perdón a Dios. El fariseo, por el contrario, pretende que Dios le admire y que, incluso, le dé algunas palmaditas en la espalda por lo bueno que es… No nos equivoquemos, llevemos nuestra petición de perdón hasta los pies del Señor, sabiéndonos frágiles y pecadores.
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