DIA DE TODOS LOS DIFUNTOS
Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
1.- Introducción.
Señor, ayer celebramos el día de todos los santos y hoy la liturgia nos invita a celebrar la Misa por nuestros difuntos. Y hay una relación entre un día y otro. De hecho, los cristianos llamamos al lugar de los muertos “campo santo”, es decir, un campo sembrado de santos. Haz, Señor, que yo rece hoy por mis difuntos y eleve mi mirada por encima de las tumbas, como hizo Jesús sobre la tumba de Lázaro. No es cuestión de mirar el cadáver sino mirar al cielo donde está nuestro Padre Dios donde Él nos espera para darnos el abrazo definitivo.
2.- Lectura reposada del evangelio: Juan 14:1-4
“No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
3.-Qué dice el texto.
Meditación-reflexión sobre una visita provechosa al cementerio.
¿Qué he visto en el cementerio? Lágrimas, flores y gente rezando.
- Lágrimas. He visto llorar a las personas, especialmente a las que acaban de perder algún ser querido. Son lágrimas de impotencia. Mientras hay vida hay esperanza, y hemos luchado hasta el final. Pero hay un momento en que los médicos tiran la toalla y dicen: hasta aquí hemos llegado. La muerte nos aboca a todos a pensar en nuestra limitación, nuestra fragilidad, nuestra impotencia. Aquí debería quedar abatido nuestro orgullo, nuestra soberbia. ¡No somos nada! Y, sin embargo, esa nada que yo soy, es amada por Dios. La última palabra no la tiene la muerte sino el amor. “Cuando yo le digo a una persona: te amo, es como si le dijera: tú no morirás” (G. Marcel). No moriremos porque el Padre Dios que ha preparado una casa grande para todos, no puede quedar defraudado.
- He visto flores, muchas flores. En el cementerio podemos tener tres miradas distintas:
- Mirada hacia abajo. Ahí están los restos de nuestros seres queridos. Ya todo se ha convertido en cadáver, corrupción, hediondez. Levantemos pronto la vista porque nos hace daño. Pero seamos realistas: lo que nosotros somos, ellos lo fueron; lo que ellos son, nosotros lo seremos. Aprendamos de la muerte la gran lección de la vida.
- Mirada a la superficie: flores, muchas flores. Son símbolo del amor. Es como decir a nuestros seres queridos: No os hemos olvidado. Estáis vivos en nuestra memoria y en nuestro corazón. Queremos cubrir vuestros huesos fríos con el manto de nuestro cariño.
- Mirada hacia arriba. En la cima de nuestras sepulturas siempre hay un crucifijo que nos da esperanza. De hecho, cada uno se retira a la sepultura de sus familiares, guarda silencio y reza. Nuestra fe nos dice que entre nosotros y nuestros difuntos no hay un muro que nos separa sino un puente de fe y de amor que nos une. Cuando San Ignacio mártir iba a Roma camino del martirio para ser devorado por las fieras, decía: “Bello es que el sol de mi vida se apague, para que en Él yo amanezca”. Cuando el sol se pone por el Occidente, da la impresión que desaparece; pero no es así: va a iluminar otros mundos. Un día yo también me pondré, como el sol, pero me pondré con el Sol-Jesús que me acompañará para brillar en un Mundo Nuevo.
Es importante llevar a la Eucaristía a nuestros seres queridos. “Si comulgamos nos encontramos todos tan fuertemente unidos que ya solo somos el único cuerpo de Cristo. Su sed de Dios es la nuestra. Nuestro anhelo de ver al Señor es el suyo. Compartimos esperanza. Soñamos con experimentar la misma ternura, la misma dulzura, el mismo gozo, la misma plenitud” (Fr. Agrelo).
Palabra del Papa.
“En el pueblo de Dios, con la gracia de su compasión donada en Jesús, tantas familias demuestran, con los hechos, que la muerte no tiene la última palabra y esto es un verdadero acto de fe. Todas las veces que la familia en el luto – incluso terrible – encuentra la fuerza para custodiar la fe y el amor que nos unen a aquellos que amamos, impide a la muerte, ya ahora, que se tome todo. La oscuridad de la muerte debe ser afrontada con un trabajo de amor más intenso. «¡Dios mío, aclara mis tinieblas!”, es la invocación de la liturgia de la tarde. En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de aquellos que el Padre le ha confiado, nosotros podemos sacar a la muerte su “aguijón”, como decía el apóstol Pablo (1Cor 15,55); podemos impedirle envenenarnos la vida, de hacer vanos nuestros afectos, de hacernos caer en el vacío más oscuro”. Papa Francisco (17-06-2015)
PREGUNTAS
1.- Yo sé que voy a morir, pero ¿Ya me lo creo? ¿En qué se nota?
2.- Creo que Jesús ha resucitado, pero ¿de verdad creo que voy a resucitar yo?
3.- ¿Estoy convencido de que, para un cristiano, cualquier tiempo pasado fue peor? ¿Sé que lo mejor está por venir?
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