“Dame cuenta de tu administración”
1.- Introducción
Señor, mi gran pecado es la rutina, la pereza, el poco entusiasmo que pongo en tus cosas, mi falta de creatividad, mi tendencia a lo fácil, a lo que siempre se ha hecho, aunque ahora ya no sirva para nada. Dame espíritu de lucha, de esfuerzo, de ingenio, de inquietud. Haz que no entierre el talento que me has dado. Haz que deje ya de ser masa y me convierta en levadura.
2.- Lectura reposada del Evangelio Lucas 16, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: «¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando.» Se dijo a sí mismo el administrador: «¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas.» Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?» Respondió: «Cien medidas de aceite.» Él le dijo: «Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta.» Después dijo a otro: «Tú, ¿cuánto debes?» Contestó: «Cien cargas de trigo.» Dícele: «Toma tu recibo y escribe ochenta.» El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
Es importante saber que Jesús, en las parábolas, quiere resaltar “un punto esencial”, apunta a una sola dirección y no podemos pensar en que cada palabra o frase de la parábola tiene un significado. A eso se llama “alegoría” Y muchas veces, por entender las parábolas en sentido alegórico, las hemos estropeado. Ahora bien, ¿qué es lo esencial de esta parábola? Lo que Jesús alaba es la “sagacidad”. Y esto lo explica diciendo que “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. Es una advertencia que nos viene muy bien en la situación en que está viviendo la Iglesia en España. Cada día constatamos que viene menos gente a la Iglesia; que los padres en casa ya no son trasmisores de la fe; que la Iglesia Institución cada día cuenta menos gente; que los jóvenes “pasan de lo religioso”, que los curas y monjas van desapareciendo sin dejar relevo etc. Y seguimos haciendo lo mismo. No nos paramos, reflexionamos, inventamos nuevos métodos, le damos al coco, incentivamos la creatividad… Y todos somos conscientes de que tenemos la mejor mercancía, pero no sabemos venderla. A esto va la parábola: a sacudir nuestra pasividad; a espolear nuestro ingenio; a sacudir nuestra pereza; a buscar nuevos caminos.
Palabra del Papa
“Este administrador es un ejemplo de mundanidad. Alguno de ustedes podría decir: ¡pero, este hombre ha hecho lo que hacen todos! Pero todos, ¡no! Algunas administraciones de empresas, administradores públicos, algunos administradores de gobierno… Quizá no son muchos. Pero es un poco esa actitud del camino más corto, más cómodo para ganarse la vida. En la parábola del Evangelio el patrón alaba al administrador deshonesto por su ‘astucia’. La costumbre del soborno es una costumbre mundana y fuertemente pecadora. Es una costumbre que no viene de Dios: ¡Dios nos ha pedido llevar el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrador, lo llevaba, pero ¿cómo? ¡Daba de comer a sus hijos pan sucio! Y sus hijos, quizá educados en colegios caros, quizá crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su padre suciedad como comida, porque su padre, llevando pan sucio a casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave! Porque se comienza quizá con un pequeño soborno, ¡pero es como la droga eh! La costumbre del soborno se convierte en dependencia. (Cf. S.S. Francisco, 8 de noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).
4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra de Dios ya reflexionada. (Guardo silencio)
5.-Propósito. Hoy me las ingeniaré para aprovechar a tope este día.
6.-Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, te agradezco que me eches un rapapolvo, que me des un estirón de orejas por mi pereza, mi pasividad, mi indolencia, mis pocas ganas de complicarme la vida, mi poco compromiso por llevar el evangelio a los demás. Dame fuerza para no seguir sentado, para no quedarme en casa, para salir a caminar por rutas nuevas, aunque tropiece. Sí, necesito “sagacidad”.
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