jueves, 9 de abril de 2020

EL MANANTIAL DE LA VIDA . VIERNES SANTO (10 DE ABRIL)

        
EN ESTE VIERNES SANTO ACOMPAÑAMOS A MARÍA EN SU SOLEDAD

Desentrañamos toda la riqueza que encierra esta palabra.


Silencio

Oscuridad

Limitación

Enigma

Destino

Amargura

Dios



1.- Nos acercamos a la virgen con la letra “S” de silencio.
Hay momentos en nuestra vida en los que sobran todas las palabras. Solamente el silencio es capaz de expresar todo lo que llevamos dentro. María ha perdido a su hijo, el hijo único, el hijo de sus entrañas. No ha vivido sino para él y, cuando Él desaparece, su vida se paraliza, se extingue, pierde ya todo su sentido. Ninguna palabra humana ya le puede consolar. Solamente quiere escuchar en el silencio de su corazón las propias palabras de su Hijo. Y la última palabra que ha escuchado de su hijo antes de morir ha sido ésta: “Hijo, ahí tienes a tu madre”.
También nosotros esta tarde escuchamos de los mismos labios de Jesús que tú eres nuestra madre. Por eso, sin palabras, pero con todo el cariño de nuestro corazón te decimos que nos sentimos muy felices de que seas nuestra madre. Desde ahora ya no estaremos solos en la vida. Ya no nos quedaremos nunca huérfanos. Siempre encontraremos en ti ayuda, apoyo, descanso. Ya no sentiremos más frío y nuestra casa siempre estará caliente. 

2.- Nos acercamos a María con la O de oscuridad.

Mirando bien el evangelio, tu vida, María, estuvo envuelta en una densa oscuridad. El ángel te propuso creer en algo tremendamente difícil: que ibas a ser madre sin intervención de varón. Y tú te fiaste de Dios y le creíste al ángel. Tú te llenaste de oscuridad cuando tu hijo, de doce años, se perdió en el Templo. A tus palabras tan sencillas, tan normales de madre: “Hijo, ¿por qué has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo angustiados te buscábamos”. Y su respuesta te desconcertó todavía más. ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debía estar en las cosas de mi Padre? Tú, María, no entendiste nunca esa frase, pero aceptaste el cargar con el misterio de tu Hijo aunque no lo entendías. Y todavía entendías menos cuando los hechos desmentían las palabras del ángel. Éste te había dicho: Será grande, será llamado el Hijo del Altísimo, heredará el trono de David… ¡Qué promesas tan fabulosas! Y, sin embargo, lo que tú estás viendo en el Calvario es que ese hijo muere crucificado entre dos bandidos. Y, sin embargo tú, seguías creyendo. La única que creía en esa noche. La única lámpara de la fe que quedaba encendida en este mundo. Gracias, María, por tu fe. Enséñanos a fiarnos de Dios aunque no lo entendamos. Y en estas horas tan tristes y oscuras para toda la humanidad, intercede por nosotros. Tú sabes de silencios, de oscuridades, de noches oscuras, Tú, Madre de todos los hombres, nos entiendes mejor que nadie.

3.- Nos acercamos a María con la letra L de limitación.

Tú, la madre de Dios, Tú la Reina del Cielo, Tú la mujer vestida de sol y coronada de estrellas, tu has sentido, has vivido, has palpado la limitación. Qué limitada te viste en Belén, cuando no tenías ni una casita para dar a luz. Qué limitada cuando tuviste que huir a Egipto y habitar como emigrante en un país extraño. Qué limitada cuando murió San José y Jesús estaba predicando… Dinos, María, ¿cómo te ganabas el pan de cada día? ¿Cosías, tejías, hacías las faenas de alguna familia más adinerada? Qué limitada cuando oías que estaban juzgando injustamente a tu hijo y tú no tenías ninguna influencia. Qué limitada cuando tu Hijo agonizante se moría de sed y tú no le podías acercar ni un vaso de agua.
¡Oh Virgen y Madre nuestra! En estos momentos que estamos atravesando, nunca la humanidad entera se ha sentido tan pobre, tan limitada, tan vulnerable. Tú nos puedes entender mejor que nadie. Danos fe y esperanza. Di a tu Hijo como en las bodas de Caná: ¡No tienen vino! No tienen alegría. Se acaba la fiesta. Haz que tu hijo adelante la hora de nuestras angustia y cambie el agua de nuestras miserias en vino de esperanza de alegría y de fiesta.

4.- Nos acercamos a María con la letra E de enigma.
Desde el momento en que Dios te escogió para ser su madre, toda tu vida estuvo envuelta en el Misterio. Cuando, al anuncio del ángel, tú dijiste que sí, ya sabías a qué te comprometías. Siempre que una persona dice sí a otra persona, siempre se arriesga. Detrás da cada persona siempre hay un misterio. ¿Cómo te atreviste a decir sí al Misterio de Dios? Cargaste toda la vida con ese misterio sin que jamás tuvieras la intención de abrirlo, de describirlo, de conocerlo. El misterio es lo que está más allá de todo lo nuestro. El misterio nos desborda, nos trasciende y nos rebasa. Hay que dejárselo a Dios.
A Dios sólo lo entiende Dios y nada más. Hay en la vida muchas cosas que no entendemos. ¿Por qué el dolor, el sufrimiento y la muerte? ¿Cómo podemos entender que un virus imperceptible paralice la vida de todos los pueblos y naciones?  María, madre nuestra, ayúdanos a asumir la vida como es, con sus luces y sombras; con sus gozos y sus penas; con su claridad y su misterio. Pero dinos que, al final, sólo queda el amor, el amor inmenso de Dios que nos tiene al morir en una Cruz. Que esa gran cruz quede iluminada con la luz de Cristo el Viviente, en vencedor de la muerte, el Resucitado.

5.- Nos acercamos a María con la letra D de destino.

Tu destino fue el de tu hijo. Y el destino tú ya lo sabías desde que el anciano Simeón te dijo: “Una espada de dolor atravesará tu alma”. El dolor del alma es el que más duele. Lo estamos sintiendo en estos días. Es duro morir, pero es más duro morir en soledad, sin poder dar un beso, un abrazo, un cariño a las personas que tanto amamos.  Tú ya sabías que tu hijo iba a acabar mal. Cuando una mujer se casa con un hombre que está en la guerra ya sabe a qué se arriesga. Y tú aceptaste ser madre de un hijo que iba a morir de muerte violenta. Tú te adaptaste a tu hijo en todo. Su vida era tu vida; sus sueños eran tus sueños; sus alegrías eran tus alegrías; y su destino era también el tuyo. El destino, la vocación, lo que uno tiene que hacer en la vida vale más que la vida misma. Aquello que un día hiciste con Jesús, hazlo también ahora con tantos hijos tuyos que mueren en la más terrible soledad. Acepta, como buena madre, este destino nuestro para que, después de este destierro, nos muestres a Jesús, el fruto bendito de tu vientre. Mientras pasa esta hora terrible, necesitamos “vivir con esperanza”. Tú que eres nuestra madre, nos la puedes dar.

6.- Nos acercamos a María con la letra A de amargura.

El sufrimiento está en razón directa con el amor. El que más ama es el que más sufre. Nadie ha amado tanto como María a su hijo Jesús. Por eso ninguna madre ha sufrido tanto como esta madre. María ha quedado inundada en un mar de amargura. El mar es inmenso y es amargo, tiene las aguas saladas. Siempre es doloroso el sufrimiento de una madre al ver morir a su hijo. Pero en este caso se dan circunstancias especiales: es hijo único, de madre viuda. Muere a los 33 años, en plena madurez y no muere ni de accidente ni de enfermedad. Muere por envidia, por decir la verdad, por intentar construir un mundo más justo, más humano. La madre no hace más que preguntarse: Pero este hijo mío ¿qué mal ha hecho?
A ninguna madre se le deja estar presente cuando su hijo es ajusticiado. Pero a esta madre le toca estar ahí con el Hijo y recibir en su corazón maternal los golpes que los verdugos daban en el cuerpo de Jesús. Con ese dolor nos dio a luz a todos nosotros en el Calvario. No hay vida sin derramamiento de sangre. Y el corazón de la virgen se desangraba en la Cruz mientras nos engendraba a todos nosotros. Ese dolor, esa angustia, esa amargura se hace presente en nuestros días. Madre, no nos dejes solos. Te necesitamos. ¡Ayúdanos en esta hora terrible!

7.- Finalmente nos acercamos a María con la letra D de Dios

María no ha tenido ningún pecado, ninguna culpa. María ha sido de Dios, sólo de Dios, siempre de Dios. María rezuma a Dios por todos los poros de su ser. Dios ha sido el centro de su ocupación y de su preocupación. Dios era el pan que le alimentaba, el agua que quitaba su sed, el vino que alegraba su vida, el aire que respiraba, el suelo que la sostenía y el cielo que la cobijaba. Se dice que María vivió en Belén, en Nazaret, y los últimos días en Jerusalén. En realidad María vivió siempre en el mismo corazón de Dios. Allí tenía su casa y su hogar; su nido y su cielo. María ha sido la única criatura que ha podido rezar el Semá con toda verdad. Ella ha amado a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todo su ser. María ha podido decir en verdad que ha vivido para hacer siempre la voluntad de Dios. Y, como su Hijo, ha podido decir: “Yo hago siempre lo que al Padre le agrada”. Ella es la llena de gracia, la llena de Dios.
Te pedimos Madre, que en estos momentos de dolor y oscuridad, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, “desde la total vulnerabilidad” sepan abrir un nuevo camino hacia Dios. Este hombre moderno, que puede poner el pie en la luna y descubrir millones de estrellas desconocidas, sucumbe ante un virus tan pequeño que es invisible y, por eso, más peligroso.
Que este hombre de hoy, capaz de hacer miles de trasplantes de corazón, aprenda a trasplantar amor, cariño, ternura.
Que este hombre de hoy “auténtico gigante” en el tema de las comunicaciones, aprenda a comunicarse con Aquel con quien más necesita comunicarse: DIOS.  El Creador del mundo y SEÑOR de la historia.
Que este hombre de hoy que ha llenado el mundo de ofertas de diversión y de placer, que no le satisfacen, que no lo realizan como persona, aprenda a descubrir el amor a la vida sencilla y ordinaria; a gozar de una salida y una puesta de sol; del caminar por la montaña, del canto de los pájaros; de la sonrisa de los niños; del amor de los enamorados; de la ternura de unos padres; del calor de una familia.
Que este hombre de hoy, asustado de los efectos devastadores de un virus malévolo, aprenda a crear un antivirus de solidaridad, de cercanía, de fraternidad, de ayuda, de encuentro, de gratuidad, de dulzura y de ternura. Llegará la Pascua, llegará la primavera, llegará la alegría de la vida. “Algo nuevo está brotando” ¿No lo notáis? (Is. 43,19).

MARÍA ES EL AMANECER DE ESE NUEVO DÍA
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