¡Ten compasión de mí, que soy pecador!
1.- Oración preparatoria.
Señor, te lo confieso, al leer la oración del fariseo me he indignado por dentro porque me parece la oración más estúpida de toda la Biblia. “Gracias porque yo no soy como los demás”. ¿Habrá cosa más bonita que ser como los demás? Pasar por la vida sin complejos de superioridad “nadie es más que nadie”, ni tampoco de “inferioridad”, nadie es menos que nadie. Eso era lo que Tú, Señor, querías: un mundo de iguales, un mundo de hermanos.
2- Lectura sosegada del evangelio: Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: «¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.» En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!» Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
Hay dos maneras de ir a Dios: por las buenas o por las malas. Ir a Dios por las malas, es ir como el fariseo en plan de “exigencia”. Son aquellos que quieren comprar a Dios “por sus méritos”. Se creen “justos” y, por eso, no necesitan que Dios los justifique. Para ellos Jesús es un lujo, no hacía falta que hubiera venido a este mundo. Ellos, con sus obras, eran “merecedores del cielo”. Lo peor de éstos no es que ellos se consideren “buenos” sino que “desprecian a los que no son como ellos”. “No soy como ese publicano”. Pero también se puede ir a Dios por las buenas, como el “publicano” de la parábola. No fue en plan de “exigencia” sino “de indigencia”. Él se sentía pobre, pequeño, pecador. No se atrevía ni a levantar los ojos al cielo. Si el fariseo se presentaba ante Dios “con los puños cerrados” exigiéndole todo lo que le debía, el publicano se situaba ante Dios “con las manos abiertas” dispuesto a recibir de Dios su perdón. ¿Y qué nos dice el evangelio? Que el publicano salió del templo “justificado”, es decir, “justo, santo”. Él no se lo merecía, pero no se trataba de méritos, sino de gracia. Dios lo había hecho todo “gratuitamente”. Y ¿qué pasó con el fariseo? Que salió del templo con todos los pecados que tenía más uno más: el de soberbia. “Acércate quedándote atrás, Iglesia pecadora, y, sin levantar los ojos, déjate alcanzar por la mirada de Dios, escucha su voz, abre tu oído a la palabra del Señor, comulga la compasión que pides, recibe la justicia que recitas, vuelve resucitada a tu casa, vuelve con Cristo en el corazón” (Fr. Agrelo)
Palabra del Papa “La incapacidad de reconocerse pecadores nos aleja de la verdadera confesión de Jesucristo. Es fácil decir que Jesús es el Señor, difícil en cambio reconocerse pecadores. Es la diferencia entre la humildad del publicano que se reconoce pecador y la soberbia del fariseo que habla bien de sí mismo: Esta capacidad de decir que somos pecadores nos abre al estupor que nos lleva a encontrar verdaderamente a Jesucristo. También en nuestras parroquias, en la sociedad, entre las personas consagradas: ¿Cuántas son las personas capaces de decir que Jesús es el Señor?, muchas. Pero es difícil decir: Soy un pecador, soy una pecadora. Es más fácil decirlo de los otros, cuando se dicen los chismes… Todos somos doctores en esto, ¿verdad?” (Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2015, en Santa Marta).
4.- ¿Qué me dice hoy a mí esta palabra que acabo de meditar. (Silencio)
5.- Propósito. Pasaré todo el día “disfrutando” con la gente. Ni son más ni menos que yo. Son mis hermanos.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Yo, Señor, te quiero dar gracias por tus parábolas. Son verdaderas perlas. Nada se ha producido en la literatura universal que se les parezca. De una manera sencilla, popular, con ejemplos de todos conocidos, nos hablas tan bonitamente de Dios. Con la parábola de hoy, desenmascaras la falsedad de los fariseos y pones al descubierto el interés de Dios por los pequeños, los humildes, los despreciados de los demás. Cuidando a los pequeños, ¡Qué grande te manifiestas!
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