Una lectura de las numerosas intervenciones y los escritos del Papa Francisco nos permiten caer en la cuenta de la frecuencia con la que utiliza el término acompañar y todos sus derivados. Para el Papa Francisco, como para quien escribe estas líneas, gran parte de la tarea pastoral se reduce precisamente a esto, a acompañar. Acompañar a personas concretas en situaciones muy diferentes, y acompañar a comunidades humanas y cristianas en su caminar y en sus procesos de cambio y crecimiento. Y todo esto a imagen de la acción de Dios sobre la humanidad. Porque Él escucha los lamentos de su pueblo, lo libera y lo acompaña en los largos años del desierto. Él acompaña sus avatares en la tierra prometida. Lo acompaña en el exilio y a la vuelta del exilio. Y Él nos regala la presencia de su Hijo que comparte y acompaña la vida de los primeros discípulos y, a partir de su resurrección, está presente y acompaña la vida de la iglesia naciente, y hasta el día de hoy. Por eso no parece exagerado decir que, una forma de definir la acción pastoral que lleva a cabo la Iglesia y cada uno de los cristianos en concreto, puede ser comprendida y expresada a partir de la categoría acompañamiento.
La forma de relacionarse de Jesús
Este no es únicamente un término que se ha puesto de moda en los últimos años, sino que con él queremos expresar una forma de actuación que recoge la desarrollada por Jesucristo, tal como aparece en los Evangelios. Con ella queremos expresar una actitud de escucha y de cercanía a todo hombre y a toda mujer que esté en la situación en la que esté, y sea cual sea su situación vital, como recogen los numeroso ejemplos de las relaciones que Jesús lleva a cabo a lo largo de su vida pública, o se refleja en las parábolas que él cuenta. Por eso podemos hablar, sin forzar en absoluto el lenguaje, de acompañamiento propiamente pastoral a aquellos que se encuentran en situaciones de exclusión, de marginación o de pobreza extrema, cuando intentamos aliviar sus cargas, compartir su dolor, o luchar con ellos para que cambien sus condiciones sociales. Pero, también, se refiere a aquellos que se encuentran en situaciones vitales de enfermedad, soledad o abandono. Podemos hablar de acompañamiento a los que están en búsqueda, en crecimiento y, también, a aquellos que ya han encontrado y quieren profundizar en la experiencia de lo que da sentido a su vida. Podemos, por tanto, hablar de acompañamiento en y para la búsqueda del sentido de la vida, en la búsqueda de Dios, en los procesos de encuentro y de conversión, así como para el crecimiento de la vida cristiana, del compromiso, de la oración, y de la experiencia de Dios hasta sus grados más altos. El término acompañamiento no es uno con el que queramos señalar una acción específica de la Iglesia, sino, más bien, un término, una forma de actuar, una manera de estar presente, una actitud que se debe dar en todas las circunstancias de la vida.
Más que una técnica
¿Qué es, pues, acompañar? ¿En qué consiste esta tarea, y cómo y desde dónde se realiza? Podríamos decir que el acompañamiento pastoral es una relación intersubjetiva. Una relación entre dos personas que se encuentran en el camino de la vida, que se reconocen como tales, con sus diferencias, pero con toda su dignidad; y que, en ese camino, intercambian sus experiencias más profundas, más vitales, y se enriquecen con ese intercambio. Dos personas que se complementan y se ayudan en ese intercambio mutuo, porque en él se da el milagro del tener la ocasión de poder sanar las propias heridas del camino, las heridas de la vida, gracias a la escucha, el diálogo, y el clima de fraternidad que el proceso suscita. En esta relación se intercambian favores. Se apoyan mutuamente. Y experimentan que el camino emprendido nos lleva a tomar conciencia de que formamos parte con los otros de una sociedad y de un pueblo del que no podemos prescindir. Y, finalmente, es en esta relación, cuando alcanza hondura suficiente, desde donde emerge la experiencia de lo último, y desde donde nos es permitido encontrar en lo más profundo de esa experiencia la presencia del Dios inefable, pero, al mismo tiempo, cercano y misericordioso al que podemos llamar ¡Padre!, al que podemos reconocer, vivo y resucitado, como amigo y compañero de camino, al que sentimos en nuestro interior como una llama de amor viva. ¿No ardía nuestro corazón…?
El acompañamiento pastoral, pues, no es una técnica, aunque se sirva de las aportaciones de los conocimientos actuales sobre el papel de la escucha y de la palabra en los procesos de sanación y de crecimiento personal, sino una forma de ser, una actitud que debe impregnar todas nuestras relaciones interpersonales, que las reviste de amigabilidad y servicio, y que las aleja de la indiferencia hacia el otro, así como del posible ejercicio de poder sobre él, aunque este pudiera estar revestido de buena voluntad.
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