«Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa».
1.- Oración introductoria.
Señor, Zaqueo era un pecador y él lo sabía; pero no estaba a gusto con su pecado; le pesaba demasiado, no era feliz y buscaba encontrarse con Jesús para poder abrir su vida a un nuevo horizonte. Señor, yo también tengo pecados, pero tal vez el mayor de todos sea el que no tengo ganas de cambiar, no tengo aspiraciones de ser mejor, incluso me encuentro cómodo viviendo como vivo y no siento deseos de encontrarme vivencialmente contigo. Haz, Señor, que cambie, pero no mañana sino hoy,
2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 19, 1-10
“Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión.
Observemos la postura de Jesús y la reacción de Zaqueo.
- Jesús le mira. Antes de que Zaqueo mirara a Jesús, Zaqueo se sintió mirado…Y, como dice San Juan de la Cruz, el mirar de Dios es amar. Se sintió amado por Jesús antes de que Zaqueo lo viera. Jesús siempre nos sorprende y nos lleva la delantera.
- Jesús le llamó por su nombre: Zaqueo baja. Qué impresión le debió de dar. Hacía mucho tiempo que nadie le llamaba por su nombre. Le decían de todo: ladrón, corrupto, sinvergüenza, malvado… Para Jesús ese hombre tiene un nombre: Zaqueo. Y, al llamarlo por su nombre, le restituye su dignidad.
- Se invitó a comer en su casa. “Hoy debo hospedarme en tu casa”. El invitar a uno a casa era signo de amistad, pero el invitarse a comer, sólo se hacía cuando había una enorme amistad. Zaqueo bajó loco de alegría… Notemos que Jesús no le ha dicho nada de su situación: no le ha echado en cara su pecado, no le ha exigido como condición devolver el dinero robado. Simplemente se ha dedicado a amarle y darle toda su confianza… Lo demás vendrá solo.
¿Cómo reacciona Zaqueo?
- Se pone en pie. Hacía mucho tiempo que iba encorvado, con la cabeza baja, se sentía una piltrafa de hombre. Se levanta el hombre con sus derechos, su dignidad, sus posibilidades de ser persona…
- La mitad de lo que tengo lo doy a los pobres. Y doy cuatro veces más de lo que he defraudado. Se ha dicho que, cuando Dios entra por la puerta, los dineros salen por la ventana.
- Se sintió feliz. Lo contrario del joven rico. Con Jesús había descubierto que la riqueza no da la felicidad. La felicidad no está fuera de nosotros sino dentro del corazón. No hay mayor riqueza que un corazón lleno de Dios.
Palabra del Papa
“Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Los invito, que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando estén tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida. Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida”. (Homilía de S.S. Francisco, 21 de septiembre de 2015).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)
5.-Propósito: Hoy puede ser un buen día para mí si no dejo mi conversión para mañana.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, sabemos que Zaqueo era rico, muy rico, pero le costó muy poco desprenderse del dinero cuando se encontró contigo. Con el dinero podía comprar muchas cosas: casas, campos, joyas, pero no podía comprar la paz, la alegría y la felicidad que encontró contigo. De aquí en adelante, el dinero sólo le serviría para ayudar a otros a encontrase contigo. Señor, cuando tanto me cuesta dejar el dinero, mis propiedades, mi confort, mi vida cómoda, es señal de que no me he convertido del todo, no he puesto mi felicidad en ti. ¡Ayúdame a cambiar!
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