1. Nuestras lesiones, afecciones, disfunciones en la corporeidad producen una reacción molesta, que llamamos dolor (biología).
2. El dolor se ubica en un órgano concreto, pero es una percepción neurológica. Se le reconoce intensidad y duración. Tiene voz de alerta. Se lo afronta con un tratamiento para llegar a la curación.
3. Cuando el dolor penetra en las otras dimensiones, se convierte en sufrimiento.
4. El sufrimiento es una reacción no querida, negativa, molesta, fruto de una herida interna, ante una amenaza, que descontrola al sufriente. Se vive desde el cerebro. Se localiza en alguna de las dimensiones de la persona. Se lo reconoce, por tanto, por sus síntomas específicos, por ejemplo, la culpa.
5. La reacción del sufrimiento es propia de cada persona, ante la causa que la disparó. Sufrimos según somos, nos vinculamos, nos proyectamos. El sufrimiento es la persona misma herida.
6. El sufrimiento reviste intensidad, duración, se expande a todas las dimensiones, echa raíces en la personalidad misma (queda afectada con intensidad), pasa factura multidimensional. Al psicosomatizarse, produce dolor. Tiene también voz de alerta: “¡Esta situación tiene que afrontarse!”
7. El sufrimiento existencial, de mucha intensidad y desconcierto, está ligado a una profunda crisis de la persona, con grave desorientación, pérdida de sentido vital y de proyectos de vida.
8. Entrar en la “lógica del sufrimiento” es ceder ante el descontrol del mismo sufrimiento, prolongarlo, aumentarlo, y hacer sufrir a los demás.
9. Todo sufrimiento demanda un tratamiento multidimensional para su sanación: es el trabajo del duelo. Duelo, por tanto, no es sufrimiento, sino lo que cada persona hace consigo mismo, cuando sufre para cicatrizar una herida.
10. El sufrimiento ha de sanarse de raíz y dar frutos de madurez, solidaridad y santidad
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