Los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social hacen público su Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la creación, que la Iglesia celebra el 1 de septiembre.
La Iglesia en España se une así a la invitación del papa Francisco para celebrar el Tiempo de la Creación, que comienza el 1 de septiembre, con esta Jornada, y se cierra el 4 de octubre, día de san Francisco de Asís, patrón de la ecología.
Mensaje de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social de la Conferencia Episcopal Española en la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación
“Esperanzar y actuar con la creación”(1 de septiembre de 2024)
Con la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación el 1 de septiembre, se da comienzo al Tiempo de la Creación, que se extiende hasta el 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís, patrono de la ecología, cuyo tema es “Esperanzar y actuar con la creación”. El tema hace referencia a la Carta de San Pablo a los cristianos de Roma (Rom 8, 19-25), donde se ilumina y presenta el significado profundo de la esperanza cristiana. El papa Francisco ha dirigido un mensaje para esta Jornada, y la Iglesia española quiere adherirse a dicho evento a través de este mensaje de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social de la Conferencia Episcopal Española.
Los obispos queremos compartir con los creyentes y la sociedad nuestra reflexión sobre la esperanza como una lectura alternativa de la historia y de las vicisitudes humanas; no ilusoria, sino realista, fruto de un Evangelio vivido; del realismo de una fe que ve lo invisible; y del antropocentrismo situado en la salvación de nuestra casa común y de quienes habitamos en ella, desde una opción por la ecología humana e integral [1].
Efectivamente, la visión cristiana del mundo destaca la posición central del hombre dentro de la creación y su relación con el entorno natural, el ser humano está llamado a cuidar de la “casa” natural, pero sin considerarse como el centro absoluto del universo, a la vez que reconoce su interdependencia con otros seres vivos y el medio ambiente del que él mismo forma parte. Este valor singular del ser humano en relación a las demás criaturas forma parte de la misma dignidad humana, la cual remite al mismo tiempo a “la bondad de los demás seres creados, que existen no sólo en función del ser humano, sino también con un valor propio y, por tanto, como dones que le han sido confiados para ser custodiados y cultivados. […] Desde esta perspectiva, `no es irrelevante para nosotros que desaparezcan tantas especies, que la crisis climática ponga en riesgo la vida de tantos seres´. Pertenece, de hecho, a la dignidad del hombre el cuidado del ambiente, teniendo en cuenta en particular aquella ecología humana que preserva su misma existencia´” [2].
Todo ello forma parte de la esperanza cristiana, que se presenta ante la sociedad como una verdadera propuesta activa y alternativa, ya que no podemos olvidar que dicha esperanza se fundamenta en la convicción de que “todos los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios y recreados en el Hijo hecho hombre, crucificado y resucitado, están llamados a crecer bajo la acción del Espíritu Santo para reflejar la gloria del Padre” [3], desarrollando el don recibido de su dignidad.
En esta esperanza dinámica e histórica se vislumbran “los cielos nuevos y la tierra nueva” (Ap 21,1), ya que al ser humano, dotado de inteligencia y amor y guiado por el Espíritu de Dios, se le ha concedido el don de poder realizar el bien y desde él conducir a todas las criaturas de vuelta a su Creador, pues todas las criaturas avanzan con nosotros y a través de nosotros hacia un punto común de llegada, que es Dios, en esa plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todas las cosas[4].
EL GEMIDO Y LA ESPERANZA:
“Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto” (Rom 8, 22).
Cuando el apóstol Pablo nos ofrece las claves teológicas del amor y de la esperanza en Cristo crucificado y resucitado nos invita a escuchar un gemido universal, el cual da razón de un todo cósmico que ansía la salvación y que en la actualidad sufre aguardando un parto tan sorprendente como novedoso. Este gemido, fruto del pecado y su dolor, afecta a toda la realidad creada y se hace presente trasversalmente en toda la historia; y en el hoy, este drama se hace sufrimiento en las injusticias del mundo, en las guerras fratricidas que la humanidad soporta y contempla continuamente en muchos lugares del mundo, en la creciente contaminación del entorno vital -el hogar universal-, en la “madre tierra”, violentada y devastada, que se vuelve así inhóspita y, en muchos casos, mortal para los más pobres y débiles de la humanidad.
Está claro que la enseñanza paulina se refiere al sufrimiento desde la perspectiva de la salvación y en la clave de esperanza cristiana. Pero la Palabra inspirada es activa y continuamente nos está llamando a la conversión sincera para poder testimoniar dicha esperanza en los dramas de la carne humana que sufre, así como en la relación viva y esencial con toda la naturaleza de la que forma parte, en la que respira y vive, en la que goza y sufre al mismo tiempo. Así, el creyente sabe que en la resurrección de Cristo se abre un único horizonte hacia el que todos somos atraídos realizando la nueva creación; dicha atracción es un proceso vital que ha de serlo de vida transformada por el amor. La teología de la creación nos recuerda primero que todo fue creado por amor y que en ese mismo amor está la plenitud de toda la creación y, a la vez, y en segundo lugar, nos sitúa como criaturas y en cuanto tal nos presenta ante nuestros ojos la verdad de que somos vulnerables y, por eso mismo, todos necesitamos de todos y todos aguardamos la misma plenitud de salvación y de novedad. Al mismo tiempo, el creyente confiesa que la última palabra sobre todo es de Dios, la cual es un sí a la vida fundamentada en su amor. Ahora podemos entender con toda su fuerza la enseñanza del apóstol cuando nos dice que nada nos podrá separar de Él.
Mientras tanto, la Iglesia, cada uno de nosotros y nuestras comunidades, ha de convertirse para ser testimonio de esperanza en medio del dolor y la oscuridad. A ella le corresponde caminar por las sendas de la buena noticia de una esperanza comprometida, encarnada en el drama de lo humano y lo natural, por la vida de la ecología integral y de la fraternidad universal.
En este contexto teológico, cobran sentido pleno las palabras de Benedicto XVI cuando afirmaba que “no es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor” [5]. El amor de Dios, en Cristo, del que nada ni nadie podrá separarnos jamás (Rom 8, 38-39). Así, el cuidado de la creación interrelaciona el misterio de Dios con el misterio del ser humano, porque se remonta al acto de amor con el que Dios crea al ser humano a su imagen y semejanza, así como a la promesa de la salvación en Cristo -después de la aparición del mal en el mundo- anunciada en lo que ha venido a llamarse el “protoevangelio”: “El Señor Dios dijo a la serpiente: `Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gén 3, 14s.). Con esta confianza nos unimos al papa Francisco proclamando que “en esta historia no sólo está en juego la vida terrena del hombre, está sobre todo su destino en la eternidad, el eschaton de nuestra bienaventuranza, el Paraíso de nuestra paz, en Cristo Señor del cosmos, el Crucificado-Resucitado por amor” [6].
SER CREYENTES ESPERANZADOS
A nosotros como cristianos nos toca vivir de un modo comprometido nuestra fe informada por la acción del Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios el que nos ilumina en nuestro peregrinar, donde la muerte pierde ya su fuerza y con ello nuestros miedos, porque confiamos en un horizonte de esperanza que no defrauda. De este modo, conducidos por la gracia del Espíritu, nos sentimos llamados a una verdadera conversión centrada en la propuesta viva y sincera de nuevos estilos de vida en lo personal, lo social, lo político y lo económico, así como en la espiritualidad y vivencia de lo trascendente y de lo religioso. En este sentido, la fe es también un quehacer que debe realizarse desde la visión de la creación como regalo gratuito de Dios Padre para todos. “Hay una motivación trascendente (teológico-ética) que compromete al cristiano a promover la justicia y la paz en el mundo, también a través del destino universal de los bienes” [7]. Porque, como dice San Pablo, el anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Dios (Rom, 8,19).
Esta visión de la creación como don de Dios para la humanidad, nuestra comunidad eclesial la encarna y ofrece en su doctrina social, lugar destacado desde el que se propone como bien ineludible el cuidado de la casa común como realización y verificación de la ecología integral. Todo ello nos compromete a dar pasos firmes en el interés del cuidado de la creación como algo esencialmente unido a las preocupaciones sociales de la humanidad [8], inseparable de la preocupación por el desarrollo de la fraternidad universal, así como del cuidado de los más débiles y vulnerables de nuestras sociedades. Nuestra fe nos compromete a no dejar en la intemperie de una naturaleza desgraciada a las próximas generaciones y comprender que no habrá paz verdadera sin cuidar las relaciones entre nosotros, con la naturaleza y con Dios.
Hemos de dar, hoy más que nunca, razón de nuestra esperanza en medio del gemido y del dolor de las criaturas. El proceso está avalado por la revelación que hemos recibido de Cristo, Señor del cosmos, que se nos ha manifestado en el Crucificado-Resucitado por Amor. Esta esperanza, nos lo dice nuestra fe, no defrauda. Bendigamos a nuestro Dios que sigue bendiciéndonos con toda clase de bienes.
Obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social
1.- Cf. FRANCISCO. Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la Creación, 27 de junio de 2024, nº3.
2.- DICASTERIO PARA LA DOCTRINA DE LA FE. Declaración Dignitas Infinita, sobre la dignidad humana, 28.
3.- Ibidem, 21.
4.- Cf. FRANCISCO. Carta Encíclica Laudato Si’, 83.
5.- BENEDICTO XVI. Carta Encíclica Spe Salvi, 26.
7.- Ibidem.
8-.- Cf. FRANCISCO. Carta Encíclica Laudato Si’, 49; 139.
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