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El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna
INTRODUCCIÓN
Jesús, en las bodas de Caná nos habla de dos vinos: El primero es bueno, pero el último, el ofrecido por Jesús, es mucho mejor. Y nos preguntamos: ¿De verdad que el segundo era el mejor? Jesús, al hacer aquel milagro, seguramente estaba pensando en otro vino: el que nos iba a ofrecer en su muerte: su propia Sangre. Aquel vino milagroso estaba reservado para gozo de aquellos comensales. Pero el último vino, el más excelente, el que se ofrece cada día en la Eucaristía lo tenía reservado el Señor para ti, para mí, y para todos los miles de personas que, a través de los siglos, se acercarán a la Eucaristía. ¡Qué derroche de amor!
TEXTOS BÍBLICOS
1ª lectura: Prov. 9,1-6. 2ª lectura: Ef. 4,1-6.
EVANGELIO
San Juan 6, 51-58:
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
REFLEXIÓN
1.– Disputaban los judíos entre sí. Es propio de los hombres discutir, criticar, murmurar. Lo hacían los judíos y lo hacen la mayoría de las personas. Pero, como cristianos, ¿es posible hablar mal del prójimo después de haber comulgado? ¿Es posible ser malos después de recibir el pan de la bondad? “¿Es posible que de una misma fuente brote el agua dulce y el agua amarga?” (Santiago 3,11). Debemos de cortar ya con una vida tan incongruente, tan postiza, tan de fachada. Jesús, al instituir la Eucaristía no sólo quería darnos “pan” sino también “levadura”. Cada encuentro con Jesús en la Eucaristía debería cambiarnos, convertirnos, transformarnos. Y, una vez transformados nosotros, transformar la sociedad. ¿Cómo es posible que llevemos años comulgando y se note tan poco en nuestra vida cristiana?
2.- “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. El símbolo de la Eucaristía no es el pan y el vino, sino el “pan-roto” y el “vino derramado”. El Jueves Santo siempre debe ir unido al Viernes Santo. Al hablar Jesús del “pan-partido” está aludiendo a su Cuerpo destrozado en la Cruz, y al hablar del vino-derramado está pensando en la Sangre-vida entregada a los demás. Sin actualizar y hacer nuestras estas actitudes de Jesús no podemos celebrar la Eucaristía tal y como Jesús quiso que la celebráramos. Si como sacerdote, yo celebro la Eucaristía, tomo un trozo de pan y digo: “ESTO ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS”. Si después de salir de la Misa, yo no me doy, no me entrego, no me deshago por los demás, dentro de mí estoy viviendo en una auténtica “esquizofrenia.”
3.– El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en Él. Lo que Jesús ha querido hacer al instituir la Eucaristía es tan grande, tan maravilloso, que difícilmente lo podemos captar. El alimento que tomamos se une a nosotros de tal manera que, de alguna manera, actualizamos el misterio de la Encarnación. . Esa unión íntima, profunda, sorprendente, escandalosa es la que Jesús ha querido tener con nosotros. Él está en mí y yo en Él. Sólo los santos han sabido sondear este misterio. San Pablo llega a decir: “Ya no vivo yo. Es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2,20). Y Santa Teresa de Jesús: “Alma, buscarte has en Mí, y a mí buscarme has en ti”. Una perla del sufismo dice así” Llamé a la puerta y me preguntaron: ¿Quién es? Contesté: soy yo. La puerta no se abrió. Llamé de nuevo a la puerta. Otra vez la misma pregunta: ¿Quién es? Contesté: soy yo. Y la puerta no se abrió. Por tercera vez llamé. Y de nuevo me preguntaron: ¿Quién es? Contesté: soy tú. Y la puerta se abrió.
PREGUNTAS
1.- ¿Estoy convencido de que cada vez que celebro la Eucaristía tengo que cambiar? Y si no lo he hecho antes, ¿A qué espero?
2.-¿Es posible recibir el Cuerpo destrozado de Jesús por amor a mí, sin comprometerme a servir a los que más me necesitan?
3.- ¿Me llena de alegría el pensar que mi morada, mi casa, mi verdadero hogar es el Cuerpo Resucitado de Jesús a quien recibo en la Eucaristía? ¿Me detengo a darle gracias?
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