Reflexión del Papa Francisco
Una mujer valiente, una cananea, o sea una pagana, pide a Jesús librar a su hija del demonio. Es una madre desesperada y una madre, ante la salud de un hijo, hace de todo. Jesús le explica que él ha venido antes por las ovejas de la casa de Israel, pero se lo explica con un lenguaje duro: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros».
Esta mujer, que ciertamente no había ido a la universidad, sabía cómo responder. Y responde, no con su inteligencia, sino con sus entrañas de madre, con su amor: "¡Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos!".
Esta mujer no tuvo vergüenza y por su fe Jesús le hizo el milagro: Se expuso con el riesgo de hacer un papelón, pero insistió, y pasando del paganismo y de la idolatría encontró la salud para su hija y encontró para ella al Dios viviente. He aquí el camino de una persona de buena voluntad, que busca a Dios y lo encuentra. El Señor la bendice.
¡Cuánta gente hace este camino y el Señor la espera! Pero es el mismo Espíritu Santo que los lleva adelante para realizar este camino. Cada día en la Iglesia del Señor hay personas que realizan este camino, silenciosamente, para encontrar al Señor, porque se dejan llevar adelante por el Espíritu Santo
Pero existe también el camino contrario, aquel de Salomón. Salomón era el hombre más sabio de la tierra, había recibido de Dios grandes bendiciones, tenía una fama universal, todo el poder, era un creyente en Dios, pero ¿qué pasó?. Le gustaban las mujeres y tenía muchas concubinas paganas que le hicieron desviar el corazón para seguir a otros dioses... Su corazón se debilitó, se debilitó y así perdió la fe... El hombre más sabio del mundo se dejó llevar por un amor indiscreto, sin discreción; se dejó llevar por sus pasiones...
Salomón era pecador, como su padre David. Pero luego continuó y de pecador se convirtió en corrupto. Su corazón era corrupto, por esta idolatría. Su padre era pecador, pero el Señor le había perdonado todos los pecados, porque él era humilde y pedía perdón. Salomón, en cambio, era tan sabio, pero la vanidad y sus pasiones lo llevaron a la corrupción. Es precisamente en el corazón, donde se pierde la fe...
[...] Recorramos el camino de aquella mujer cananea, de aquella mujer pagana, acogiendo la Palabra de Dios, que ha sido plantada en nosotros y que nos llevará a la salvación. Que la Palabra de Dios, poderosa, nos custodie en este camino y no permita que terminemos en la corrupción y ésta nos lleve a la idolatría”. (Reflexión antes del rezo del Ángelus, 13 de febrero de 2014)
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