«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno”
1.- Oración introductoria.
¡Dichosa tú, que has creído! María fue llamada dichosa, no por el hecho de ser Madre biológica de Jesús, sino por su fe. María no ha llevado una vida fácil. Siempre ha estado traspasada por una espada: la que le anunció Simeón. Su vida fue un Vía Crucis que acabó en el Monte Calvario. En muchas ocasiones no entendía nada, pero se fiaba plenamente de Dios. Por eso yo esta mañana te pido, Señor, que aumentes mi fe. Dame la fe de María.
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!
3.- Qué dice la palabra de Dios.
“Se levantó María y se fue con prontitud”. Después de la Anunciación, sabe que Dios mora en ella, que el Omnipotente ha puesto en ella su mirada y su posada. La escena termina así: “Y la dejó el ángel”. La dejó tranquila, la dejó en paz. Ella estaba contemplando el misterio, gustándolo, saboreándolo. Le costó levantarse pero fue a realizar un servicio a su prima. A esta Reina, no se le han caído los anillos, ni se le han subido los humos a la cabeza. Es la misma: la sierva, la que ha nacido para servir. Aquellas dos mujeres, Isabel y María, significan dos Alianzas, dos Testamentos. Dos Alianzas que se estrechan y se abrazan. Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento no hay ruptura sino “abrazo”. Con un salto de gozo en el seno de Isabel recibe el último de los profetas a Jesús. Todo ha sido un largo camino de preparación, de crecimiento, de búsqueda, de nostalgia. “Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron” (Lc. 10,24). Juan, en el seno de su madre, recoge todos los anhelos, deseos, esperanzas de un pueblo y da un salto de júbilo. Todo el Antiguo Testamento llevaba a Cristo en sus entrañas. El Nuevo Testamento dirá quién es ese Cristo de quien ya se venía hablando.
Palabra autorizada del Papa
“Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera “escuela” de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mama. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acompaña a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre. Después de llegar al mundo, permanecemos en un “seno”, que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el “lugar donde se aprende a convivir en la diferencia”: diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida”. (Mensaje de S.S. Francisco, 23 de enero de 2015).
4.- Qué me dice ahora a mí esta palabra que acabo de meditar. Guardo silencio.
5.-Propósito. Vivir hoy con la resolución de servir, por amor, a las personas con las que convivo.
6.- Dios me ha hablado a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
María, gracias por enseñarme a entregar mi voluntad a Dios, a no querer cumplir todos mis deseos, por muy importantes que me puedan parecer; a saber dejar todo en manos de nuestro Padre y Señor. Quiero imitar tu bondad y disposición para ayudar a los demás. Intercede por mí para que sepa imitar esas virtudes que más agradan a tu Hijo, nuestro Señor.
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