Hoy es tiempo para reflexionar sobre la mayor unción de todas: la del Espíritu Santo sobre nosotros y su invitación a presentarnos ante el Señor con todo lo mejor que tenemos para ofrecerle.
Recordando la lectura de hoy:
"María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume" (Juan 12,3)
La adoración de María a los pies de Jesús fue un acto lleno de fe y de amor. Todo lo que ella quería hacer era adorar a su Señor de la mejor forma que ella conocía, y en la cual los discípulos la recibieron con protesta e indignación. "Es una mujer, mira... Y no sólo eso, es además una poderosa pecadora".
Esta acción atrevida de María nos enseña a los hombres un par de cosas. Ella entiende y aprende en un plano espiritual en donde la compasión y la acogida es extrema.
Todos los testigos ven el perfume e inmediatamente piensan en el costo y el derroche absurdo; mientras que ella a eso le importa poco y acaricia suavemente los tobillos y dedos de los pies de su Señor, los unge con un aroma delicado y de inmediato es abrazada por la salvación, dejándose llevar por el profundo deseo de su corazón: ¡adorar a Dios!
Nuestro Señor, Dios todopoderoso, Rey y Salvador del mundo, no es ungido por profetas o sacerdotes, sino por una prostituta
Los cristianos estamos llamados a ser sacrificio vivo; para adorar a Dios diariamente con nuestras acciones y palabras.
¿Qué estamos dispuestos a ofrecerle hoy al Señor? ¿Con qué queremos lavar los pies de nuestro amado Dios? ¿Estamos dispuesto a darle lo mejor que tenemos? ¿Con cuál perfume queremos adorarle, con el de nuestra indiferencia o con lo mejor que hayamos guardado para Él?
El Señor nos recibe, Él nos recibe siempre, por muy pecadores que seamos Él está dispuesto a consolarnos con todo su poder. No tengas miedo de acercarte a su presencia, ofrécele lo mejor de ti: un corazón contrito y con ganas de reonovarse bajo la fuente de su Divino Amor
Oración para el Lunes Santo
Mi Señor, que bueno es saber que escuchas mis súplicas y estás atento a mis necesidades, susurrando constantemente a mi espíritu tu invitación a vencer el miedo y a lanzarme con confianza a enfrentar cada una de mis batallas.
Te pido que siempre pueda tener lucidez para tomar las mejores decisiones y diferenciar lo bueno de lo malo, esforzarme por serte fiel y no dejar que nadie me quite las ganas de hacer las cosas bien.
Me cuento entre los pecadores que siempre vuelven a caer. Reconozco que en algunas ocasiones me faltan fuerzas y te fallo; por eso me humillo ante Ti, ante tu poder y clamo por tu compasión.
Como María de Betania quisiera también ponerme a tus pies y ofrecerte el mejor de mis perfumes, que no es otro que el de hacer obras agradables a Ti y alejarme de todo aquello que hace mal a mi alma.
Gracias por recibirme una vez más, por cuidarme, por hacerme sentir que soy valioso e importante para Ti. Tú eres grande, poderoso, invencible, supremo, glorioso, con un corazón rico en misericordia.
Me siento bendecido porque en tu amor he encontrado esa paz que me invita a luchar con todas mis fuerzas contra el pecado. Con tu presencia rebosante en amor y perdón podré superar toda mala inclinación.
Tú tocas las dimensiones de toda mi vida y no haces diferencias entre mi riqueza o pobreza, sino en cuánto amor estoy dispuesto a ofrecer
Te amo y te entrego mi corazón ahora para que lo renueves con tu Amor.
A pesar de mis debilidades, en tu Nombre, sé que puedo salir adelante sabiéndome consolado en tu amistad y que te pertenezco para siempre.
Amén.
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