1.-Oración introductoria.
Señor hoy vengo a estar contigo para agradecerte. Hoy quiero darte gracias por mi familia, por mis padres, que me dieron la mejor herencia que me podían regalar: la fe. A través de esta fe me has introducido en esa gran familia que es la Iglesia. En ella quiero vivir contento y feliz, como el pez en el agua.
2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 3, 31-35
En aquel tiempo llegaron la madre de Jesús y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada a su alrededor le dijo: ¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. Él les responde: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
3.- Qué dice el texto bíblico.
Meditación-reflexión
A primera vista, este texto nos resulta un tanto extraño, aparece Jesús un poco displicente con su Madre. Al oir las palabras: “ahí está tu madre” lo normal es dejar el discurso y llegar hasta su madre para darle un abrazo. Y, sin embargo, las palabras de Jesús fueron desconcertantes: ¿quién es mi madre? No olvidemos que el camino de María es un camino de fe. Su prima Isabel le ha elogiado diciendo, “Dichosa tú, ¡La creyente! Más que la maternidad meramente biológica de su madre, a Jesús le interesa la maternidad espiritual. “Nadie ha cumplido como ella la voluntad de Dios”. Nadie ha estado tan abierta a Dios, nadie como Ella se ha fiado plenamente de Dios. Ella no ha querido vivir nada para ella misma. Es importante lo que dice el evangelio: “Mirando Jesús en torno a los que estaban sentados en corro”. Los que estaban sentados formaban el pueblo, el pueblo de Dios. Y Jesús nunca quiere separar a su Madre del pueblo fiel que sigue a Jesús. Ella acompañó a la Iglesia naciente. Ella estaba presente en la venida del Espíritu Santo. No estaba para dirigir nada sino para contagiar su vivencia interior.
Palabra del Papa.
Nuestra mayor alegría es ser pastores, y nada más que pastores, con un corazón indiviso y una entrega personal irreversible… La esencia de nuestra identidad se ha de buscar en la oración asidua, en la predicación y el apacentar.
No una oración cualquiera, sino la unión familiar con Cristo, donde poder encontrar cotidianamente su mirada y escuchar la pregunta que nos dirige a todos: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y poderle responder serenamente: “Señor, aquí está tu madre, aquí están tus hermanos. Te los encomiendo, son aquellos que tú me has confiado”. La vida del pastor se alimenta de esa intimidad con Cristo. (Homilía de S.S. Francisco, 23 de septiembre de 2015).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Guardo silencio)
5.-Propósito. Hoy voy a pasar el día sintiendo que María camina conmigo como una presencia invisible “estimulante y gratificante”.
6.-Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.
Gracias, Señor, porque me has dado a tu madre por madre mía. Yo sé que con ella nunca me voy a sentir solo. Yo sé que con ella me va a ser mucho más fácil el camino de la fe. Parece que siempre me está diciendo: Haz la voluntad del Señor. Fíate plenamente de Dios. Es lo que yo he hecho siempre ¡y me ha ido muy bien!
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