Jesús, como Elías y Eliseo, no solo es enviado a los judíos.
INTRODUCCIÓN
“El humilde carpintero de Nazaret se sabe elegido y consagrado para una misión de alcances universales. Frente a las expectativas que lo pretenden constreñir a una acción en favor de sus paisanos, Jesús deja saber que no puede ser así. Su envío no es solo para Nazaret, ni siquiera solo para Israel, sino para todas las naciones incluidas Sidón y Siria. No está ahí solo para los varones, porque las mujeres, como la viuda de Sarepta, están incluidas en su misión. No va a predicar solo a los sanos, porque los enfermos, como el leproso Naamán, también deben oír la Buena Nueva. Se debe a los que tienen, pero más todavía a los que carecen de pan y pasan hambre. No se puede ser profeta para satisfacer y tener contentos a los propios y olvidarse de que Dios es Dios de todos”. (Sergio César Espinosa).
TEXTOS BÍBLICOS
1ª lectura: Jr. 1,4-5.17-19. 2ª lectura: 1Cor. 12,31– 13,13
EVANGELIO
Lc. 4,21-30.
Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino
REFLEXIÓN
1.– JESUS DEFRAUDA A SUS PAISANOS. A todos nos gusta tener un personaje famoso en nuestro pueblo. Y esa idea se habían forjados los paisanos de Nazaret sobre Jesús. Habían oído que había hecho cosas maravillosas en otros lugares y esperaban que, en su pueblo, haría las mismas y aún mayores. Este profeta iba a engrandecer Nazaret, a hacerlo famoso, de modo que vendrían a visitarlo de todas partes. Por fin había llegado el momento en que Nazaret iba a dejar de ser un pueblo insignificante “del cual no podía salir nada bueno”. (Jn. 1,46). Pero estos sueños pronto van a desvanecerse porque está haciendo cosas que no les gusta. Ya el Domingo anterior habíamos visto el disgusto de sus paisanos al no citar completo el texto de Is. 61,1-2. Había suprimido el “día de ira y de venganza”. Pero este malestar fue creciendo a medida que iba hablando. Ahora cita a personas que no pertenecen al territorio de Israel. Nombra a Naamán el Sirio y a una viuda de Sarepta. Este nuevo profeta tiene la osadía de decir que Yahvé ya no es sólo del pueblo de Israel sino también de otros pueblos. Esto es intolerable. Por eso, se ponen furiosos y lo llevan hasta un precipicio con intención de despeñarle. Y es que aquel que no es de los nuestros, que no opina como nosotros, hay que echarlo fuera. ¿No nos está pasando a nosotros lo mismo? ¡Qué malas consecuencias traen los nacionalismos exagerados! Y esto en el mundo político y en el religioso. Frente a esta manera tan estrecha de ver la vida y la religión, el profeta Jesús trae un programa maravilloso: Dios es el Padre de todos y hace salir el sol sobre buenos y malos. Y este Padre tiene una casa grande, muy grande, donde caben todos.
2.– JESÚS DEFRAUDA TAMBIEN A SUS DISCÍPULOS. Los discípulos siguieron a Jesús, incluso con alegría y entusiasmo; pero llevaban muy metida en sus cabezas la idea de un mesianismo político y triunfalista. Estaban felices con un Jesús que curaba enfermos, multiplicaba los panes en el desierto y hasta resucitaba muertos. Este era el Mesías “poderoso” que ellos necesitaban para derrocar a los romanos y levantar la choza de David. Pero todo ese prestigio se les viene abajo cuando les habla de un Mesías que tiene que padecer e ir a la Muerte. San Pedro lo aparta para hablarle a solas y decirle que eso de sufrir y morir ¡ni hablar! El Mesías no puede terminar de esa manera. Jesús reacciona y le llama “Satanás”. Tampoco lo entendieron los “hijos del Zebedeo” que mientras Jesús iba camino de Jerusalén, ellos están hablando de “los primeros puestos”. Es muy significativa esa frase corta y tajante del evangelio de Marcos: “Y todos los discípulos le abandonaron y huyeron” (Mc. 14,50). Sabemos que, en este evangelio, los discípulos no dejan a Jesús ni a sol ni a sombra. “Siempre están con Jesús”.
3.– HAY ALGUIEN A QUIIEN JESÚS NUNCA DECEPCIONA. A DIOS, SU PADRE. Nada destaca tanto el pincel de los evangelistas como el encendido y apasionado amor de Cristo al Padre. El Padre es su ilusión, su obsesión, su locura, la razón última y suprema de su vida. Donde está el Padre, allí se siente fuertemente arrastrado. En la alegría y en el dolor; en las horas de oración o de trabajo; en el ajetreo del día o en el silencio de la noche, su único placer es el Padre. «Había en Jesús algo íntimo, un «sancta sanctorum”, al que no tenía acceso ni su misma madre, sino únicamente su Padre. En su alma humana había un lugar, precisamente el más profundo, completamente vacío de todo lo humano, libre de cualquier apego terreno, absolutamente virgen y consagrado del todo a Dios. El Padre era su mundo, su realidad, su existencia, y con él llevaba en común la más fecunda de las vidas» (K. Adán). La norma del obrar de Jesús es ésta: “Yo hago siempre lo que al Padre le agrada” (Jn. 8,29) Jesús entra en este mundo diciendo un sí rotundo y sonoro a Dios. Este sí lo va a continuar a lo largo de toda su vida. Al final de su existencia inclinará la cabeza para pronunciar, por medio de este gesto, su último sí: «E inclinando la cabeza entregó su espíritu» (Jn 19, 30).
PREGUNTAS
1.- Como sacerdote, religioso(a), laico, ¿me siento defraudado por Jesús? ¿Ha colmado todas mis aspiraciones? En caso negativo, ¿a qué se debe? ¿A mi tibieza? ¿A mis expectativas mundanas? ¿A mi falta de fe?
2.- ¿Le creo a Jesús capaz de hacerme plenamente feliz? ¿Qué medios voy a usar para lograrlo?
3.- Como Teresa de Jesús, ¿Me encantaría contentarme con solo contentar a Dios?
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