“Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo”
1.-Introducción.
Señor, ayúdame en este tiempo de oración a conocerme más a mí mismo, a descubrir el misterio de mi persona. Hay fuerzas malévolas que tiran de mí, que me arrastran al mal. Pero sé que, estando contigo, yo podré vencerlas. El mal que hay en mí no puede apoderarse del bien que Tú pones dentro de mí. Yo sé que sin Ti yo no puedo nada (Jn. 15, 5). pero también sé que contigo lo puedo todo (Fil. 4,13). Ayúdame a desconfiar de mí mismo y a poner toda mi confianza en Ti.
2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 5, 1-20
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con gran voz: ¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes. Es que Él le había dicho: Espíritu inmundo, sal de este hombre. Y le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Le contesta: Mi nombre es Legión, porque somos muchos. Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: Envíanos a los puercos para que entremos en ellos. Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara – unos 2000 – se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti. Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.
3.-Qué dice este texto del evangelio.
Meditación-reflexión
Este texto un poco extraño nos habla de una gran realidad que anida dentro de nosotros mismos. En nosotros hay un mal, unas fuerzas que nos arrastran al mal. Ese endemoniado, atado con cadenas, que habita en los sepulcros (el reino de la muerte) ése es el hombre abandonado a sus propias fuerzas. Es el hombre que no es hombre. Y ¿qué le pasa cuando lo sana Jesús? Está sentado, vestido y en su sano juicio.
Sentado: indica paz y armonía.
Vestido: buena relación con Dios (desnudez expresa ruptura, crisis existencial, como en el paraíso). Recuperación de su propia dignidad.
En su juicio: Vuelto a ser él mismo, una persona normal, como los demás, con su sano juicio. Aquel que no era hombre llega a ser hombre cabal, recupera su identidad propia. Pero ocurre que, a veces, los hombres prefieren “tener” (aunque sea cerdos que para los judíos eran animales inmundos) antes que ser personas. Este hombre ya sanado quiere estar con Jesús. Y Jesús lo mandó a evangelizar a los suyos. ¿Y cómo evangelizaba? Por la fuerza del testimonio: Decía lo que Jesús había hecho con él. Sabemos que no se limitó a los suyos, sino que se fue a evangelizar por toda la Decápolis. Esta es la fuerza del testimonio.
Palabra del Papa
Y Jesús sanaba: dejaos curar por Jesús. Todos nosotros tenemos heridas, todos: heridas espirituales, pecados, enemistades, celos; tal vez no saludamos a alguien: «¡Ah! Me hizo esto, ya no lo saludo». Pero hay que curar esto. «¿Y cómo hago?». Reza y pide a Jesús que lo sane. Es triste cuando en una familia los hermanos no se hablan por una estupidez, porque el diablo toma una estupidez y hace todo un mundo. Después, las enemistades van adelante, muchas veces durante años, y esa familia se destruye. Los padres sufren porque los hijos no se hablan, o la mujer de un hijo no habla con el otro, y así los celos, las envidas… El diablo siembra esto. Y el único que expulsa los demonios es Jesús. El único que cura estas cosas es Jesús. Por eso, os digo a cada uno de vosotros: dejaos curar por Jesús. Cada uno sabe dónde tiene la herida. Cada uno de nosotros tiene una; no sólo tiene una: dos, tres, cuatro, veinte. Cada uno sabe. Que Jesús cure esas heridas. Pero, para esto, tengo que abrir el corazón, para que Él venga. ¿Y cómo abro el corazón? Rezando. «Pero, Señor, no puedo con esa gente, la odio, me ha hecho esto, esto y esto…». «Cura esta herida, Señor». Si le pedimos a Jesús esta gracia, Él nos la concederá. Déjate curar por Jesús. Deja que Jesús te cure. (Homilía de S.S. Francisco, 8 de febrero de 2015).
5.-Propósito: Voy a pensar hoy en la dignidad que Dios me ha dado.
6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Gracias, Señor, porque hoy caigo en la cuenta de lo que ha supuesto para la humanidad que Tú hayas venido a este mundo. Sin ti estaríamos atados con cadenas y viviendo en las sombras de la muerte. Contigo recuperamos nuestra dignidad de criaturas libres y, sobre todo, el poder llamarnos y ser “hijos de Dios”. Esto es tan bello que no lo podemos encerrar dentro de nuestro corazón, sino que debemos dar testimonio de nuestra fe. Y no de cualquier manera sino con ilusión, con alegría.
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