Estamos celebrando el quinto domingo de Pascua, tiempo de alegría en el Señor. Nuestro gozo ha empezado aquí, pero Cristo, nos revela que habrá una nueva creación al fin del mundo. Mientras, tenemos que continuar la misión de Cristo aquí en la tierra, amándonos unos a otros. Unidos con Cristo roguemos por una unión más profunda entre nosotros al celebrar esta eucaristía.
Primera
lectura: Hc 14, 21b-27 (Pablo y Bernabé vuelven de su primera misión)
Hemos escuchado el relato de la primera misión de
Pablo y Bernabé. Ellos regresaron a su gente exhortándolos a perseverar en la
fe y subrayando las tribulaciones que vendrán. Pero sobre todo, ellos contaron
lo que Dios había hecho por medio de ellos y que es importante en la vida de la
comunidad.
Estamos
escuchando en las primeras lecturas de estos domingos de Pascua, el libro de
los Hechos de los Apóstoles, libro escrito por evangelista San Lucas, que nos
narra el nacimiento de la primera Iglesia y de aquí la importancia del mismo,
la historia de los primeros que se atrevieron a seguir a Jesús, los primeros
éxitos y las primeras dificultades que hay que ir superando. Una de esas
primeras dificultades, incluso podemos decir la primera crisis seria de la
Iglesia naciente, fue que algunos judíos representados por unos
cuantos apóstoles pensaban que la salvación de Jesús solo había sido para
ellos, y que los gentiles (es decir los que no eran judíos) no es que no
pudieran ser admitidos a la nueva Iglesia, sino que para serlo tenían que
aceptar las normas y leyes de los judíos muchas de las cuales están en el
Antiguo Testamento.
Frente
a esta opinión apareció la figura de San Pablo y otro grupo de apóstoles,
menos que los de la primera opinión, que desde el principio vieron claro
que la salvación de Jesús no es exclusiva de ningún pueblo, sino que es
universal, todos tienen cabida en ella, con tal de que quieran aceptarla,
rompiendo con la idea de que el cristianismo tenía que estar ligado al
judaísmo. De ahí que en la lectura que hoy hemos escuchado tanto Pablo como
Bernabé manifiesten su alegría, al volver de su viaje misionero, por tierras de
Turquía y de Grecia, y de observar cómo la gente se iba agregando a la gran
familia de Jesús. Son los primeros pasos de la Iglesia, animada por el Espíritu
de Jesús que actuaba en los apóstoles. Ese Espíritu que los transformó, y los
lanzó por encima de los peligros, y las divisiones, ese Espíritu que nosotros,
cristianos del siglo XXI continuadores de aquellos primeros creyentes, nos
hemos declarado a la espera, ese Espíritu que cuando venga sobre nosotros el
día de Pentecostés deberá transformarnos, no para eliminar las dificultades,
que han existido, existen y existirán, y que cada vez puede que sean más, no
vendrá para librarnos de los problemas si no para vencer nuestros miedos y
temores, que suelen ser muchos y que son los que nos impiden enfrentarnos a
esas dificultades.
Segunda
lectura: Ap. 21, 1-5a (Dios enjugará las lágrimas de sus ojos)
En el libro del Apocalipsis, san Juan ve un cielo
nuevo y una nueva tierra, que es la Iglesia triunfante. Ese triunfo comienza en
la tierra. Dios convive con nosotros y espera el fin de nuestra noche en la
tierra para llenarnos de alegría. Si participamos, si sentimos y vivimos con la
Iglesia aquí, gozaremos en el cielo.
Tercera
lectura: Jn 13, 31-35 (Les doy un mandamiento: que se amen)
El evangelio de hoy es parte del discurso de
despedida del Señor en la última Cena. Cristo fue glorificado a través de su
pasión y muerte, lo mismo va a pasar con su Iglesia. Cristo nos da un nuevo
mandamiento, el amor mutuo.
El Evangelio de hoy, vuelve sobre el tema del
amor. Las cosas que recibimos sin ganarlas con nuestro esfuerzo, nos resultan
difíciles de valorar. Y esto quizá nos pase con el amor de Dios: lo hemos
recibido gratis, y por eso no nos paramos a pensar lo que eso significa, y lo
que lleva consigo, es decir, como tengo yo que responder a ese amor de Dios.
En
este mandamiento nuevo se concentran y se funden el mandamiento del amor al
Padre y el mandamiento del amor a los hermanos. La muerte de Cristo es “para
demostrar al mundo que yo amo al Padre” (Jn. 14,31). Y para demostrar al mundo
lo que yo amo a los hombres: «Nadie ama más al amigo que aquel que da la vida
por él” (Jn. 15,13). La novedad consiste en que debemos amarnos con este
mismo amor que Cristo nos ama. Aquí está la gran revolución del mundo. La
energía, la fuerza de este amor es irresistible ante cualquier obstáculo.
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