La parábola de los dos hijos
1.-Oración introductoria.
Señor, gracias porque no te gustan las caretas, las fachadas, las trastiendas. Y menos te agradan las palabras fingidas, las que no llevan a las obras. Aceptas las obras del hijo que, en un momento, tiene contigo malos modales, malas contestaciones, pero después tiene buen corazón y cumple tu voluntad. Lo comprendes y lo perdonas. En este mundo nuestro, ¡sobran palabras! ¡faltan obras!
2.- Lectura reposada del evangelio. Mateo 21, 28-32
«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Y él respondió: ´No quiero´, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ´Voy, Señor´, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» – «El primero» – le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él.
Jesús no acepta a estas personas de buenos modales, de exquisita reputación, de méritos acumulados y que se limitan a tener buenos discursos y bonitas palabras. “Por los frutos los conoceréis”. Por eso rechaza la respuesta perfecta del hijo segundo. En cambio acepta las obras del primero aunque sus palabras hayan sido de rechazo. Y quiere reforzar su pensamiento con unas palabras que, aún hoy, nos parecen escandalosas. En nuestros esquemas mentales, que no difieren mucho de los de los contemporáneos de Jesús, no cabe otro orden que el establecido por las leyes o normas de una institución religiosa. Pues bien, Jesús se saltó todas esas instancias y mediaciones con su enseñanza y conducta. Lo que Jesús hizo con los proscritos, los marginados y los despreciados no nació de una ocurrencia irreverente. La conducta de Jesús fue fruto de su fe, de su especial relación con Dios como Padre. Es el Padre el que quiere “que todos los hombres se salven”. Le da igual que sean negros que blancos; judíos o extranjeros; sabios o ignorantes; hombres o mujeres; pecadores o justos. Es el Padre el que ama a todos porque le nace de dentro el amor y la misericordia. Lo que dijo de las prostitutas y los pecadores (que «los precederán en el Reino de los cielos») se refería a la condición de estas personas que, en medio de sus inmensas limitaciones, son capaces de vivir valores del Reino que la sociedad tan rígidamente organizada, no está en condiciones de asumir, ni está dispuesta a cambiar.
Palabra autorizada del Papa
“Jesús atrae nuestra voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca la autonomía, atrae esta voluntad nuestra a lo alto, hacia la voluntad de Dios. Este es el drama de nuestra redención, que Jesús atrae a lo alto nuestra voluntad, toda nuestra aversión contra la voluntad de Dios y nuestra aversión contra la muerte y el pecado, y la une con la voluntad del Padre: «No se haga mi voluntad sino la tuya”. En esta transformación del «no» en «sí», en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, Él transforma la humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro «no» y entrar en el «sí» del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del Padre, porque ésta es la verdad y el amor”. (Benedicto XVI, 20 de abril de 2011).
5.-Propósito: Un día sin palabras. Un día de sólo hechos.
Gracias, Señor, por el privilegio de poder trabajar en tu viña. Mi anhelo es estar siempre a tu servicio y colaborar contigo en la evangelización. Me has enriquecido con muchos talentos que puedo poner al servicio de la Iglesia y de los demás. No permitas que mi miopía, mi egoísmo y amor propio me hagan avaro, indiferente o sordo a la invitación que diariamente me haces de colaborar en la extensión de tu Reino. Un Reino universal que abarca a hombres y mujeres, aunque éstas sean prostitutas.
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