«Quiero; queda limpio»
1.- Oración introductoria.
Señor, me gustaría que esta meditación se convirtiera en un cambio de actitud contigo. No quiero presentarme delante de Ti como una persona buena, sana, suficiente. Vengo ante Ti como un leproso que necesita ser curado. Necesito que me toques, que me cures de todas mis limitaciones morales: de mi egoísmo, de mi soberbia, de mi vanidad, de mi indiferencia. Necesito que me toques y me sanes.
Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
Las leyes del judaísmo, para evitar el contagio de los leprosos, los excluían y los enviaban “fuera del pueblo” Pero Jesús obra de otra manera. Se acerca al leproso, le toca, le cura, y lo reinserta en la sociedad. De este modo, este hombre que era un “hombre que no era hombre”, adquiere sus derechos y su dignidad. Actualmente en Europa estamos asistiendo a casos sangrantes. Miles de hermanos nuestros, sin estar enfermos ni contagiados, sino que vienen huyendo de guerras horribles o de persecuciones atroces, llaman a nuestras puertas pidiendo asilo. Y, muchas veces, no se lo damos. Y consentimos que se mueran por el camino. Y así estamos convirtiendo nuestro Mar-Mediterráneo en un Mar-Muerto. Ya sé que esto no es fácil resolverlo, pero esto no puede seguir así. ¡Dios no lo quiere! España es altamente solidaria y esto lo estamos viendo con los ucranianos. También me llama la atención en este evangelio, que el mismo Jesús no podía entrar abiertamente en ningún pueblo y se “quedaba fuera, en descampado”. La sociedad no sólo rechaza a los que pueden contagiar una enfermedad, o el mal. Rechaza también a los que “hacen el bien”. Las personas buenas como Jesús, las que quieren “normalizar” las vidas deshechas de tantas personas y devolverles su dignidad, también, a veces, son rechazadas. Lo mejor, para ellos, es tapar la boca de los que hablan en contra de las injusticias de la humanidad. Podrán tapar la boca a los hombres, pero no a Dios.
Palabra del Papa
“Señor, si quieres, puedes limpiarme…” Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”. Qué hermosa la compasión de Jesús. Ese “padecer con” que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente. Jesús tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión. “No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado”. Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía. Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias.
La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Y éstos son los conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración. (Homilía de S.S. Francisco, 15 de febrero de 2015).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Silencio)
6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, al terminar esta oración quiero darte gracias porque me has ayudado a comprender los tipos de marginación que puede haber en las personas sin que yo caiga en la cuenta. Yo quiero liberar a la gente que sufre en el cuerpo, en la soledad de su alma y en la soledad del corazón al creer que Dios está lejos. Y quiero gritar con fuerza que Dios nunca está lejos de nosotros, que siempre nos quiere, nos perdona, nos comprende y nos abraza, aunque estemos leprosos. O precisamente porque lo estamos.
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