“Pero Él miraba a su alrededor”
1.- Introducción.
Señor, al comienzo de esta oración, quiero escuchar las palabras de confianza de aquella mujer enferma que decía: “Si logro tocar, aunque sea sólo la orla de sus vestidos, me salvaré”. Llevo muchos años tocando no digo tus vestidos sino tu cuerpo en la Eucaristía y, sin embargo, no logro tener esa fe. Al recibirte hoy en la Eucaristía, dame la fe de esta mujer. Yo también necesito ser curado de mis enfermedades del alma.
2.- Lectura sosegada del evangelio. Marcos 5, 21-43
Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar, aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?» Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: «¿Quién me ha tocado?»». Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad». Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
Meditación-reflexión
La hemorroisa es una mujer que no puede dar vida. Además, está contagiada de impureza legal y puede contagiar a los demás. Por eso ella se acerca con precaución, ya que no quiere contagiar a Jesús. “Pero Él miraba a su alrededor” (v.32) Es una mirada “circular” de Jesús. La mirada que busca, elige, saca fuera de la multitud. En medio de tanta gente Jesús tiene necesidad de un rostro. Pretende un contacto personal. “No ha pasado nada importante en la vida hasta que no se llega a un contacto personal con Jesús” (Schweizer). Es curioso que Jesús se deja tocar por ella y, en contra de su costumbre de exigir silencio, como ocurre en el caso de la niña resucitada, aquí hace un despliegue publicitario: ¿Quién me ha tocado? Que se entere todo el mundo que esta mujer a mí no me ha contagiado y ella ha sido curada. Jesús lucha contra el tabú de la sangre. En el caso de la niña, tiene importancia la edad. Los “doce años” es la edad de la primera menstruación y posibilidad de tener hijos. Diríamos que los padres habían engendrado a esta niña para la vida, pero por causa de la enfermedad, estaba destinada a la muerte. Jesús le dice: ¡levántate! Se durmió niña y se levantó mujer. A estas dos mujeres: La hemorroisa y la Niña, Jesús les dice ¡QUE VIVAN! Por encima de leyes que las esclavizan.
Palabra del Papa
“Una oración valiente, que lucha por conseguir tal milagro; no esas oraciones gentiles: ´Ah, voy a orar por ti´, y digo un Padre Nuestro, un Ave María y me olvido. No, sino una oración valerosa, como la de Abraham, que luchaba con el Señor para salvar la ciudad, como la de Moisés, que tenía las manos en alto y se cansaba, orando al Señor; como la de tantas personas que tienen fe y con la fe oran y oran. La oración hace milagros, ¡pero tenemos que creer! Creo que podemos hacer una hermosa oración… y decirla hoy, todo el día: «Señor, creo, ayuda a mi incredulidad»… y cuando nos piden que oremos por tanta gente que sufre en las guerras, por todos los refugiados, por todos aquellos dramas que hay en este momento, rezar, pero con el corazón al Señor: «¡Hacedlo!», y decidle: «Señor, yo creo. Ayúdame en mi incredulidad» Hagamos esto hoy”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 20 de mayo de 2013, en Santa Marta).
Señor, tú te has manifestado hoy como el “Dios de la vida”. Quieres que tengamos vida, pero vida en plenitud. Quieres que vivamos y disfrutemos de la vida. Quieres que no vivamos con miedos o esclavitudes. Quieres que vivamos felices, felices del todo. Y, como Jesús, quieres que adelantemos ya en este mundo la felicidad del cielo. ¡Gracias, Señor!
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