El cuarto domingo de cuaresma nos introduce un paso más en el camino de la pascua de Jesús. Para prepararnos a la fiesta cristiana por autonomasia hemos de abrirnos cada vez más, en nuestras actitudes y en nuestras obras de amor, a Dios y a los hombres.
La apertura del corazón de los cristianos pasa por una fase que se llama reconciliación: reconciliación con Dios y con nuestros hermanos. Una lleva a la otra.
Cuando uno toma conciencia del amor que Dios nos tiene al perdonarnos, no le queda más remedio que <<repetir el mensaje de la reconciliación>>. Esto significa que no sólo hemos de perdonar a los demás, sino que hemos de estar también dispuestos a ser instrumentos de la paz y el perdón para con los demás.
La parábola que Jesús nos cuenta hoy en el evangelio es una invitación a reconciliarnos con los demás, precisamente porque Dios nos ha reconciliado con él, por medio de Jesús. Sólo los orgullosos, que se creen muy buenos, se cierran al perdón y a la reconciliación.
La eucaristía es el convite que Dios , nuestro Padre, celebra para festejar su perdón. Sólo aquellos que están dispuestos a perdonar a su hermano pueden entrar en el convite.
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El libro de Josué nos cuenta que
el pueblo de Dios celebró la pascua al entrar a la tierra prometida ( Josué 5,9a.10-12)
El Señor es bueno con nosotros.
Que su alabanza esté siempre en nuestro corazón y en nuestros labios.
Jesucristo ha hecho de nosotros
criaturas nuevas. Y nos ha dado un corazón nuevo. Nuestro Padre Dios nos perdona siempre.(2Corintios 5,17-21)
Jesús nos cuenta, en el evangelio
de san Lucas, una bellísima parábola, conocida como la parábola del hijo pródigo.
Podríamos llamar también la parábola del
Padre misericordioso o la parábola de la reconciliación. (Lucas 15,1-3.11-329
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Un padre y dos hijos. Un padre que ama mucho a sus hijos. Un hijo más pequeño que se harta de estar bien en su casa y pide a su padre la herencia. Se marcha. Gasta lo que tiene. Lo pasa mal. y determina volver.
El padre, que no está feliz desde el día en que se marchó su hijo. Que lo espera siempre. Que sale al camino por ver si viene. Y que un día lo ve a lo lejos. Y corre hacia él. Lo abraza, lo hace entar, lo viste. Y celebra para él un gran comida de fiesta.
El otro hermano que siempre se quedó en casa, que estuvo bien siempre y que nunca había tenido la experiencia dolorosa de estar lejos de su casa, no entiende lo que hace el padre.
Lo que cuenta Jesús es una parábola. Detrás de ella se esconde una verdad religiosa que él nos quiso explicar.
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Cada uno de nostros somos el hijo que se marchó, el hijo pródigo. Estábamos felices viviendo con Dios nuestro Padre. Y un día -cada uno sabe cuándo- dijimos <<no>> a Dios. Y nos marchamos de su casa. No estábamos de acuerdo con lo que él nos mandaba, con lo que él nos quería y nos decía. Nos aburrimos. Y lo dejamos.
Hicimos nuestro capricho. Nos portamos mal con los demás. Fuimos egoistas. No trabajamos lo suficiente. Sobre todo en nuestro corazón le dijimos.<<no>> me interesas. Yo hago lo que quiero...
Y anduvimos vagabundo. Y tristes. Y solos. Nuestro corazón estaba sucio. Lo pasamos mal.
Pero un día sentimos dentro de nosotros un deseo de volver a Dios. Estábamos arrepentidos de haberle dicho <<no>> Y avergonzados, determinamos volver a casa, es decir, cambiar por dentro, convertirnos.
Dios nuestro Padre nos esperaba siempre. Dispuesto a perdonarnos, a querernos, a que viviéramos con él como hijos de Dios. Y salió a nuestro encuentro. Y por medio de Jesús, nuestra luz, nos mostró el camino que lleva hacia él.
El perdón del Padre nos debe llevar a perdonar a los hermanos, a ser comprensivos con ellos, a buscar la reconciliación. El hermano mayor de la parábola se resistía a perdonar a su hermano. Y claro, en ese caso, no estaba demostrando ningún amor por su Padre.
Dios ha preparado un banquete para nosotros sus hijos, que estábamos lejos y ahora estamos cerca. Es el banquete de la eucaristía. Todos estamos invitados.
QUE EL SEÑOR NOS BENDIA, NOS GUARDE DE TODO MAL Y NOS LLEVE A LA VIDA ETERNA
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