El Sábado Santo es un día sin liturgia, en silencio, no sucede nada, recuerda la soledad del sepulcro, la tristeza de las mujeres y de los discípulos, la desilusión ante el fracaso. Es un día en el que no hay mucho que decir. Es un tiempo de esperar cuando nada parece indicar que sea sensato esperar. Tras la muerte de Jesús el día anterior, el sábado santo nos enseña a ver que Dios tiene derecho a callar. Así también lo hace María, la madre de Jesús, que acoge su silencio con esperanza y fidelidad en las horas grises. En medio de la tristeza, María va recordando las diversas situaciones que vivió con Jesús, su hijo. Todo comenzó el día en que tuvo la certeza de que el niño que llevaba en sus entrañas era alguien muy preciado a los ojos de Dios. Ahora, en el silencio de su corazón, María va tomando conciencia de lo que ha ido ocurriendo estos días, y Jesús le saldrá al encuentro. La certeza se abre camino en su corazón.
UN GRAN SILENCIO ENVUELVE A LA IGLESIA.
El sentido litúrgico, espiritual y pastoral del Sábado Santo es de una gran riqueza. El venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, recordaba en la Carta Apostólica Dies Domini que “los fieles han de ser instruidos sobre la naturaleza peculiar del Sábado Santo” (nº4). Este día no es un día más de la Semana Santa. Su singularidad consiste en que el silencio envuelve a la Iglesia. De ahí, que no se celebre la eucaristía, ni se administre otros sacramentos que no sean el viático, la penitencia y la unción de enfermos. Únicamente el rezo de la Liturgia de las Horas llena toda la jornada. (Por Franco Raspa SJ)
Dios no puede bajar más bajo. En este tiempo de silencio, similar al descenso de vida acontecido en el seno de su madre, las escrituras nos relatan que Jesús desciende aún más todavía. Ahora, al centro de la tierra, al sheol, al lugar de los muertos. De allí, según la creencia judía, no se regresa. Es el fango, la soledad más solitaria. Las tinieblas, en donde no habita Dios. Los muertos, son los refaim, los impotentes que residen en la tierra del olvido. Allí, como Jonás en el vientre del pez, desciende Jesucristo haciéndose solidario con la soledad de los que callan.
No dejemos a Jesús sólo en su soledad. No pretendamos adelantar la pascua al sábado santo, no intentemos ponernos delante del Espíritu de Dios. Detengámonos en el silencio de nuestras vidas, y tomemos parte espiritualmente en este descenso. Acompañemos al Señor que desciende en soledad extrema. Participemos de esa soledad. Vayamos nosotros también con Él, abrazando aquellos lugares sin respuestas de nuestros corazones, estando muertos con Dios muerto. Permitamos que el Señor en este sábado santo, ilumine la soledad más desolada de nuestras vidas. Pero no lo hagamos como si fuéramos simple espectadores de algo que no nos atañe. Como cristiano, toma tu vasija en tus manos, y ofrécesela al Señor. Acompaña el obrar de Jesús, confiando que Él pondrá palabras donde hoy, hay temor y temblor.
Sé participe tú también del silencio y oscuridad de este día santo, para que cuando llegue la noche gloriosa, reconozcas tú también a Aquel, que te ha desatado de las ataduras de la muerte.
Acompañemos a María, la única lámpara encendida en esa noche oscura. Pero María, su madre, conservaba en su corazón lo que su amado Hijo le había dicho: “al tercer día resucitaré”. Y María esperó hasta el tercer día. En silencio ante el misterio de la muerte, pero esperando que Dios actúe y haga brillar su luz en medio de las tinieblas, esperando que la vida triunfe sobre la muerte. Pese de haber experimentado todo el dolor del día anterior, su fe y su esperanza son mucho más grandes aún. Se mantuvo firme al pie de la cruz, aunque profundamente dolida. En esos momentos lo único que la sostuvo fue la fe. Y también la esperanza de que se cumplieran las promesas de Dios.
María no va al sepulcro con las mujeres a embalsamar el cadáver de Jesús. Ella espera en la Resurrección. Y, antes que, a María Magdalena, Jesús se ha hecho presente en el corazón de su madre, sin necesidad de apariciones, en su fe desnuda.
- El Sábado Santo se caracteriza por un gran silencio, por una vigilancia atenta, por una espera esperanzada…
- Deja el ruido de la calle, de la casa, del trabajo; al menos por un día. Busca un lugar tranquilo y apartado, donde puedas estar a solas, largo rato. Una vez allí, deja fuera los ruidos que te habitan por dentro. Silencia también tus pasiones, tus rebeldías, tus culpabilidades.
- Busca el silencio y la soledad, ten alerta el corazón, donde se escucha la voz el Espíritu. Tu corazón puede ser hoy el lugar de la espera, donde se levantan las esperanzas malheridas por la muerte y se pone en pie la alegría.
- El silencio de este día es muy hondo, pero no es un silencio triste. Jesús viene a desencadenar toda alegría, a poner en marcha de nuevo gestos concretos, a hacer que el amor sea amor cercano.
La Iglesia se une a María en ardiente espera.
- Vive este día con María. Saborea su silencio, su vacío, su soledad. No puede vivir sin Jesús. Lo han echado fuera de la tierra de los vivos y Ella lo busca con el amor de su alma. La Iglesia se une a María en su espera, únete también tú a Ella.
- ¡Qué bueno que esperes con María al Amado que atisba ya por las ventanas, que viene jadeante al encuentro! Ya se oye su voz, ¡qué dulce es su voz en la oscuridad!: “¡Levántate, amada mía, hermosa mía! ¡Ven a mí! La muerte ha sido vencida para siempre. Los inviernos que intentaban paralizar la vida de la humanidad ya han pasado; ahora asoman ya los brotes de la viña, cantan las alondras y el perfume de las flores se extiende por el valle”.
- Al atardecer, ponte en camino; la alegría no la puedes celebrar a solas. La sed encaminará tus pasos hacia el manantial, para que te inunde el agua viva del bautismo. De la soledad ponte en camino hacia la comunidad, para entrelazar tus manos con las manos de muchos hermanos y hermanas y cantar con ellos: “Todas mis fuentes están en ti” (Sal 86). Las dudas, que han puesto polvo en tus pies, se lavarán al confesar, con toda la Iglesia, tu fe y tu amor en Jesús vivo.
- Entra en la Noche Santa con tu cirio para encenderlo en el fuego de Cristo. Lleva preparados tus vestidos de fiesta para danzar con María, con la humanidad, con toda la creación, la música universal del amor.
- Encuéntrate con Jesús, lleno de luz y belleza, que viene a tu encuentro. Abrázate a Él, es el amor de tu vida. Dile, en el colmo de tu asombro: ¡Todo lo has hecho bien!
¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. (Homilia antigua sobre el grande y santo Sábado, Anónimo)
ORACIÓN POR LA PAZ.
«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar». (Parolín, Secretario del Estado Vaticano)
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