1.- Oración introductoria
Señor, acabo de leer el evangelio que va a ser objeto de mi oración hoy. Hay cosas tan tiernas, tan hermosas y, al mismo tiempo, tan duras, tan dolorosas, que necesito que me envíes el Espíritu Santo para que me ilumine y esto que leo, pura letra, se convierta en mí en experiencia de vida. No quiero hacer del amor una bonita teoría. Quiero hacer de mi amor el fundamento de mi vida.
2.- Lectura reposada del evangelio. Juan 13, 21-33.36-38
Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto». «Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros. Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».
3.- Lo que dice el texto.
Meditación-reflexión
Es impresionante la reacción de Jesús ante la traición de un discípulo: “Se turbó”. Y no es para menos. Jesús tuvo con Judas gestos de especial cercanía. Le ha lavado los pies como a los demás y se los ha secado. En la cena le ha dado el bocado “untado en salsa”, signo de una amistad íntima. Y en el huerto, en el mismo “beso de traición” le ha dicho: “Amigo, ¿a qué has venido?” Amigo no porque lo seas sino porque, por mi parte, todavía puedes serlo. Frente a la iniquidad del discípulo “traidor” y en paralelo, aparece otro discípulo que no tiene nombre. Si el nombre para un judío expresa la esencia de la persona, el verdadero nombre de este discípulo ya no puede ser Juan sino “el discípulo que Jesús tanto quería”. Eso es lo verdaderamente importante que ha ocurrido en su vida. Desde ahora se llamará “el discípulo amado”. Nos preguntamos, ¿se puede subsanar una traición? Sí, a base de amor. Y el amor desbordante de este discípulo va a compensar con creces la ingratitud del “traidor”. Como la triple negación de Pedro va a quedar enterrada y olvidada por la triple profesión de amor. Para Jesús poco importa lo que hayamos sido. Lo importante es lo que todavía podemos ser. Me emocionan estas palabras de Jesús: ”Hijos míos qué poco me queda de estar con vosotros” Nunca ha llamado a los discípulos hijos. Y el evangelista que ha sido testigo ocular, dice “hijitos” No hay diminutivos en la lengua que pronunció Jesús esta palabra. Pero Juan no sólo recogió la palabra sino el modo de decirla, el sentimiento que puso. Y para ser fiel a todo esto, al traducirla al griego, la puso en diminutivo, en tono emotivo y cariñoso. A Jesús le costaba arrancarse de aquellos discípulos a los que tanto quería.
Palabra del Papa
“La oración que Jesús hace por sí mismo es la petición de su propia glorificación, de la propia «elevación» en su «hora». En realidad, es más una declaración de plena disposición a entrar, libre y generosamente, en el diseño de Dios Padre que se cumple al ser entregado, y en la muerte y resurrección. La «hora» se inició con la traición de Jesús y culminará con la subida de Jesús resucitado al Padre. La salida de Judas del cenáculo es comentada por Jesús con estas palabras: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él». No es casual que comience la oración sacerdotal diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti». La glorificación que Jesús pide para sí mismo como Sumo Sacerdote, es la entrada en la plena obediencia al Padre, una obediencia que lleva a la más plena condición filial: «Y ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo fuese». Es esta disponibilidad y esta petición el primer acto del nuevo sacerdocio de Jesús, que es un donarse por completo en la cruz, y justamente sobre la cruz -el supremo acto de amor-, Él es glorificado, porque el amor es la verdadera gloria, la gloria divina”. (Benedicto XVI, 25 de noviembre de 2011).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).
5.- Propósito. Trato de cubrir mis errores del pasado con un cariño especial a Jesucristo.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, salgo impresionado por este evangelio donde, en medio de la más negra ingratitud de Judas, aparece el amor más tierno de otro discípulo que se ha cambiado el nombre porque quiere hacer de su vida una auténtica profesión de amor a Ti y a los hermanos. Gracias porque todavía tengo tiempo para emplearlo en lo que únicamente merece la pena: amar. Amarte a Ti, fuente del verdadero amor, y amar a mis hermanos.
ORACIÓN POR LA PAZ.
«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar». (Parolín, Secretario del Estado Vaticano)
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