“Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
REFLEXIÓN
En este día de Jueves Santo, queremos destacar tres aspectos: La Cena, el Lavatorio de los pies y la salida al huerto de Getsemaní.
LA CENA. No podemos conocer bien lo que fue la Cena de Jesús si ignoramos lo que era la Cena Judía. Ésta estaba enmarcada en un preciso y detallado ritual donde se evocaba la historia del pueblo de Israel en un contexto familiar.
La Cena tenía una visión “retrospectiva de la historia” donde se recordaba y actualizaba, a través del Memorial, todos los años de esclavitud en Egipto, dando paso a la libertad. Pascua significa “paso” de Dios salvando, liberando a su pueblo. Son interesantes las palabras de la Mishná a este respecto: “En cada generación cada hombre debe considerarse como si hubiera salido personalmente de Egipto, pues está escrito: En este día hablarás así a tu hijo: esto se debe a lo que Yavé ha hecho por mí, al tiempo de mi salida de Egipto” (cfr Ex. 13,8).
Jesús celebró la Eucaristía en este contexto judío. Cuando toma un trozo de pan, lo rompe y dice: “Haced esto en memoria mía” (Lc. 22,19) no quiere decir simplemente que nos acordemos de lo que Él ha hecho por nosotros, sino que lo actualicemos, lo hagamos presente en cada celebración y lo vivamos.
Cada Eucaristía nos debe llevar a tener los mismos sentimientos de Cristo en aquella Cena memorable y debemos estar dispuestos a darnos, a entregarnos por los demás.
Por otra parte, la Cena Judía tenía una visión “prospectiva” y ponía la vista en el Mesías que iba a venir. Por eso se dejaba un sitio a Elías, su precursor. Esto daba a la Cena un carácter de agradecimiento por el pasado y de esperanza con relación al futuro.
Todo esto debe pasar a la Liturgia Cristiana. Hay que recordar y hacer presente el Misterio Pascual de Cristo en lo que tiene de Muerte y de Resurrección.
EL LAVATORIO DE LOS PIES. Sería muy lamentable que redujésemos este gesto de Jesús a un mero acto de humildad. Aquí Jesús cambia el MANTO, signo de poder, por la “TOALLA”, signo de servicio, propio de siervos y esclavos.
Cristo quiere convertir la “autoridad en servicio”. Y desea que este gesto continúe en sus discípulos. “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn. 13,13-14). Cristo, lavando los pies, quiere limpiar toda suciedad acumulada en la historia de la Humanidad.
Una Iglesia que busca poder, dominio, fama, dinero, es una Iglesia infiel a este gran gesto de Jesús, algo esencial en su doctrina.
Una Iglesia “sucia” no puede limpiar; una Iglesia “manchada” no puede purificar. Sólo una Iglesia, bien arraigada en Cristo, puede presentar el rostro de la Iglesia soñada por Pablo: “sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada” (Ef. 5,27).
Por otra parte, en Jesús, Dios ha recobrado su verdadero rostro deformado por el hombre. Éste había proyectado en Él sus ambiciones, miedos, intereses y crueldades. Jesús muestra que Dios es Padre que se compromete con su obra, la creación, para llevarla a plenitud, y así rechaza y combate todo aquello que intenta destruirla.
Es impresionante pensar que Jesús en su pasión y muerte se convierte en verdadero “icono” del Padre, una especie de “parábola viviente” del amor que el Padre nos tiene. El Padre no puede aceptar la oración de Jesús: “Pase de mi este cáliz” porque, de una manera misteriosa pero real, ese cáliz es también el cáliz del Padre que quiere beberlo y compartirlo con el Hijo. Ahora entendemos mejor las palabras de Jesús: “de tal manera amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn, 3,16).
SALIDA AL HUERTO DE GETSEMANÍ. Jesús no se queda en el Cenáculo sino que “sale” hacia el huerto del sufrimiento y de la soledad.
De hecho, no pocas veces seguir la misión que se nos encomienda significa encontrar hostilidad, rechazo, persecución. Moisés siente de forma dramática la prueba que sufre mientras guía al pueblo en el desierto, y dice a Dios: «Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, hazme morir, por favor, si he hallado gracia a tus ojos» (Nm 11, 14-15). Tampoco para el profeta Elías es fácil realizar el servicio a Dios y a su pueblo. En el Primer Libro de los Reyes se narra: «Luego anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo: “¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!”» (19, 4).
Jesús, en esta noche, recoge la oración de los grandes orantes del pueblo y hace suyas sus quejas de sufrimiento y angustia. Más aún, en ese miedo y angustia de Jesús se recapitula todo el horror del hombre ante la propia muerte, la certeza de su inexorabilidad y la percepción del peso del mal que roza nuestra vida.
La Eucaristía no termina en el Templo. Al final de cada Eucaristía se nos da una consigna: “ITE, MISA EST”. Según estas palabras latinas, no significa que la Misa ha terminado y podemos ir ya a nuestras ocupaciones. Misa, del latín “Mitto” significa “envío”. Del altar del Señor somos enviados al mundo, al mundo del sufrimiento, del dolor y de las angustias de nuestros hermanos los hombres y mujeres de este mundo.
Y salimos como “Luz” que tiene que iluminar tantas noches de zozobra, angustia y soledad.
Y salimos como “sal” que para dar gusto y sabor, debe perderse y desaparecer. Como desaparece la voluntad de Jesús al identificarse con la voluntad del Padre.
Una cosa queda clara: jamás debemos separar la Eucaristía de la Misión.
ORACIÓN POR LA PAZ.
«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar». (Parolín, Secretario del Estado Vaticano)
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