1. Textos bíblicos
“Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel! Los traeré del país del norte, los reuniré de los confines de la tierra. Entre ellos habrá ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas: volverá una enorme multitud. Vendrán todos llorando y yo los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas: El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como un pastor a su rebaño. Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos; convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas” (Jer 31, 7-10, 13).
«Tres amigos de Job, al enterarse de las desgracias que le habían sobrevenido, acudieron desde sus respectivos países. Eran Elifaz de Temán, Bildad de Súaj y Sofar de Naamat, que se pusieron de acuerdo para ir a compartir su pena y consolarlo. Al verlo de lejos y no reconocerlo, rompieron a llorar, se rasgaron el manto y echaron polvo sobre sus cabezas y hacia el cielo. Después se sentaron con él en el suelo y estuvieron siete días con sus noches, pero ninguno le decía nada, viendo lo atroz de su sufrimiento» (Jb 2,11-13).
2. Reflexión
“Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta, pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias" (Francisco, Exhortación Apostólica “Evangelii gaudium”, 6). La “superación” de esos estados de ánimo, de tanta tristeza y desesperanza, pasa por permitir que la fe nos abra el camino a la esperanza. Y, el conocimiento de la fe está ligado a la escucha del “Dios fiel, que establece una relación de amor con el hombre y le dirige la Palabra (…). San Pablo utiliza una fórmula que se ha hecho clásica: fides ex auditu, la fe nace del mensaje que se escucha (Rm 10, 17) (Francisco, “Lumen fidei”, 29).
La sanación de tanta tristeza y sufrimiento psicológico requiere abrir el oído del corazón a Dios que escucha mi voz suplicante (Sal 114), y reconocerle en la Palabra de Dios, escucharle, y Él convertirá nuestra tristeza en gozo, y nos alegrará y aliviará nuestras penas, Él nos guiará entre consuelos. La sanación, entonces, pasa por anunciar la presencia del que es la causa de nuestra alegría, por abrir el oído a esta Palabra: “estad alegres, el Señor está cerca” (Flp 4,4). San Pablo nos exhorta a “estar alegres” y nos da el motivo: “el Señor está cerca”. Benedicto XVI, en una meditación improvisada tras el rezo de la Hora Tercia al comenzar la primera Congregación general del Sínodo de los Obispos el 4-X-2005, nos hacía una reflexión en este sentido, que vale la pena repetir en parte, aunque la cita sea un poco larga: “En una vida tan atormentada como era la suya -se refiere a San Pablo-, una vida llena de persecuciones, de hambre, de sufrimientos de todo tipo, sin embargo, una palabra clave queda siempre presente: “estad alegres” (…). Nace aquí la pregunta: ¿es posible ordenar la alegría? La alegría, quisiéramos decir, llega o no llega, pero no puede ser impuesta como un deber. Y aquí nos ayuda pensar en el escrito más conocido sobre la alegría de las Cartas paulinas, estad alegres porque “el Señor está cerca” (…) Si el amado, el amor, el más grande don de mi vida, me es cercano, si puedo estar convencido que quien me ama está cerca de mí, aunque esté afligido, queda en el fondo del corazón la alegría que es más grande que todos los sufrimientos. (…) Y así este imperativo, en realidad, es una invitación a darse cuenta de la presencia del Señor en nosotros. Es la conciencia de la presencia del Señor. El apóstol busca hacernos conscientes de esta presencia de Cristo - escondida pero bastante real - en cada uno de nosotros. Para todos nosotros son verdaderas las palabras del Apocalipsis: llamo a tu puerta, escúchame, ábreme. Es, por esto, una invitación a ser sensibles por esta presencia del Señor que toca a mi puerta. No debemos ser sordos a Él, porque los oídos de nuestros corazones están tan llenos de tantos ruidos del mundo que no podemos escuchar esta silenciosa presencia que toca a nuestras puertas. (…) Él toca a la puerta, está cerca de nosotros y así está cerca la verdadera alegría que es más potente que todas las tristezas del mundo, de nuestra misma vida”.
La sanación también pasa por la palabra humana, por saber decir cómo estamos, no tanto lo que nos pasa, por ser capaces de identificar los temores y tristezas, y manifestarlos. Ciertamente no siempre es sencillo abrir el corazón y mostrar el sufrimiento que llevamos, porque, como dice Alberto Cano Arenas (SJ) en su artículo: “El libro de Job y el ministerio pastoral”, publicado en La Civiltà Cattolica (2023): “muchas veces nunca sabremos la verdadera razón de nuestro sufrimiento”, además “nunca sabemos completamente lo que el ser humano que tenemos delante está sufriendo en su interior”. Por ello es preciso abrir a “quienes sufren – en su cuerpo, en su mente o en su espíritu - un espacio genuino para escuchar el grito de sus sufrimientos”, para acoger “sin limitaciones, censuras ni falsas prudencias una diversidad de voces que no siempre son fáciles de escuchar. Porque el dolor humano en ocasiones se vuelve enormemente difícil de sostener. Y, no obstante, la escucha del dolor propio constituye, para quien sufre, una importante necesidad y puede abrirle el camino para una ulterior sanación: ¡ojalá que hubiera quien me escuchara!”. Por esto es preciso mantenernos “abiertos a las diferentes voces que aparecen en los encuentros con las personas sufrientes” algo que “nos dispone a aceptar la complejidad que experimenta el ser humano en los momentos de dolor”. No olvidar que es preciso “entender el enorme coste personal que supone mantener en silencio el sufrimiento para no mostrar la propia vulnerabilidad”.
Decir y oír es el inicio de la sanación, “porque una palabra es, ante todo, una relación, mucho más que un concepto” (Fabio Rosini, “El arte de una vida sana”). La palabra oída o pronunciada establece y supone una relación y una comunión personal. Dios cuando nos habla no sólo se revela ¡Se nos da Él mismo! “Es necesario haber tenido la experiencia de que el Señor tiene el poder de dar la vida allí donde nosotros la hemos perdido. Y cuando tenemos esta experiencia podemos ver que muchos que parecen muertos, acabados, agotados, rotos, irremediablemente destrozados, son personas que en realidad pueden despertar” (ibíd.).
3. Para la reflexión en grupo
- Para ayudar a aliviar las penas y el sufrimiento psicológico ¿por qué es importante el reconocimiento de nuestra propia fragilidad?
- ¿Qué diferencia hay entre oír y escuchar al que sufre? ¿Por qué es importante escucharle?
- ¿Cómo ayudar a quien sufre a abrir el corazón al Padre de todo consuelo?
- ¿Cómo facilitar al que sufre abrirse a comunicar sus sufrimientos?
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