Si no escuchan a Moisés y a los profetas,
no se convencerán ni aunque resucite un muerto.
INTRODUCCION
“Lázaro yacía a las puertas de la casa del rico, pero éste no lo veía. ¿A dónde dirigía su mirada? ¿A los cielos para agradecer y bendecir a Dios por su riqueza?… ¿O iría repasando los nombres de los amigos invitados, para asegurarse de que no faltaba ni sobraba nadie?… ¿O miraba tal vez alrededor, para ver quienes le saludaban, quienes le aplaudían o quienes le felicitaban? No sabemos dónde dirigía su mirada ese hombre rico, pero ciertamente no la dirigía a Lázaro, ese mendigo asqueroso que yacía a las puertas de su casa. Ese rico, sin duda, habría ido a la escuela, incluso conocería la Ley y los Profetas, pero no había aprendido a ver. Fue cuando dejó esta vida y atravesó las puertas de la muerte cuando, sumido en el dolor, levantó los ojos y vio. Pero ya era tarde” (Sergio César Espinosa).
LECTURAS BÍBLICAS
1ª lectura: Amós 6, 1ª-4-7, 2ª lectura: 1Timoteo: 6,11-16
EVANGELIO
Lucas (16,19-31):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
MEDITACIÓN-REFLEXIÓN
1.- LA RIQUEZA ENVILECE EL ALMA. El término de comparación por parte del Señor no es de un rico que se permite el lujo de comer chuletas cada día y el pobre sólo come lentejas. Se trata de un rico que derrocha… “banquetea”, come espléndidamente todos los días, bebe los mejores vinos y se viste de lino y púrpura. Acentúa las diferencias hasta provocar escándalo. Esto se ve más claro desde que sabemos que la costumbre era la de limpiar el primer plato con migas de pan y después echarlo a los perros. ¡Ni esto le daba!… ¿No pasa eso mismo ahora? Hay muchos miles de personas que se alimentan de lo que recogen en los basureros…
2.- LA RIQUEZA ENDURECE EL CORAZÓN. El dinero endurece el corazón. “Engarza en oro las alas del pájaro y ya nunca podrá volar al cielo”. Tenemos entendimiento y voluntad para poder volar, pero el dinero nos rompe las alas. Ya no hablamos de solidaridad, igualdad, fraternidad… Sólo nos interesa lo que está a ras de tierra, el vuelo horizontal… La parábola del rico Epulón y Lázaro es, ante todo, el relato estremecedor de la “insensibilidad” del que más tiene ante el sufrimiento del más desgraciado. Esto, sin duda alguna, es lo primero que salta a la vista cuando se lee esta “historia ejemplar” (F. Bovon). En el Juicio Final, el Señor nos dirá: “Tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, estaba desnudo y no me vestisteis, en la cárcel y no me visitasteis…Y nosotros, asombrados, le diremos:: ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, encarcelado?… Y el Señor nos dirá: Ése ha sido vuestro problema: “que no me habéis visto” (Mt. 25,37-40).
3.- LA RIQUEZA OFUSCA LA MENTE. La persona normal es aquella que sabe que vivir es convivir, que nos necesitamos, que no somos pantallas sino puentes entre unos y otros. Y aquí en la parábola se dice que entre ricos y pobres se ha levantado una fosa tan honda que ya unos no pueden pasar donde están los otros.
a) A nivel individual estamos viendo cómo es frecuente oir quejarse a las personas mayores en las Residencias: No vienen a verme mis paisanos, mis vecinos; y a veces, ni siquiera mis hijos ni mis nietos a darme un beso. Se les cortan a los ancianos los puentes afectivos y sólo desean morirse. No mueren de hambre, ni de frío, ni de estar mal atendidos en la Residencia. Se mueren de asco, es decir, de soledad.
b) Pero los puentes también se cortan entre unas naciones y otras. Los países del primer mundo ya no se relacionan con los del tercer mundo. Los del Norte no se relacionan con el Sur…. Por eso mientras unos, los ricos, son cada vez más ricos, los otros, los pobres, son cada vez más pobres. Esto no entra en el plan de Dios que quiere que los bienes de este mundo estén bien repartidos y lleguen a todos.
PREGUNTAS
1.- ¿Estoy convencido de que la riqueza, sin compartir, hace que la vida sea cada día más vil y miserable?
2.- ¿Crees que, después de la pandemia, somos más solidarios, más humanos, más buenas personas?
3.- ¿Qué se me ocurre hacer para mejorar este mundo?
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