Ante Jesús difieren las opiniones: ¿Actuaba por el poder supremo de Dios o era un impostor, un falso profeta, un blasfemo y un quebrantador de la ley? Quien le odiaba, sólo veía que se ponía en el lugar de Dios: perdonar pecados, relativizar la ley del sábado: éstos eran delitos que se castigaban con la muerte.
Ésta es la historia externa. Pero,
- ¿por qué se le ocurrió a Jesús meterse en el infierno de Jerusalén, sabiendo que moriría allí?
- ¿por qué no rehuyó del juicio? ¿
- por qué no animó a sus discípulos a luchar?
- ¿por qué no reaccionó el cielo?
Para todo esto sólo hay una respuesta:
Jesús fue a morir libremente. Él lo quería así. El Padre lo quería así.
Siempre se dice: Jesús lo hizo por amor a nosotros. O se dice: lo hizo para redimirnos mediante su pasión. Pero ¿qué quiere decir esto?
¿Cuál fue el sufrimiento de Jesús?
Quizás has visto la película La Pasión de Mel Gibson. Algunos dicen que es una mala película, que sólo busca efectos brutales. Y realmente la película es una orgía repugnante de sadismo, sangre y violencia.
Otros dicen: ¿Y qué queréis? En realidad fue más o menos así el momento de la muerte de Jesús.
La crucifixión estaba considerada como la forma más cruel de ejecución en la Antigüedad. Ningún ciudadano romano podía ser crucificado; en la mayoría de los casos se castigaba con ella a esclavos que se habían escapado. Jesús fue clavado en la Cruz, pero esto no fue todo. Le maltrataron y le torturaron antes de todas las formas imaginables. Contempla los “instrumentos de la Pasión” de Cristo, que se encuentran en muchas representaciones antiguas (en la página de la derecha se ve la Cruz Arma Christi de la capilla Wendelin en Bremenried):
- El cáliz de la Pasión nos recuerda la sangre, “que es derramada por vosotros” (Lc 22,20).
- Mediante una esponja clavada en un palo se ofreció al moribundo vinagre para mitigar la sed.
- Los clavos se clavaron mediante un martillo en las muñecas de Jesús.
- Con una corona de espinas se ridiculizó a Jesús.
- Privado de sus vestidos, Jesús tuvo que morir desnudo y sin dignidad.
- El cántaro de agua hace referencia a Pilato, que se lavó sus manos después de haber entregado a Jesús para que lo ejecutaran.
- Los dados les sirvieron a los soldados para echar a suertes las vestiduras de Jesús.
- Con unas tenazas le quitaron a Jesús, después de muerto, los clavos de sus articulaciones.
- La lanza nos recuerda que el corazón de Jesús fue atravesado con ella.
- Atado a una columna, Jesús fue torturado con un látigo de flagelar hasta el desfallecimiento físico.
- La escalera nos recuerda que el cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz.
Mediante estos “instrumentos de la Pasión” Jesús sufrió dolores crueles. Pero si Jesús únicamente hubiera sufrido por ello, ¿qué le diferenciaría de cada uno de los seis mil es- clavos supervivientes del levantamiento de Espartaco (73-71 antes de Cristo), que fueron crucificados a lo largo de varios kilómetros en la via Appia, a las puertas de Roma? ¿Qué diferenciaría su miedo a la muerte del miedo a la muerte de los niños judíos en las cámaras de gas de Auschwitz?
Sólo hay una única diferencia entre la Pasión de Jesús y el sufrimiento de tantos millones de personas:
Aquí no fue clavada en la cruz una persona; aquí murió el amor mismo: el Hijo de Dios hecho hombre.
¿Cuál fue entonces el sufrimiento de Jesús? Padeció por todo el odio, toda la maldad, todos los crímenes, todas las faltas de amor que han oscurecido siempre la tierra.
También padeció por ti y por mí.
El golpe mortal
En el boxeo se habla de que algunos boxeadores tienen un “golpe mortal”, es decir, que con sus puños podrían verdaderamente matar a alguien. En un solo movimiento de su puño está concentrada una fuerza tan inmensa que el contrincante es machacado por ella. Naturalmente los boxeadores correctos desean como mucho el k.o. de su adversario; pero ya se ha dado el caso de que algún boxeador muriera en el ring a causa del puñetazo de su contrincante.
Cuando Dios se hizo hombre, para demostrarnos su amor sin límites, el MAL se preparó para asestar un golpe mortal. “Lucharon vida y muerte en singular batalla”, dice un antiguo himno de Pascua.
Fue como si todas las desgracias y todo el mal del mundo se hubieran concentrado en Jerusalén en esos días oscuros de abril del año 30, para cargarse al AMOR por excelencia, a JESÚS. Se dio una situación que podía haber inventado el propio diablo:
- Fanatismo, odio, mentira, falso testimonio, frío cinismo, juegos de poder, brutalidad, tortura, cobardía, apatía, traición, silencio.
Como hemos dicho, era como si todo el mal del mundo se con- centrara para asestar al Amor el golpe mortal.
¿Y qué hizo Jesús?
Dejó caer los brazos. No devolvió el golpe. No se defendió. Permaneció en silencio ante Pilato. Cargó con la cruz. Permitió que todo el poder del mal cayera sobre él. Murió para poner un nuevo comienzo al mundo.
Entregó su vida, también por ti y por mí.
¿Cómo comprendía Jesús su propia muerte?
Se puede especular mucho sobre la muerte de Jesús. Lo mejor es atenerse a lo que dice la Biblia. Pues Jesús mismo explicó el sentido de su muerte. Los evangelistas lo han escrito, ciertamente no de forma literal, pero en su conjunto de forma digna de confianza. Tenemos que leer una y otra vez es- tos textos sagrados (y pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a entenderlos), para poder comprender cada vez más profundamente lo que quieren decir.
Una jugadora de voleibol, un franciscano y alguien que no se arrodilló ante Hitler
¿Qué se consigue muriendo por otra persona? ¿No sería mejor mantenerse con vida? Antes de hablar de Jesús debemos hablar de tres personas normales que lo han hecho.
¿Qué? ¡Mi vida por la tuya!
Tres ejemplos:
La jugadora de la selección polaca de voleibol, Agata Mróz (1982–2008), no sólo fue hermosa como una supermodelo y una deportista extraordinaria (entre otras cosas dos ve- ces campeona de Europa), también fue una cristiana notable. En junio del año 2008 fue derrotada por un peligroso cáncer, después de que rechazara, antes del nacimiento de su hija en abril de 2008, todo tipo de tratamiento que pudiera haber puesto en peligro la salud de su hija. Mu- rió con 27 años. Y salvó a su hija. Poco antes de su muerte dijo: “No me arrepiento de mi decisión. Si tuviera que optar de nuevo, tomaría la misma decisión. Soy feliz y me voy satisfecha”.
Fue en el año 1943, en Auschwitz, el más terrible campo de exterminio de los nazis. Uno de los prisioneros era un famoso, un hombre genial, conocido en toda Polonia: Maximiliano Kolbe, un franciscano. Con 33 años había fundado una gigantesca ciudad-convento, que tenía una editorial, una imprenta, talleres, una emisora de radio, un convento y un instituto de enseñanza media. En 1939 lo atraparon los nazis y lo llevaron finalmente a Auschwitz. Y allí pasó algo increíble: un día Kolbe vio cómo condenaban a muerte a un hombre llamado Franz Gajowniczek. Kolbe sabía que este hombre tenía mujer e hijos. De forma espontánea se ofreció a los agentes de las SS: “Dejad vivir a este hombre. ¡Tomad mi vida a cambio de la suya!”. Los nazis aceptaron el trato y arrastraron a Kolbe a un búnker para hacerle morir de hambre. Durante varios días, todos los que pasaban delante del búnker de la muerte oyeron cómo Kolbe oraba y cantaba dentro. Finalmente los agentes de las SS le pusieron una inyección de veneno. Cuando en el año 1982 fue canonizado Maximiliano Kolbe, Franz Gajowniczek estuvo en la plaza de San Pedro y no pudo contener las lágrimas.
El padre palotino Franz Reinisch, austríaco, se había dado cuenta pronto de que Hitler era un crimi nal: “Como cristiano… no puedo prestar jamás el juramento de fidelidad a un hombre como Hitler. Tiene que haber hombres que protesten contra el abuso de autoridad; y me siento llamado a esta protesta”. En algún momento sería llamado a filas y tendría que prestar el juramento a Hitler. Mediante órdenes e instancias, los amigos y los superiores intentaron proteger a Reinisch de su propio valor. En vano. Cuando, en abril de 1942, fue llamado a filas, declaró ya a la puerta del cuartel que se negaría a prestar a Hitler el juramento de fidelidad. Reinisch fue arrestado inmediatamente. El 21 de agosto de 1942 fue el 42 día de su condena: a medianoche se confesó, a la una recibió la 43 Sagrada Comunión. A las tres entregó todos los objetos que le quedaban: el crucifijo, el rosario, algunos libros y su carta de despedida. A las tres y media le quitaron los zapatos y los calcetines, le ataron las manos a la espalda y lo condujeron al sótano, al cuarto de ejecución. A las 5:03 fue decapitado.
Agata Mróz murió en lugar de su hija.
Maximiliano Kolbe murió en lugar de Franz Gajowniczek.
Franz Reinisch murió en lugar de todos los que no tenían valor para ofrecer resistencia a Hitler.
El misterio de la sustitución
Una sustitución es necesaria cuando uno mismo no puede estar en su sitio:
- Nadie más que Agata Mróz podría haber salvado a su hija.
- No había nadie que tuviera fuerza para salvar a Franz Gajowniczek del búnker de la muerte, más que Maximiliano Kolbe.
- Nadie más que Franz Reinisch estaba allí, a quien Dios le inspiró que era mejor morir que prestar juramento de fidelidad a un criminal.
¿Y por qué murió entonces Jesús? Porque nadie más podía hacer en su lugar lo que él hizo por nosotros.
- Somos parte de un mundo que ha renegado de Dios, que se aleja de él a la velocidad de la luz.
- No podemos salir de un apuro por nuestras propias fuerzas. Dios tiene que salvarnos. Alguien tiene que hacernos volver a casa.
- En Jesús, Dios se acercó totalmente a nosotros. En la tierra del pecado original. En la miseria de nuestra lejanía de Dios. En la oscuridad de nuestro pecado. En nuestras tristezas, nuestros sufrimientos, nuestros gritos, nuestra desesperación, nuestra necesidad de morir. En los campos de concentración y en las cámaras de gas.
- Aún podemos huir de Dios. Pero cuando llegamos al punto más profundo, allí hay alguien: Jesucristo.
- En el valle de la muerte nos espera el AMOR.
- Cuando Agata Mróz, Maximiliano Kolbe y Franz Reinisch llegaron al valle de la muerte, fueron recibidos por Jesús, que los llevó consigo a la alegría, a la gran fiesta de la vida: la comunión eterna con Dios.
FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS
Precisamente Jesús, en quien nuestro anhelo reconoce a la bondad personificada, fue ejecutado de la manera más cruel posible. ¿Por qué? Y parece como si se hubiera entregado a su padecimiento plenamente consciente y por su propia voluntad. Y también aquí: ¿por que? Y –> 96, 97
Nuestras dificultades en el capítulo anterior para comprender la relación entre Dios y hombre en Jesucristo también fueron las de sus contemporáneos: ¿era Dios el que actuaba poderosamente en Jesús o era el Nazareno un estafador, un blasfemo? Para la blasfemia contemplaba la ley judía religiosa la pena de muerte; Jesús fue condenado y ejecutado por la fuerza ocupante romana con el castigo más cruel y humillante de su tiempo. Y –>101
Cuidado: no podemos pasar de largo la pregunta sobre quien es exactamente el culpable de la muerte de Jesús en la cruz ya que, en realidad, cada uno de nosotros lo hemos crucificado y lo seguimos crucificando hasta hoy a través de nuestros pecados, como el odio, el cinismo, la pereza, la cobardía, la mentira y la traición.
En capítulos anteriores nos ha quedado claro que Dios no se queda de brazos cruzados viendo cómo el hombre, por la reacción en cadena del pecado, va destruyéndose a sí mismo y al mundo. ¿Y qué es exactamente lo que hace? Nos envía a Jesucristo, el Salvador y Redentor, que nos arranca del poder del pecado. Y –>70
Aquel que nos debía salvar tenia que ser humano como nosotros, que habíamos cavado la zanja infranqueable del pecado entre nosotros y Dios. Él tenía que ser, por un lado, un verdadero hombre, no un ser intermedio, ni un ángel. Porque Él tenía que representar a la humanidad, que se había alejado de Dios. Tenía que venir uno que fuera “igual que nosotros, menos en el pecado”, una persona libre de pecado que se dirija a Dios, en el que confié, que realice un cambio de rumbo. Su obediencia debía ser como la de Abrahán, que era capaz incluso de sacrificar a su hijo.
El profeta Isaías describió a este enviado de Dios en su famoso ”Canto del siervo de Dios” (B-> Is 42,1-9; 49,1-9; 50,4-9; 52,13-53,12). Este traerá la luz y el derecho a todas las naciones. Para ello, él mismo cargaría con la humillación y la vergüenza hasta la ofrenda de su propia vida y, a pesar de todo, para todos sus días (Capítulo 53). El sufrimiento del siervo que carga con nuestras culpas y nos justifica es la profecía de Cristo, del Mesías, que significa ”ungido”. El mismo Jesús resucitado explicó esto a sus discípulos, que iban de camino a Emaús (B‐)Lc24,25-27). Y ellos han seguido anunciándolo (cfr. B à Hch 8,30‐35).
Dios mismo toma en Jesucristo, hecho hombre, toda la fuerza de la lejanía de Dios. Y porque Dios es amor, la lejanía de Dios es odio y violencia. Y ya que Dios nos hizo por amor y la separación de Él, nuestro Creador, tiene que ser un dolor profundo (algunos hablan de la ”Ofensa” a Dios), el camino para la salvación no puede ser más que un camino de sufrimiento. Jesús tomó el sufrimiento sobre sí. En Él se junta, se concentra, se focaliza toda la violencia de la ausencia de Dios hasta el ”golpe mortal” en el que se manifiesta Dios en Jesucristo. Al final muere el ”Dios hecho hombre”. Pero El mismo ha realizado la ofrenda de Abrahán. Y-> 73
Y esto no fue ninguna casualidad ni ningún desarrollo trágico: Jesús fue “entregado conforme al plan que Dios tenía y previsto” (B ->Hch 2,23). El mismo ya lo sabia: ”… pero si por esto he venido, para esta hora (B-> Jn 12,27). Pertenece al conocimiento por la fe que esta era la consecuencia y la manifestación del amor de Dios. El Padre y el hijo eran aliados inseparables de esta misión, dispuestos y totalmente deseosos de asumir sobre sí lo máximo por amor al hombre, lleva este amor contra toda la maldad del mundo hasta la cruz y entregarnos en la cruz el perdón. Por ambas partes se trata de un amor que demostró hasta el extremo de la cruz. Y -> 98
El papa Benedicto XVI realizó una meditación impresionante sobre cómo Jesús en el Huerto de los Olivos, en el huerto de Getsemaní, antes de padecer, unió su voluntad con la voluntad del Padre:
“No se haga mi voluntad, sino la tuya. ¿Qué es mi voluntad? ¿Qué es tu voluntad, de la que habla el Señor? Mi voluntad es ‘que no debería morir’, que se le evite ese cáliz del sufrimiento; es la voluntad humana, de la naturaleza humana, y Cristo siente, con toda la conciencia de su ser, la vida, el abismo de la muerte, el terror de la nada, esta amenaza del sufrimiento. Y siente el abismo del mal más que nosotros, que tenemos esta aversión natural contra la muerte, este miedo natural a la muerte. Además de la muerte, siente también todo el sufrimiento de la humanidad. Siente que todo esto es el cáliz que debe beber, que debe obligarse a beber, aceptar el mal del mundo, todo lo que es terrible, la aversión contra Dios, todo el pecado. Y podemos entender que Jesús, con su alma humana, sienta terror ante esta realidad, que percibe en toda su crueldad: mi voluntad sería no beber el cáliz, pero mi voluntad está subordinada a tu voluntad, a la voluntad de Dios, a la voluntad del Padre, que es también la verdadera voluntad del Hijo. Así Jesús, en esta oración, transforma la aversión natural, la aversión contra el cáliz, contra su misión de morir por nosotros; transforma esta voluntad natural suya en voluntad de Dios, en un ‘sí’ a la voluntad de Dios”.
Y ahora volvemos nuestra mirada hacia la inclinación humana, hacia la inclinación de cada uno de nosotros de oponernos a la voluntad de Dios. ¿Qué hace Jesús con su sufrimiento voluntario a través del cual toma los pecados de la humanidad entera, Él, a quien tenemos que seguir? “Jesús tira de nuestra voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca autonomía; tira de nuestra voluntad hacia lo alto, hacia la voluntad de Dios. Este es el drama de nuestra redención, que Jesús eleva hacia lo alto nuestra voluntad, toda nuestra aversión contra la voluntad de Dios, y nuestra aversión contra la muerte y el pecado, y la une a la voluntad del Padre: ‘No se haga mi voluntad, sino la tuya. En esta transformación del ‘no’ en un ‘sí’, en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, él transforma la humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro ‘no’ y entrar en el ‘sí’ del Hijo. Mi voluntad está allí, pero es decisiva la voluntad del Padre, porque esta es la verdad y el amor” (Audiencia General del 20 de abril de 2011).
La Redención por Jesucristo la celebramos en Pascua. La fiesta de Pascua se conoce como el Triduo Pascual o, en latín, Triduum Paschale. El domingo previo celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén: el Domingo de Ramos. El Jueves de la Semana Santa, que había comenzado el domingo, recuerda la Iglesia la Última Cena, la institución de la Eucaristía. Luego, tras la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, es prendido en el huerto de Getsemaní. Y con esto empieza su Pasión. El Viernes Santo es el día de la crucifixión, y por eso es día de ayuno y abstinencia. El Sábado Santo es el día del silencio de la sepultura de Jesús. Y el Domingo de Pascua celebramos la Resurrección.
La sucesión de estos días explica, al mismo tiempo, la Redención. Por el sufrimiento y la muerte en cruz, Jesucristo ha tomado los pecados de todo el mundo sobre sí mismo. Y se dirigió a la muerte siendo un verdadero hombre, no simplemente un dios inmortal al que nada le afecta. Y con esto llegamos a un punto realmente negro de la historia sagrada: la muerte de Dios. Recordamos que la muerte es el resultado del pecado original, la última consecuencia de la lejanía de Dios; que al final de la vida humana este revesa a Dios o el abandono de Dios nos lleva al “no” definitivo, a la muerte. Este es el abandono de Dios del que Jesús habla poco antes de su muerte. Por así decirlo, Dios entra a través de Jesucristo en la negación de sí mismo. Esté reino de la muerte lo llaman los judíos el Sheol y los griegos el Hades. “Descendió a los infiernos”, decimos en el Credo. Esto es el Sábado Santo.
“Si Dios ha sufrido y muere de verdad, entonces no es un dios distante, que está sentado en algún sitio lejano sobre una nube y no tiene ni idea de cómo nos va. Él se ha hecho realmente cercano a nosotros. Pero la muerte de Jesús tiene un sentido profundo”.
Input: El pecado nos separa de Dios
Recuerda a tu grupo con el dibujo de “antes de la zanja” el problema de que el hombre se separa de Dios a través del pecado y que esta separación no se puede arreglar por su solo esfuerzo (cfr. sesión n° 3 sobre el pecado). Y ahora se encuentra Dios ante el siguiente problema: Él quiere estar en comunión con nosotros los hombres (cfr. el plan de Dios para nosotros), pero el hombre ya no puede volver a Él. Pero Dios no puede hacer ahora simplemente como si no existiera esa zanja entre el hombre y Él, ya que esta zanja, causada por el pecado, está ya en realidad ahí, así como existen nuestras malas acciones y no se pueden borrar de nuestra línea del tiempo cuando nos arrepentimos de ellas.
La solución de Dios
Ya que nuestra culpa no puede desaparecer fácilmente, solamente hay una solución: alguien tiene que cargarla sobre sí mismo. Y, además, ese alguien no puede cargar con ninguna culpa propia sobre sí. Pues Dios decide encargarse Él mismo de este asunto. Dios (y en especial la segunda persona de la Trinidad, el Hijo) se hace hombre en Jesucristo y toma en sí mismo nuestra culpa en su muerte en cruz. Con su sacrificio estamos de nuevo en la situación de poder volver a Dios.
Input: Nuestra tarea en el plan de Dios
Jesús ha vuelto a abrir el camino hacia Dios de manera que podamos regresar a Él. Pero Él no nos puede obligar a la unión con Dios, porque un amor por obligación no es amor verdadero. Nuestra tarea es, por tanto, responder a la extraordinaria oferta de Dios de decidirnos por Él y amarlo como Él nos ha amado. El primer paso ya lo dieron nuestros padres por nosotros en el Bautismo, en el que Dios nos ha liberado del pecado original. Pero ahora nos toca a nosotros dirigirnos por nosotros mismos hacia Dios y volver siempre hacia Él cuando la fastidiemos. Y tenemos que estar al tanto: Jesús ha abierto el camino, ahora es nuestra tarea ir hacia Dios.
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