¡Alegraos conmigo!
INTRODUCCION
En las parábolas debemos distinguir bien entre el núcleo fundamental y las partes accesorias. Jesús quiere que nos fijemos en lo nuclear de la parábola. Pues bien, el gran especialista en parábolas, Dr. Joaquín Jeremías ha analizado bien ese núcleo en estas tres parábolas de misericordia. Y ha llegado a esta conclusión: Lo esencial de estas parábolas es la “insensatez”. Es insensato un pastor que, por ir a buscar una oveja que se le ha perdido, abandona las otras noventa y nueve en el establo. Es insensato un padre que trate de esa manera tan exquisita a ese hijo que es una verdadera calavera. Y es insensata la mujer que se pasa la noche buscando una moneda (de escaso valor) y al amanecer invita a celebrarlo con los amigos y vecinos. Conclusión: Ha llegado un momento en que Dios ha perdido el juicio, y se ha vuelto loco, pero loco por amor a los hombres y mujeres de este mundo.
LECTURAS BÍBLICAS
1ª lectura: Ex.32,7-11.13-14. 2ª lectura: 1Tim. 1,12-17
EVANGELIO
Lc.15,1-32:
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”». Palabra del Señor
REFLEXIÓN
1.- LOS PROTAGONISTAS DE ESTAS HISTORIAS. Hasta ahora hemos hablado de los protagonistas de esta manera: Parábola de la “oveja perdida”. Y hemos dado el protagonismo a la oveja, Hemos hablado de la parábola del “hijo pródigo”. Y hemos creído que el protagonista era el hijo. Y también hemos hablado de la “moneda perdida” Y hemos dado el protagonismo a la moneda. ¡Y nos hemos equivocado! El protagonista es el pastor, es la mujer y es el padre. A Jesús ni se le pasó por la cabeza hacer una parábola para describir las miserias de ese hijo. Pero empleó todo el tiempo en hacer una presentación bella, tierna, encantadora de la bondad del Padre. En realidad, el protagonista es Dios en forma de “pastor”, en forma de “padre” y en forma de “mujer”. Y esto último nos extraña profundamente dado el concepto que se tenía de la mujer en su tiempo.
2.- EN ESTAS PARÁBOLAS SE NOS REVELA EL VERDADERO ROSTRO DEL PADRE. Y digo que se nos “revela” porque son parábolas-revelación. Lo dice muy bien la introducción a este capítulo quince: Los pecadores se acercan a Jesús “para escucharlo”. Lo siguen por todas partes y les encanta sus palabras. Los fariseos y los escribas (aquellos que el pueblo tenía como santos) también acudían, pero no para escucharle, sino para criticarle, para llevarle la contraria, y difamarle. Ante esto, Jesús responde con estas parábolas. Quiere justificar su modo de proceder. Y es como si les dijera a los escribas y fariseos: Os pasáis la vida con la Biblia en las manos y no tenéis ni idea de lo que es Dios. Ahora os lo voy a explicar a ver si os enteráis de una vez.
En las tres parábolas, pero de una manera especial en la del Padre Bueno, llama la atención los gestos exagerados: Un padre nunca entregaba la herencia a sus hijos en vida. Un padre nunca sale a esperar al hijo; es el hijo el que debe venir a reverenciar al padre. Y más exagerado que lo dibuje “corriendo”. ¿Qué pretende el evangelista? Darnos a conocer el “amor exagerado, escandaloso de Dios”. Hagamos hipótesis: a) El hijo le pide que le reciba en casa, pero como sirviente. Podría haber dicho: Concedido. Pero no lo hizo. b) Podría haberle perdonado todo, pero con una amonestación: si vuelves a hacer lo mismo, no entras más. No lo hace. c) Podría haberle perdonado todo y dejarlo en la misma situación que tenía antes de irse. De este episodio, olvídate. Para mí sigues siendo el mismo. Y tampoco lo hace. ¿Qué es lo que hace? Lo que el hijo de ninguna manera podría ni sospechar: Le besa, le abraza, le pone el anillo, le calza, le viste y mata para él el ternero reservado para la fiesta. Ese Padre es lo que un hijo no puede ni pensar. Conclusión: Si alguien piensa que esta parábola del Padre la hizo Jesús para decirnos que Dios es bueno, no ha entendido nada. Si saca la conclusión de que Dios es exageradamente bueno, escandalosamente bueno, sí la ha entendido.
3.- EL HIJO MAYOR. La parábola se completa con la postura de este hijo. Aparentemente es el bueno, el servidor, el que no se ha ido nunca de la casa, pero no acepta ni a su Padre ni a su hermano. No acepta al Padre porque le reprocha: “Hace tantos años que te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya y jamás me diste un cabrito para merendar con mis amigos”. El Padre se limita a decirle: “hijo tú siempre estás conmigo” Tú siempre estás como hijo, y me molesta que te sientas esclavo, jornalero. No quiero en casa “siervos que me sirvan” sino hijos que me quieran. Y, “como todo lo mío es tuyo”, el que no hayas cogido un cabrito o diez cabritos, que son tuyos, es tu problema. Tampoco acepta al hermano: “Ese hijo tuyo” …se avergüenza de llamarlo hermano. La tragedia de este Padre es que tiene dos hijos: uno se le ha ido de casa; y el otro se ha quedado en casa, pero no como hijo, sino como siervo. ¿Qué desea el Padre? Que entren los dos hermanos en la fiesta del amor.
PREGUNTAS.
1.- ¿Le dejo a Dios ser protagonista de mi vida? ¿Me fío plenamente de Él?
2.- ¿Estoy convencido de todo lo que Dios me ama? ¿Hasta el punto de hacerme feliz experimentando su amor?
3.- ¿Llevo dentro de mí un hermano mayor? ¿Me limito con servir a Dios? ¿O me agrada el tener hermanos y hermanas? ¿He descubierto que la fraternidad es la gran fiesta de la vida?
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