Cuatro ideas de partida
El documento propone como base cuatro ideas de partida. La visión respetuosa y llena de admiración ante la ancianidad que nos muestran la Escritura y la más antigua tradición cristiana, en la que se subraya la profunda vinculación de las personas mayores con sus familias, contrasta con la realidad que se nos impone en los albores del tercer milenio que nos toca vivir.
En lo relativo a la dimensión social, los mayores han perdido visibilidad: no gusta lo viejo, parece que la ancianidad es una enfermedad contagiosa, se ha pasado de una gerontocracia a una dictadura de la eterna juventud.
En nuestra sociedad, donde va creciendo la cultura del descarte y la exclusión de las personas poco productivas, que suelen ser las más vulnerables, y donde van cambiando las condiciones familiares, políticas y sociales, no siempre «la riqueza de los años» es entendida como la bendición de una larga vida, es decir, como un don, sino como una carga.
Todos nos debemos sentir invitados a estimar y valorar a las personas mayores, a ayudarlas en sus necesidades pastorales y acompañarlas para que puedan ser protagonistas de su propio acompañamiento pastoral, impulsando su rol activo en la Iglesia y en la sociedad.
Retos de las personas mayores
En la primera parte del documento se exponen los retos que se les presentan a las personas mayores. Y el primero que señalan es el “drama de la soledad no deseada”. Un drama, puntualizan, que no es exclusivo de las personas mayores, “aunque sí es cierto que a medida que se van cumpliendo años es más probable que aparezcan factores que pueden aumentar el riesgo de sufrirla”.
Según las estadísticas, la soledad representa un grave problema personal para alrededor de la décima parte de los mayores. Por tanto, “es vital –afirman los obispos- tomar conciencia de la relevancia que puede tener el sentimiento de soledad en las personas mayores, no para caer en el alarmismo sino para valorar la importancia de su prevención y tratar de evitar que sea una experiencia que se mantenga en el tiempo. Salir al paso de esta soledad nos incumbe a todos, no es exclusivamente una responsabilidad de la persona mayor que la sufre o de la familia, lo es también de las instituciones sociales y de Iglesia”.
El segundo reto que presentan es fomentar el diálogo y la convivencia entre generaciones. Como ejemplo de este intercambio señalan que “los jóvenes tienen en cuenta la sabiduría y ven en los mayores puntos de referencia y modelos de fidelidad. Y cuando el futuro genera ansiedad, inseguridad, desconfianza, miedo, el testimonio de los ancianos puede ayudarles a levantar la mirada hacia el horizonte y hacia lo alto. Precisamente porque los mayores llevan un recorrido largo en esta vida y han vivido muchas etapas difíciles, pueden mostrar a los jóvenes una perspectiva de la vida real y no ficticia, como a veces se construyen, motivados quizá por la sociedad y el tiempo en el que viven”.
Por su parte, “los jóvenes ayudan a los mayores a sumergirse en el momento presente tan avanzado en el uso de la tecnología y en tantas ramas del conocimiento que a los mayores les resulta desconocido y casi un reto enfrentarse a ello”.
El tercer punto en este capítulo dedicado a los retos, se centra en “lo que la pandemia ha puesto de manifiesto” de manera especial en muchas personas mayores que “han experimentado en este tiempo la necesidad de que la Iglesia se muestre más que nunca como una comunidad sensible y cercana a los que sufren el abandono, la soledad y la cultura del descarte”.
También resaltan como durante los momentos más duros de la pandemia hemos podido contemplar a muchas de estas personas “ayudando con gran generosidad: mujeres mayores cosiendo mascarillas y batas, hombres y mujeres mayores llamando por teléfono a otras personas mayores que se sentían solas, mayores con mucha autonomía que han apoyado desde casa labores comunitarias, etc.”
El valor de la vejez
Los obispos de la Subcomisión definen la ancianidad como un tiempo de gracia, que puede ser de especial vitalidad. “En la vejez –destacan- la esperanza no nos instala en la pasividad, sino que hasta el último momento tenemos la oportunidad de ser testigos de aquel que se hizo hombre para salvarnos”.
Las personas mayores ante todo son esposos, hermanos, abuelos de otras personas. Por lo tanto, “queremos poner de relieve que el lugar natural de las personas mayores es su familia, donde, por una parte, tienen mucho que aportar y, por otra, deben ser acogidos, cuidados, respetados”. También recuerdan que son depositarias de la sabiduría y de la historia de la comunidad, “un elemento indispensable de equilibrio y fiabilidad”.
En la Iglesia, los mayores están muy comprometidos con la acción pastoral, participando en la liturgia, la catequesis, la pastoral de la salud, Cáritas, etc., aportando su fe, su experiencia y su tiempo, “pero todo esto pasa a menudo inadvertido”, advierten. Y puntualizan: “Los ancianos son, por derecho propio, testigos de la historia, protagonistas del hoy y agentes del mañana de la Iglesia”.
La pastoral para las personas mayores
Seguidamente el documento se detiene en la pastoral para las personas mayores. “Envejecer no debe sacar a la persona de la realidad en la cual está inserido, debe seguir formando parte de la sociedad y continuar implicado como antes en su relación con los demás, incluso desde sus limitaciones físicas, psicológicas, sociales y hasta espirituales”, explican.
Además, exhortan a la sociedad y a la Iglesia en “empeñarse en la tarea de dar más valor a las personas mayores a través de nuevos instrumentos que ayuden a escucharlas, a educar para asumir dicha etapa de la vida, entendiéndola como una nueva oportunidad, “aunque todo esto traiga consigo una respuesta revolucionaria, tanto social como pastoral, de la que hoy nuestra sociedad está tan necesitada y que las nuevas generaciones agradecerán de manera inestimable”.
Valorar y enfatizar la valiosa aportación que las personas mayores con honda vivencia de fe “pueden hacer a la Iglesia en este momento de la historia, de manera que puedan poner al servicio de la comunidad su capacitación catequética, su conocimiento y experiencia de la Palabra de Dios y su acción inestimable en la evangelización, siendo los heraldos de la fe, especialmente al transmitirla a la familia”.
Pastoral de las personas mayores
Y de la pastoral para las personas mayores a la pastoral de las personas mayores, con el acompañamiento “también y especialmente en la espiritual y religiosa”. En dos ámbitos de actuación: con las nuevas generaciones y con sus coetáneos.
En el cuidado de las tradiciones y de los niños. Los mayores, de forma natural y desde toda la historia de la humanidad, han tenido siempre la vocación de custodiar las tradiciones —que contienen las raíces de los pueblos—, así como la de cuidar a los niños y transmitir la fe, su tradición religiosa, a los jóvenes. Misión a la que están llamados y que la sociedad espera que cumplan con abnegado esfuerzo.
Y en cuidado de los otros mayores. Hoy se está dando cada vez más importancia a la gran labor que las personas mayores hacen en el acompañamiento espiritual, además de con las nuevas generaciones, con los de su misma o semejante edad, pues son quienes conocen mejor los problemas y la vivencia emocional de esa fase de la vida humana. Hoy cobra especial importancia el apostolado de las personas mayores con sus coetáneos en forma de testimonio de vida.
Acompañar a los que acompañan
Un principio fundamental en la atención a las personas mayores dependientes es el de «cuidar al cuidador». Cuidar a un familiar dependiente es una de las experiencias más dignas; suele requerir un gran esfuerzo y, por ello, “merece todo el reconocimiento de la Iglesia y de la sociedad. Cuando se cuida a un familiar dependiente, también se está cuidando en él a Cristo necesitado”.
Los obispos reconocen que cuidar de los demás puede ser una experiencia dura y de sacrificio que, en ocasiones, “puede llevar al cuidador a un estado de agotamiento físico, emocional y mental que se conoce como el «cuidador quemado»”. Pero a la vez, destacan, “puede ser una de las experiencias más bonitas y enriquecedoras, capaz de proporcionarnos un bienestar profundo por el simple hecho de cuidar, atender y desvelarnos por otra persona, lo que se conoce como la «satisfacción por compasión».”
Entienden que es necesario formar sacerdotes, personas consagradas y laicos dedicados específicamente al cuidado de los ancianos, pero la tarea es tan inmensa que no es suficiente con ellos. “Se hace necesario también contar con los voluntarios —jóvenes, adultos y los mismos mayores— que, ricos en humanidad y espiritualidad, tengan la capacidad de acercarse a las personas de la tercera y de la cuarta edad y de satisfacer sus necesidades, con frecuencia muy individualizadas, de orden humano, social, cultural y espiritual”.
Experiencias en la Iglesia
Los obispos también han querido destacar en este documento las experiencias en la Iglesia, incluyendo algunas realidades que trabajan “con y para los mayores, siendo conscientes de que hay muchas otras que deberían de ser añadidas, ya que entendemos que todas son importantes y necesarias”.
Así, presentan el trabajo del Movimiento Vida ascendente, la Pastoral de la salud y del mayor, el programa de personas mayores de Cáritas, Lares, y el trabajo con las personas mayores en la vida consagrada.
El documento termina con unas propuestas y conclusiones:
- Promover la pastoral de las personas mayores en las parroquias y en las diócesis.
- Habilitar los medios necesarios para apoyar a las familias.
- Organizar un «Congreso anual de Pastoral de jóvenes jubilados, abuelos y personas mayores».
- Celebrar las Jornadas referidas a las personas mayores, tanto en el ámbito civil como en el eclesial.
- Suscitar la realización de encuentros diocesanos con personas mayores.
- Reclamar los derechos de los mayores.
- Alentar la formación del voluntariado de pastoral de las personas mayores.
Oración por las personas mayores
La última página del documento propone una oración por las personas mayores
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