sábado, 14 de mayo de 2022

Domingo 5º de Pascua: 15 de mayo de 2022

                   

Estamos celebrando el quinto domingo de Pascua, tiempo de alegría en el Señor. Nuestro gozo ha empezado aquí, pero Cristo, nos revela que habrá una nueva creación al fin del mundo. Mientras, tenemos que continuar la misión de Cristo aquí en la tierra, amándonos unos a otros. Unidos con Cristo roguemos por una unión más profunda entre nosotros al celebrar esta eucaristía. 

Primera lectura: Hc 14, 21b-27 (Pablo y Bernabé vuelven de su primera misión)

Hemos escuchado el relato de la primera misión de Pablo y Bernabé. Ellos regresaron a su gente exhortándolos a perseverar en la fe y subrayando las tribulaciones que vendrán. Pero sobre todo, ellos contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y que es importante en la vida de la comunidad.

Estamos escuchando en las primeras lecturas de estos domingos de Pascua, el libro de los Hechos de los Apóstoles, libro escrito por evangelista San Lucas, que nos narra el nacimiento de la primera Iglesia y de aquí la importancia del mismo, la historia de los primeros que se atrevieron a seguir a Jesús, los primeros éxitos y las primeras dificultades que hay que ir superando. Una de esas primeras dificultades, incluso podemos decir la primera crisis seria de la Iglesia naciente, fue que algunos judíos representados por unos cuantos apóstoles pensaban que la salvación de Jesús solo había sido para ellos, y que los gentiles (es decir los que no eran judíos) no es que no pudieran ser admitidos a la nueva Iglesia, sino que para serlo tenían que aceptar las normas y leyes de los judíos muchas de las cuales están en el Antiguo Testamento.

Frente a esta opinión apareció la figura de San Pablo y otro grupo de apóstoles, menos que los de la primera opinión, que desde el principio vieron claro que la salvación de Jesús no es exclusiva de ningún pueblo, sino que es universal, todos tienen cabida en ella, con tal de que quieran aceptarla, rompiendo con la idea de que el cristianismo tenía que estar ligado al judaísmo. De ahí que en la lectura que hoy hemos escuchado tanto Pablo como Bernabé manifiesten su alegría, al volver de su viaje misionero, por tierras de Turquía y de Grecia, y de observar cómo la gente se iba agregando a la gran familia de Jesús. Son los primeros pasos de la Iglesia, animada por el Espíritu de Jesús que actuaba en los apóstoles. Ese Espíritu que los transformó, y los lanzó por encima de los peligros, y las divisiones, ese Espíritu que nosotros, cristianos del siglo XXI continuadores de aquellos primeros creyentes, nos hemos declarado a la espera, ese Espíritu que cuando venga sobre nosotros el día de Pentecostés deberá transformarnos, no para eliminar las dificultades, que han existido, existen y existirán, y que cada vez puede que sean más, no vendrá para librarnos de los problemas si no para vencer nuestros miedos y temores, que suelen ser muchos y que son los que nos impiden enfrentarnos a esas dificultades.

Segunda lectura: Ap. 21, 1-5a (Dios enjugará las lágrimas de sus ojos)

En el libro del Apocalipsis, san Juan ve un cielo nuevo y una nueva tierra, que es la Iglesia triunfante. Ese triunfo comienza en la tierra. Dios convive con nosotros y espera el fin de nuestra noche en la tierra para llenarnos de alegría. Si participamos, si sentimos y vivimos con la Iglesia aquí, gozaremos en el cielo.

Tercera lectura: Jn 13, 31-35 (Les doy un mandamiento: que se amen)

El evangelio de hoy es parte del discurso de despedida del Señor en la última Cena. Cristo fue glorificado a través de su pasión y muerte, lo mismo va a pasar con su Iglesia. Cristo nos da un nuevo mandamiento, el amor mutuo.

  
El Evangelio de hoy, vuelve sobre el tema del amor. Las cosas que recibimos sin ganarlas con nuestro esfuerzo, nos resultan difíciles de valorar. Y esto quizá nos pase con el amor de Dios: lo hemos recibido gratis, y por eso no nos paramos a pensar lo que eso significa, y lo que lleva consigo, es decir, como tengo yo que responder a ese amor de Dios.

En este mandamiento nuevo se concentran y se funden el mandamiento del amor al Padre y el mandamiento del amor a los hermanos. La muerte de Cristo es “para demostrar al mundo que yo amo al Padre” (Jn. 14,31). Y para demostrar al mundo lo que yo amo a los hombres: «Nadie ama más al amigo que aquel que da la vida por él” (Jn. 15,13).  La novedad consiste en que debemos amarnos con este mismo amor que Cristo nos ama. Aquí está la gran revolución del mundo. La energía, la fuerza de este amor es irresistible ante cualquier obstáculo.

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