lunes, 30 de noviembre de 2015

¿QUÉ LLEVA EL PAPA EN EL BOLSILLO?

DESPEDIDA DE D. JUAN JOSÉ

SIMÓN, ANDRÉS, VENID Y OS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES



Del santo Evangelio según san Mateo 4, 18-22
En aquel tiempo, paseando Jesús por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Oración introductoria
Ven Espíritu Santo, dame la luz para aguardar, en silencio, el llamado que Jesús quiera darme en esta oración. Fortalece mi espíritu para que sepa responder rápida y eficazmente, con generosidad y amor, a lo que Dios, en su Divina Providencia, quiera pedirme.

Petición
Señor, quiero seguirte, conviérteme en un auténtico discípulo y misionero de tu amor.

Meditación del Papa Francisco

Recordemos cuando Andrés y Juan encontraron al Señor, y después hablaron con Él aquella tarde y aquella noche. Estaban entusiasmados. Lo primero que hicieron Andrés y Juan fue ser misioneros. Fueron a ver a hermanos y amigos: “¡Hemos encontrado al Señor, hemos encontrado al Mesías!”. Esto sucede inmediatamente, después del encuentro con el Señor: esto viene enseguida.
En la exhortación apostólica Evangelii gaudium hablé de “Iglesia en salida”. Una Iglesia misionera no puede dejar de “salir”, no tiene miedo de encontrar, de descubrir las novedades, de hablar de la alegría del Evangelio. A todos, sin distinción. No para ganar prosélitos, sino para decir lo que tenemos y queremos compartir con todos, sin forzar, sin distinción. Las diversas realidades que representan en la Iglesia italiana indican que el espíritu de la missio ad gentes debe llegar a ser el espíritu de la misión de la Iglesia en el mundo: salir, escuchar el clamor de los pobres y de los lejanos, encontrarse con todos y anunciar la alegría del Evangelio. (Discurso de S.S. Francisco, 27 de noviembre de 2014)
Reflexión
Dos grupos de hermanos presenta nuestro Evangelio de hoy, quizás insinuándonos que las cosas para Dios tienen caminos tan singulares como llamar a todo el "futuro" de una familia. Pero si es Cristo quien llama... El sabe de sobra lo que hace. Y lo que hacía con la familia de Pedro y de Santiago era algo verdaderamente espectacular.

Andrés, el pequeño hermano de Pedro. ¡Quién lo fuera a pensar! De esos dos hombres habría de sacar la roca donde edificar la Santa Madre Iglesia. Efectivamente, porque otro pasaje, el que nos refiere Juan en su primer capítulo, nos presenta a los dos hermanos menores que se les ocurre seguir a Cristo, le conocen y ellos, terriblemente impresionados de ese singular Hombre que es Jesús, se lo cuentan a sus respectivos hermanos, que debieron ser hombres recios pues eran pescadores, y de gran corazón.

¿Y si Andrés no hubiera seguido a Cristo? O pongamos que lo hubiese seguido, ¿si no le hubiese dicho nada a Pedro? Era legítimo que se callase. El había encontrado al Señor y Pedro era ciertamente su hermano pero nada más. Pero cuando uno conoce a Cristo inevitablemente lo da a conocer. De no haberlo hecho no tendríamos quizás a Pedro, primer Papa de la Historia de la Iglesia.

Sin embargo Andrés comprendió bien lo que significaba haber estado con el Señor. Tenía que mostrárselo a fuerzas a su hermano, tenía que llevarlo a su presencia como lo hizo, aunque Pedro se la estuviera pasando muy bien entre sus pescados, aunque fuera el "hombre" de la casa, aunque no aparentara tener mucha resonancia interior.

Andrés es, pues, el que lo conduce a Cristo, es el que nos hizo el favor de poder tener a ese Pedro tan bueno entre nosotros. Y tan buen hermano fue que no sólo fue apóstol como su hermano sino que dio su vida en la cruz y fundó (así es estimado en las iglesias de oriente) con su sangre la fe de tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, tendremos algún día el gusto de abrazar en la plena comunión con Roma. Andrés, buen ejemplo.

domingo, 29 de noviembre de 2015

1. DOMINGO DE ADVIENTO



Del santo Evangelio según san Lucas 21, 25-28. 34-36
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas. Los hombres se morirán de miedo, al ver esa conmoción del universo; pues las fuerzas del cielo se estremecerán violentamente. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación. Procuren que sus corazones no se entorpezcan por el exceso de comida, por las borracheras y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre ustedes. Ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes de la tierra. Estén atentos, pues, y oren en todo tiempo, para que se libren de todo lo que vendrá y puedan presentarse sin temor ante el Hijo del hombre».

Oración introductoria
Señor, creo y espero en Ti, te amo. Creo en el valor que tiene mi lucha y mi sacrifico si está unido al tuyo. Que esta meditación me dé la gracia de saber aceptar con prontitud las inspiraciones de tu Espíritu para poder llegar al cielo cuando me llegue mi tiempo

Petición
Dame la sabiduría para poder amar y seguir tu voluntad, así como el don del entendimiento para comprender con profundidad las verdades de mi fe.

Meditación del Papa Francisco

La invitación de Jesús de estar siempre preparados, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo se nos ha dado para prepararnos a la otra vida, con el Padre celeste. Y para esto hay siempre una vía segura: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. ¿Y cómo estamos cerca de Jesús? Con la oración, en los sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final, cuando dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era extranjero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme. Todo lo que hicisteis con estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
Por tanto, un camino seguro es recuperar el sentido de la caridad cristiana y de la compartición fraterna, curar las heridas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia el Reino preparado para nosotros. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Piensen bien en esto. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Otra vez. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Y por qué no teme a la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos, y la supera con el amor de Jesucristo. (S.S. Francisco, catequesis, 27 de noviembre de 2013)
Reflexión
El Evangelio de hace dos semanas nos hablaba del fin de mundo. Y hoy Lucas parece que nos vuelve a presentar la misma temática… Pero no. Cristo no viene a hablarnos de otro fin del mundo. Más bien nos abre las puertas a la esperanza.

Hoy iniciamos el período del adviento y, con el adviento, comenzamos también otro año litúrgico. Todo inicio trae siempre a nuestro corazón una nueva esperanza. Pero no sólo. Adviento es también el tiempo de la "espera" por antonomasia: la espera del Mesías, del nacimiento de Cristo en la navidad. Éste es uno de los mensajes más fuertes de este período: la esperanza de tiempos mejores. Es éste uno de los anhelos más profundos del espíritu humano.

El profeta Jeremías nos habla así en la primera lectura: "Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel: suscitaré un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Jerusalén y sus hijos vivirán en paz". ¿Qué mejor noticia que ésta podía recibir un pueblo desolado, después de la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia? Esperaban al Mesías, que traería la paz, la justicia, el derecho, la salvación.

Y el Evangelio se coloca en esta misma perspectiva: "Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación". Es verdad que el lenguaje que usa nuestro Señor es el apocalíptico. Pero está enmarcado en un contexto de esperanza y de salvación. Cristo habla de su retorno glorioso al final de los tiempos, sí; pero la esperanza es también para el "hoy" de nuestra vida presente.

El dramaturgo irlandés Samuel Beckett, en su obra llamada "Esperando a Godot", presenta en escena a dos hombres que se pasan la vida esperando a un tal Godot, que nunca llega. Pero ellos siguen allí, a la espera. La capacidad del hombre de volver a esperar, después de muchos fracasos e intentos fallidos, es un don del cielo. Es esto lo que nos permite seguir viviendo. El refrán popular nos enseña con gran sabiduría que "la esperanza es lo último que se pierde". El filósofo griego Tales de Mileto ya lo había intuido seis siglos antes de Cristo: "la esperanza -decía- es el único bien común dado a todos los hombres; los que todo lo han perdido aún la poseen". Y cuando ésta llega a faltar, ese día nos morimos realmente. Por eso existen tantos hombres hoy en día que son como cadáveres ambulantes: porque han perdido la esperanza.

La esperanza es una necesidad vital en el ser humano. Es como el oxígeno o el pan de cada día. Es más, me atrevería a decir que el hombre, en su realidad existencial más profunda, no es sino capacidad de esperar, de proyectarse hacia el futuro, de "trascenderse". ¡Vivir es esperar! El filósofo francés Gabriel Marcel, en su obra "Homo viator", afirma que la esperanza es una de las valencias más profundas del ser humano; va con nuestra condición ontológica de hombres mortales, de "viajeros", de peregrinos de este mundo temporal y pasajero.

Y es que la esperanza tiene un sabor a novedad. Y a todos nos atrae lo novedoso o lo que tiene aspecto de nuevo. Somos como niños. Pero el niño es un prodigio de la naturaleza porque, en su sencillez y en su candor natural, revela lo más profundo del espíritu humano. Cuando nos falta esa admiración, ese gusto por la novedad, -sin caer tampoco en la banalidad de buscar lo nuevo por lo nuevo, propio de espíritus superficiales y vacíos- es que hemos dejado de sentir el encanto, la belleza y el atractivo de la vida, hemos dejado de “ser niños” para convertirnos en seres avejentados y sin ilusiones, marchitos y destrozados por dentro.

Y todos en la vida tenemos horas oscuras, tristes y amargas, en las que vemos todo negro. La esperanza no es un fácil idealismo o el sueño utópico de personas románticas que ven todo de color de rosa. Para esperar se necesita mucha fortaleza, mucho valor y un gran temple porque el que espera es dueño de sí mismo, a pesar de todas las dificultades; y, sobre todo, pone en manos de Dios el timón de la propia existencia. Y eso no es como jugar a las escondidas.
Pero no olvidemos –como dice la canción sevillana- que "por más oscura que sea la noche, siempre amanece, siempre amanece; en el rosal mueren las rosas, pero florecen, florecen". ¡Cuánta sabiduría en estas palabras!

Así pues, si esperar es vivir, tratemos de decir también nosotros, sobre todo en esos momentos duros y difíciles de la vida, en las horas de tempestad, de soledad y de aparente fracaso: "¡Quiero esperar! ¡Quiero aprender a esperar! ¡Señor, enséñame a esperar!", y entonces recuperaremos el aliento y la fuerza para seguir adelante. El adviento, el tiempo de la espera mesiánica, nos da esta enseñanza, alimenta en nuestra alma la esperanza cristiana.

Propósito
¡Atrevámonos a esperar y pidámosle a nuestro Señor esta gracia, y nuestro espíritu rejuvenecerá!

Diálogo con Cristo
Jesús, Tú me enseñas que quien tiene esperanza vive de manera distinta, porque no hay sombra, por más grande que sea, que pueda oscurecer la luz de tu amor. Ayúdame a confiar cuando se presente la angustia o la tristeza. Dame la fuerza para realizar la misión que has querido encomendarme y que mi testimonio propague esta esperanza cristiana en mi familia y en mi medio ambiente.

 

ADVIENTO. ALGUIEN LLEGA


Adviento. Sí, llegada de Alguien importante, para algo importante, por algo importante, a un lugar importante. Descubramos el sentido profundo de este tiempo litúrgico tan sencillo, austero y propicio para la meditación y la esperanza.

En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo en su carne sencilla, prestada por María, hace más de dos mil años. Y al mismo tiempo ese adviento, todo adviento, nos lanza y nos proyecta y nos hace desear la última venida de Cristo al final de los tiempos en toda su gloria y majestad, como nos describe san Mateo en el capítulo 25: “Ven, Señor Jesús”. Pero también en cada adviento, si vivimos en clave de amor y de fe, podemos recibir y descubrir la venida intermedia de Cristo en su Eucaristía –detrás de ese pan y vino, que ya no es pan ni vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo-, en el prójimo necesitado –pregunten, si no, a san Martín de Tours cuando dio la mitad de su manto a ese pobre aterido de frío en pleno invierno francés hace ya muchos, muchos años, y en la noche Cristo se le apareció vestido con esa mitad del manto para agradecerle ese hermoso gesto de caridad-, o también descubrir el rostro de Cristo detrás de ese dolor o adversidad de la vida. Cristo continúa viniendo. El adviento es continuo y eterno. El hombre vive en perpetuo adviento. Cristo viene siempre, cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora y cada minuto. Basta estar atento y no embotado en las mil preocupaciones.

Quién llega: Es Jesucristo, nuestro Señor, nuestro Salvador, el Redentor del mundo, el Señor de la vida y de la historia, mi Amigo, El Agua viva que sacia mi sed de felicidad, el Pan de vida que nutre mi alma, el Buen Pastor que me conoce y me ama y da su vida por mí, la Luz verdadera que ilumina mi sendero, el Camino hacia la Vida eterna, la Verdad del Padre que no engaña, la Vida auténtica que vivifica.

Cómo llega: Llegó humilde, pobre, sufrido, puro hace más de dos mil años en Belén. Llega escondido en ese trozo de pan y en esas gotas de vino en cada Eucaristía, pero que ya no son pan ni vino, sino el Cuerpo sacrosanto y la Sangre bendita de Cristo resucitado y glorioso. Y llega disfrazado en ese prójimo enfermo, pobre, necesitado, antipático, a quien podemos descubrir con la fe límpida y el amor comprensivo. Y llega silencioso o con estruendo en ese accidente en la carretera, en esa enfermedad que no entiendemos, en esa muerte del ser querido, para recordarnos que Él atravesó también por esas situaciones humanas y les dio sentido hondo y profundo.

Por qué llega: porque quiere hacernos partícipes de su amor y amistad. Quiere renovar una vez más su alianza con nosotros. El amor es el motor de estas continuas venidas de Cristo a nuestro mundo, a nuestra casa, a nuestra alma. No hay otra razón.

Para qué llega: para dar un sentido de trascendencia a nuestra vida, para decirnos que somos peregrinos en este mundo y que hay que seguir caminando y cantando. Llega para enjugar nuestras lágrimas amargas. Llega para agradecernos esos detalles de amor que con Él tenemos a diario. Llega para hablarnos del Padre, a quien Él tanto ama. Llega para alimentar nuestras ansias de felicidad. Llega para curar nuestras heridas, provocadas por nuestras pasiones aliadas con el enemigo de nuestra alma. Llega para recordarnos que no estamos solos, que Él está a nuestro lado como baluarte y sostén. Llega para pedirnos también una mano y nuestros labios y nuestro corazón, porque quiere que prediquemos su Palabra por todos los rincones del mundo.

Dónde llega: llega a nuestro mundo convulso y desorientado y hambriento de paz, de calor, de caridad y de un trozo de pan; a nuestras familias tal vez divididas o en armonía; a nuestros corazones inquietos como el de san Agustín de Hipona, corazón que sólo descansó en Dios. Quiere llegar a todos los parlamentos internacionales y nacionales para dar sentido y moralidad a las leyes que ahí se emanan. Quiere llegar al palacio del rico, como a la choza del pobre. Quiere llegar junto al lecho de un enfermo en el hospital, como también a ese salón de fiestas, dónde él no viene a aguar nuestras alegrías humanas sino a purificarlas y orientarlas. Quiere llegar al mundo de los niños, para cuidarles su inocencia y pureza. Quiere llegar al mundo de los jóvenes, para sostenerles en sus luchas duras y enseñarles lo que es el verdadero amor. Quiere llegar al mundo de los adultos para decirles que es posible la alegría y el entusiasmo en medio del trabajo agotador y exhausto de cada día. Quiere llegar a cada familia para llevarles el calor del amor, reflejo del amor trinitario. Quiere llegar al mundo de los ancianos para sostenerles con el báculo del aliento y la caricia de la sonrisa. Quiere llegar al mundo de los gobernantes para decirles que su autoridad proviene de Dios, que deben buscar el bien común y que deberán dar cuenta de ella.

Cuántas veces llega: si estamos atentos, no hay minuto en que no percibamos la venida de Cristo a nuestra vida. Basta estar con los ojos de la fe bien abiertos, con el corazón despierto y preparado por la honestidad, y con las manos siempre tendidas para el abrazo de ese Cristo que sabe venir de mil maneras. Por tanto, podemos decir que siempre es adviento. Es más, nuestra vida debe ser vivida en actitud de adviento: alguien llega. No vayamos a estar somnolientos y distraídos.

Cómo prepararnos: nos ayudará en este tiempo leer al profeta Isaías, meditar en san Juan Bautista que encontramos al inicio de los evangelios y contemplar a María. Isaías con su nostalgia del Mesías nos prepara para la última venida de Cristo. San Juan Bautista nos prepara para esas venidas intermedias de Cristo en cada acontecimiento diario y sobre todo en la Eucaristía. Y María nos hará vivir, rememorar en la fe ese primer adviento que Ella vivió con tanta esperanza, amor y silencio, para poder abrazar a ese Niño Jesús sencillo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Adviento, tiempo de gracia y bendición. Llega alguien, sí. Llega Dios. Y Dios es todo. Dios no quita nada. Dios da todo lo que hace hermosa a una vida. Y hay que abrirle la puerta y Él entrará y cenará con nosotros y nosotros con Él. Y nos hará partícipes de su amor y felicidad. ¡Qué triste quien no le abra la puerta a Cristo, dejándolo fuera, helándose y despreciado, con sus Dones entre sus Manos benditas! ¿Habrá alguien así, desalmado y sin sentimientos? ¡No lo creo! Al menos no lo quiero creer.

sábado, 28 de noviembre de 2015

ORAR POR VIVOS Y DIFUNTOS


 

Séptima obra: Orar .Como conclusión de estas siete obras de misericordia espirituales aparece la práctica de la oración (rogar a Dios por los vivos y por los difuntos) en clave de síntesis, dado que la oración es un don de Dios al hombre. En efecto: “La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él” (CEC, no. 2560). En definitiva: “La oración cristiana es una relación de alianza entre Dios y el hombre en Cristo” (no. 2564) y, por lo tanto, sostiene todas las obras de misericordia.En la tradición cristiana se encuentra un hilo conductor para comprender el sentido de la oración y su relación con la vida, especialmente en el famoso díptico de la Regla de san Benito (siglo V) que ha marcado toda la espiritualidad, no solamente monástica sino también eclesial, cuando dice: “Ora y trabaja” (Ora et labora). Siguiendo este espíritu, san Ignacio de Loyola explicitó este díptico diciendo: “Oren como si todo dependiera de Dios y trabajen como si todo dependiera de ustedes” (cfr. CEC, no. 2834).Esta obra de misericordia pone de relieve, además, la “comunión de los santos” en la Iglesia, la cual viene recordada ya en el Catecismo Romano (siglo XVI): “Todo cuanto posee la Iglesia es poseído comúnmente por cuantos la integran; todos (los bautizados) están constituidos para el bien de los demás” (cfr. 1Cor 12,23; Ef 4,11). En definitiva, se trata de la comunión de los miembros de la Iglesia, tanto de los que peregrinan aún en la tierra, como de los bienaventurados del cielo, calificados ambos como “santos”, gracias al Bautismo que han recibido en Cristo.En este sentido, esta última obra de misericordia prepara y dispone a “aceptar” y “vivir” la voluntad de Dios, sea cual sea, ya que “si le pedimos al Creador algo según su voluntad, nos escucha” (1Jn 5,14; Ef 1,3-14).
7. ORAR POR VIVOS Y DIFUNTOS
 
 
La oración por los demás, estén vivos y muertos, es una obra buena. San Pablo recomienda orar por todos, sin distinción, también por gobernantes y personas de responsabilidad, pues "El quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". ( 1 Tim 2, 2-3).
Los difuntos que están en el Purgatorio dependen de nuestras oraciones. Es una buena obra rezar por éstos para que sean libres de sus pecados. (2 Mac. 12, 46)

 
 
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SOPORTAR CON PACIENCIA LAS PERSONAS MOLESTAS


 

Sexta obra: Soportar con paciencia las personas molestasLa tradición sapiencial subraya con fuerza que, ante hermanos que irritan, el sabio recuerda que “más vale ser paciente que valiente, dominarse que conquistar ciudades” (Prov 16,32). ¿Por qué este pensamiento? Porque “la paciencia persuade a un gobernante, porque las palabras suaves quebrantan huesos” (Prov 25,15; Sir 7,8).Job es el paradigma de paciencia: antes de que el Señor le mandara pruebas él era un hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1,11). Y una vez que fue puesto ante la prueba, se mantuvo fiel a su Creador, nunca pecó con sus labios ni renegó contra el Señor (cfr. Job 2,10).Por otra parte, el modelo máximo de la paciencia ante los enemigos es Jesús, ya que lejos de ser implacable con los pecadores (cfr. Mt 18,23-35), fue tolerante y generoso. Él mismo dijo: “El Padre celestial hace salir su sol sobre malos y buenos” (Mt 5,45).La paciencia, tal como el amor, es un “fruto del Espíritu” (Gál 5,22; cfr. 1Cor 10,13; Col 1,11); su ejercicio nos hace madurar en la prueba (cfr. Rm 5,3-5; Sant 1,2-4) y nos genera constancia y esperanza (cfr. Rm 5,5). El himno paulino del amor camina en este sentido: “El amor es paciente”, ya que “todo lo soporta” (1Cor 13,1-13.4.7).



6. SUFRIR CON PACIENCIA LOS DEFECTOS DE LOS DEMÁS


La tolerancia y la paciencia ante los defectos ajenos es virtud y es una obra de misericordia.
Sin embargo, hay un consejo muy útil: cuando el soportar esos defectos causa más daño que bien, no se debe ser tolerante. Con mucha caridad y suavidad, debe hacerse la advertencia.


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PERDONAR LAS INJURIAS

 
Quinta obra: Perdonar las ofensasLa historia de la revelación bíblica es la historia de la revelación del Dios “capaz de perdón” (cfr. Éx 34,6s; Sal 86,5; 103,3). Esta afirmación comporta la superación de la Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente”: Éx 21,24). Jesús mismo nos enseñó: “Amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen...” (Mt 5,44).No se puede negar que el amor a los enemigos, desde un punto de vista humano, es seguramente la prescripción más exigente de Jesús. Pero se trata de un mandamiento que expresa lo más nuevo y propio del cristianismo, ya que “quien no ama a quien lo odia no es cristiano” (Segunda Carta de Clemente, 13s), pues el amor a los enemigos es la “ley fundamental” (Tertuliano, De la paciencia, no. 6) y la “suprema esencia de la virtud” (san Juan Crisóstomo, In Mat. 18,3s).Por eso, para santo Tomás de Aquino, el perdón de los enemigos “pertenece a la perfección de la caridad” (ST II-II, q. 25, a. 8); es una obra que responde a una exigencia de verdad irrenunciable: reconocer los límites y las debilidades humanas.
4. PERDONAR LAS INJURIAS
 
 
"Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden",es un punto del Padre Nuestro, que el Señor aclara un poco más en San Mateo, al final del Padre Nuestro (Mt. 6, 14-15).
 
 
 
Perdonar las ofensas significa que no buscamos vengarnos, ni tampoco conservamos resentimiento al respecto. Significa tratar a quien nos ha ofendido de manera amable. No significa que tenemos que renovar una antigua amistad, sino llegar a un trato aceptable.
El mejor ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento es el de José, que perdonó a sus hermanos el que hubieran tratado de matarlo y luego hayan decidido venderlo.
 
 
Y el mayor perdón del Nuevo Testamento:"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". (Lc. 23, 34).
 
 
 
 
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CORREGIR AL QUE ESTÁ EN ERROR

 
Tercera obra: Corregir al que yerraEsta es una obra de misericordia inspirada en un texto clásico del evangelio de Mateo, cuando trata de los conflictos en el seno de la comunidad: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a un hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano” (Mt 18,15-17; cfr. Tit 3,10).La cuestión de la corrección fraternal está presente en el Antiguo y Nuevo Testamento y en su uso se percibe un notable realismo. En este sentido, conviene notar que la corrección debe realizarse no como un juicio, sino como un servicio de verdad y de amor al hermano, ya que hemos de dirigirnos al pecador no como enemigos, sino como hermanos (cfr. 2Tes 3,15; cfr. Sant 5,19s; Sal 51,15).La corrección fraterna debe ejercitarse con firmeza (cfr. Tit 1,13), pero sin asperezas (cfr. Sal 6,2), sin exacerbar o humillar al que es amonestado (cfr. Ef 6,4).Es verdad que “ninguna corrección resulta agradable, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella” (Heb 12,11).

La necesidad de tener espíritu conciliadorLa práctica de las tres obras de misericordia espirituales –a) consolar al triste, b) perdonar las ofensas y c) soportar con paciencia a las personas molestas– favorecen el espíritu conciliador. Estas tres obras forman parte de la actitud de las personas conciliadoras, atributo fundamental de todo discípulo de Cristo. Un espíritu es conciliador si reconoce la propia necesidad de reconciliarse con Dios. En efecto, no se puede consolar, perdonar y soportar pacientemente las injusticias, si uno no se reconoce deudor de Cristo, el cual nos ofrece continuamente el modo de reconciliarnos con Dios.

3. CORREGIR AL QUE ESTA EN ERROR
 
 
No se trata de estar corrigiendo cualquier tipo de error. Esta obra se refiere sobre todo al pecado. Otra manera de formular esta Obra de Misericordia es así: Corregir al pecador.
Es de suma importancia seguir los pasos de la corrección fraterna que Jesús nos dejó muy bien descritos: "Si tu hermano ha pecado, vete a hablar con él a solas para reprochárselo. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo una o dos personas más, de modo que el caso se decida por la palabra de dos o tres testigos. Si se niega a escucharlos, informa a la asamblea (o a los superiores)". (Mt. 19, 15-17)
 
 
 
Debemos corregir a nuestro prójimo con mansedumbre y suma consideración. Una corrección ruda puede tener el efecto contrario.
 
 
No podemos convertirnos en gendarmes de la gente; es decir en estar pendientes de todo lo que haga la gente. Sin embargo, corregir al errado en fe y moral es un consejo del Señor. Así termina el Apóstol Santiago su Carta: "Sepan esto: el que endereza a un pecador de su mal camino, salvará su alma de la muerte y consigue el perdón de muchos pecados". (St. 5, 20).
 
 
 
 
Preguntaros en familia: ¿Cómo podemos vivir esta obra de misericordia día a día?

ENSEÑAR AL QUE NO SABE

 
Segunda obra: Enseñar al que no sabe“¿Entiendes lo que estás leyendo?” (Hch 8,30), le preguntó Felipe al funcionario que leía al profeta Isaías. Y éste le respondió: “¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica?” (Hch 8,31). En esta línea de guía de conciencias, se debe recordar el texto paradigmático de Jesús cuando afirma: “No se dejen llamar maestros, porque sólo uno es el maestro de ustedes” (Mt 23,10). Se marca así, con contundencia, que quien de forma definitiva “enseña al que no sabe” es Jesús el Mesías, dado que “ya vivamos o ya muramos, somos del Señor” (Rm 14,8).En este marco surge la tarea fundamental de enseñar al que no sabe. El texto bíblico añade que, en la práctica educativa, resaltan sobremanera aquellos que “dan razón de la esperanza en Cristo” (cfr. 1Pe 3,15). San Juan Pablo II, en la Encíclica Fides et ratio (1998), puso muy de relieve esta decisiva tarea para nuestro mundo: “Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisión; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición” (no. 48). Por esto, concluye afirmando: “Lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia” (no. 102).
 
1. ENSEÑAR AL QUE NO SABE
 
 
Consiste en enseñar al ignorante sobre temas religiosos o sobre cualquier otra cosa de utilidad. Esta enseñanza puede ser a través de escritos o de palabra, por cualquier medio de comunicación o directamente.
A lo mejor es preferible que te dejes enseñar. Esto también es obra de misericordia: saber escuchar y agradecer lo que has aprendido. Todos necesitamos aprender unos de otros, incluso el profesor del alumno, el padre del hijo, y el empresario del obrero.
 
 
"Quien instruye a muchos para que sean justos, brillarán como estrellas en el firmamento". (Dan. 12, 3b)
Preguntaros en familia: ¿Cómo podemos vivir esta obra de misericordia día a día?
 
 
 
 

DAR BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA

 
Primera obra: Dar consejo al que lo necesitaLa tradición bíblica pone de relieve la importancia del consejo de la siguiente manera: “La salvación está en un gran número de consejos” (Prov 11,14); “El consejo del sabio es como una fuente de vida” (Sir 21,13); “Los sabios/guías espirituales brillarán como el fulgor del firmamento” (Dan 12,3).Pero, ¿dónde está el criterio para un buen consejo? He aquí las palabras del sabio Ben Sira que apuntan a la cuestión de la verdad y a la importancia decisiva de la conciencia  recta que vaya en su búsqueda: “Atiende el consejo de tu corazón, porque nadie te será más fiel. Pues la propia conciencia suele avisar mejor que siete centinelas apostados en una torre de vigilancia. Pero, sobre todo, suplica al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad” (Sir 37,13-15).Blaise Pascal (1623-1662 d.C.) presenta de forma clara la fuerza de la razón, ya sea cuando duda, ya sea cuando sabe aceptar su límite de no poder ir más allá. En definitiva, lo que se juega aquí es el ejercicio de la libertad en la verdad, a lo que Pascal sabe responder con un delicado equilibrio: “Hay que saber dudar donde es necesario, aseverar donde es necesario, someterse donde es necesario. Quien no lo hace no escucha la fuerza de la razón. Los hay que pecan contra estos principios: los que aseveran todo como demostrativo, por no entender de demostraciones; los que dudan de todo, por no saber dónde hay que someterse; o bien los que se someten a todo, por no saber dónde hay que juzgar” (cfr. Pascal, Pensamientos, no. 268).Si miramos el momento presente, podemos decir que quizá lo más urgente es aconsejar a partir de ciertas interrogantes que ayudan a tocar fondo de la existencia humana: “¿Quién soy?, ¿de dónde vengo y adónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida?” (cfr. Juan Pablo II, Fides et ratio, no. 1).
2. DAR BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA
 
 
Aquí es bueno destacar que el consejo debe ser ofrecido, no forzado. Y, la mayoría de las veces es preferible esperar que el consejo sea requerido.
 
 
Asimismo, quien pretenda dar un buen consejo debe, primeramente, estar en sintonía con Dios. Sólo así su consejo podrá ser bueno. No se trata de dar opiniones personales, sino de veras aconsejar bien al necesitado de guía.
 
"Los guías espirituales brillarán como resplandor del firmamento". (Dan. 12, 3a).
Preguntaros en familia: ¿Cómo podemos vivir esta obra de misericordia día a día?
 

LAS OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES


II. Las obras de misericordia espiritualesAdemás de las concurrentes necesidades corporales, la persona humana también sufre deficiencias en su dimensión espiritual: con frecuencia implora el auxilio de Dios (7ª: oración). Así mismo, en el marco de las dimensiones cognitiva y volitiva del individuo, suele aparecer la necesidad de asistencia al prójimo, bajo el aspecto de instrucción o consejo: (2ª: remedios a las deficiencias con la enseñanza, o 1ª: con el consejo), o bien, el requerimiento del consuelo (4ª: en el sufrimiento y la tristeza) y la orientación en los desarreglos de la acción (3ª: corrigiéndolo, 5ª: perdonándolo o 6ª: soportándolo). Por esta razón, las obras de misericordia espirituales cobran similar valor (o incluso mayor) que los auxilios materiales.Ahora bien, estas siete obras de misericordia espirituales vienen propuestas como regla general para cada cristiano. Su desarrollo se inició en la etapa patrística, particularmente con Orígenes (años 185-254), a partir de su interpretación alegórica del texto de Mateo 25. La reflexión fue profundizada después con san Agustín y se consagró de forma particular en el siglo XIII dentro del mundo académico, especialmente con santo Tomás de Aquino.Las siete obras de misericordia espirituales pueden agruparse en tres bloques: tres obras iniciales de vigilancia en las que se encuentra: 1ª: dar consejo al que lo necesita; 2ª: enseñar al que no sabe; 3ª: corregir al que yerra. A su vez, hay otras tres obras centrales en torno a la reconciliación, formadas por: 4ª: consolar al triste; 5ª: perdonar las ofensas; y 6ª: soportar con paciencia a las personas molestas. Finalmente, aparece una obra de síntesis: 7ª: la oración, centrada en rogar a Dios por los vivos y los muertos. He aquí, a partir de esta estructuración, una nota sucinta sobre cada una de ellas.La necesidad de mantenerse vigilantesLa práctica de las tres obras de misericordia espirituales –a) dar consejo al que lo necesita, b) enseñar al que no sabe y c) corregir al que yerra– enseñan a mirar fuera de nosotros mismos. Invitan a una nueva vigilancia hecha de compasión y amor hacia quien lo necesita, al que no sabe o yerra.

ESTAD SIEMPRE ALERTA PARA ESTAR EN PIE DELANTE DE DIOS


Del santo Evangelio según san Lucas 21, 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.

Oración introductoria
Señor Jesús, sé que tu Evangelio de hoy no tiene la finalidad de causar miedo o inquietud. Tú no estás esperando un momento de debilidad para llamarnos a juicio, al contrario, personalmente creo que llamas a cada persona en su mejor momento. Ilumina esta oración para que continúe con entusiasmo y confianza mi camino hacia la santidad: hacer lo que me toca hacer, siempre y todo por amor a Ti.

Petición
Señor, dame la gracia de la perseverancia final.

Meditación del Papa Francisco

Una pregunta está presente en el corazón de muchos: ¿por qué hoy un Jubileo de la Misericordia? Simplemente porque la Iglesia, en este momento de grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad los signos de la presencia y de la cercanía de Dios.
Éste no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial. Es el tiempo para que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre.
Por eso el Año Santo tiene que mantener vivo el deseo de saber descubrir los muchos signos de la ternura que Dios ofrece al mundo entero y sobre todo a cuantos sufren, se encuentran solos y abandonados, y también sin esperanza de ser perdonados y sentirse amados por el Padre. Un Año Santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que, como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos. (Homilía de S.S. Francisco, 11 de abril de 2015).
Reflexión
En nuestras vidas hay "sorpresas" que en realidad no lo son tanto. No debería sorprendernos que llegue así la cuenta mensual del teléfono, si hemos estado haciendo largas llamadas al exterior. Para quien se dedica a los estudios y no se ha dedicado responsablemente a ellos, es lógico que al llegar al examen "le sorprenda" lo difícil que es. ¡Era de esperar! Nosotros mismos preparamos y fraguamos estas sorpresas, que pueden resultar desagradables o negativas.

Pero sucede lo mismo en sentido positivo. Quien cumple su trabajo con profesionalidad, es emprendedor y tiene iniciativa, está "preparándose" una buena sorpresa, que puede ser un ascenso de puesto, más prestaciones, etc. De nosotros depende, entonces, que muchas situaciones del futuro sean buenas o malas.

Por eso, el Señor nos recomienda vigilar y orar; estar activos, construyendo nuestras vidas. Vigilar y orar para descubrir si estamos aprovechando al máximo el tiempo presente, ¡no vaya a ser que nos estemos preparando una sorpresa desagradable para el futuro!

Propósito
Prepararnos en el Adviento, orando y meditando para estar preparados a la venida de Jesús.



viernes, 27 de noviembre de 2015

ENTERRAR A LOS MUERTOS




 
Séptima obra: Enterrar a los muertos (Tob 1,17; 12,12s)  En Israel, ser privado de sepultura era visto como un castigo, como uno de los peores males entre los hombres (cfr. Sal 79,3). Dicha acción formaba parte del castigo con el que se amenazaba a los impíos (cfr. 1Re 14,11s; Is 34,3; Jer 22,18s). Por eso, efectuar la caridad a través del entierro de una persona yacente era una de las obras de piedad más venerables en el judaísmo. De ahí las exhortaciones de Ben Sira: “A los muertos no les niegues tu generosidad” (Sir 7,33); “Hijo, por un muerto derrama lágrimas y, como quien sufre atrozmente, entona un lamento; amortaja el cadáver como es debido, y no descuides su sepultura” (Sir 38,16).El testimonio relevante de esta práctica la ofrece el libro de Tobías: “En tiempos de Salmanasar hice muchas buenas obras a mis hermanos de raza: procuraba pan al hambriento y ropa al desnudo. Si veía el cadáver de uno de mi raza fuera de las murallas de Nínive, lo enterraba. Enterré también a los que mandó matar Senaquerib” (Tob 1,16s). Tobías incluye la obra buena de “enterrar a los muertos” después de las obras de misericordia de “dar de comer al hambriento” y de “vestir al desnudo”. Esta enumeración conjunta es la que posiblemente influyó para que esta práctica de caridad fuera incluida como la última obra de misericordia corporal después de las seis enumeradas en Mateo 25.No obstante, es oportuno señalar que hay otra razón para colocarla en último lugar de dichas obras de misericordia. Esa razón es la influencia de santo Tomás de Aquino: el Santo subrayó que el silencio sobre la sepultura en las seis primeras obras de misericordia se debe a que las anteriores son de “una importancia más inmediata”, aunque eso no quite la profundidad y el alcance amoroso de sepultar a los muertos (cfr. ST II-II, q. 32, a. 2, ad 1).En el marco de esta obra de caridad es conveniente abordar un tema que, en estos últimos tiempos, ha causado muchas inquietudes entre los creyentes. Nos referimos al acto de incinerar los cuerpos. ¿Qué respuesta da la Iglesia sobre dicha práctica? Desde del año 1963, una Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, recogida en el Código de Derecho Canónico (1983), canon 1176, indica que la Iglesia católica, aun manteniendo su preferencia tradicional por la inhumación, acepta acompañar religiosamente a aquéllos que hayan elegido la incineración, siempre y cuando no sea hecha con motivaciones expresamente anticristianas.La práctica de la incineración, a su vez, invita a reflexionar sobre el profundo interrogante que es la muerte para toda persona humana, conscientes de que la fe cristiana afirma la supervivencia y la subsistencia (después de la muerte) de un elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo ‘yo’ humano, carente mientras tanto del complemento de su cuerpo. Para designar este elemento la Iglesia emplea la palabra “alma” consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la Tradición, aunque no ignora que este término en la Biblia tiene diversas acepciones (según afirma la Congregación para la Doctrina de la Fe).En definitiva, se trata de la fe en la inmortalidad de la “persona” (o “yo humano” / alma), que sobrevivirá transformada por la acción salvadora de Dios en Jesucristo, cuando “Dios sea todo en todos” (1Cor 15,28), en “un cielo nuevo y una tierra nueva..., donde no habrá ni muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor” (Ap 21,1.4).

ENTERRAR A LOS MUERTOS
 
 
El más famoso muerto enterrado y en una tumba que no era propia fue el mismo Jesucristo. José de Arimatea facilitó una tumba de su propiedad para el Señor. Pero no sólo eso, sino que tuvo que tener valor para presentarse a Pilato y pedir el cuerpo de Jesús. Y también participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo. (Jn. 19, 38-42)

¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano?



Por que el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. Somos "templos del Espíritu Santo". (1 Cor 6, 19).



Pero ... ¿saben que está sucediendo hoy en día con los cuerpos cremados, hechos cenizas?
Se está irrespetando a lo que ha sido templo del Espíritu Santo, porque la gente esparce las cenizas por donde se le ocurre, no dándole una sepultura digna. ¡Hasta se hacen cofres para guardar el recuerdo del difunto! O se tienen las cenizas expuestas en la casa.


NORMAS DE LA IGLESIA SOBRE CREMACION Y CENIZAS
 
 
"La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo" (Catecismo de la Iglesia Católica # 2301).

Aunque la Iglesia claramente prefiere y urge que el cuerpo del difunto esté presente en los ritos funerales, estos ritos pueden celebrarse también en presencia de los restos incinerados del difunto.

Cuando por razones válidas no es posible que los ritos se celebren en presencia del cuerpo del difunto, debe darse a los restos incinerados el mismo tratamiento y respeto debido al cuerpo humano del cual proceden.


Este cuidado respetuoso significa el uso de un recipiente digno para contener las cenizas; debe expresarse en la manera cuidadosa en que sean conducidos y en el sitio de su colocación final. Los restos incinerados deben ser sepultados en una fosa o en un mausoleo o en un columbario (nicho).

La práctica de esparcir los restos incinerados en el mar, desde el aire o en la tierra, o de conservarlo en el hogar de la familia del difunto, no es la forma respetuosa que la Iglesia espera y requiere para sus miembros. (Orden de Funerales Cristianos, Apéndice No. 2, Incineración, No. 417)



Preguntaros en familia: ¿Cómo podemos vivir esta obra de misericordia día a día?
 
   

VISITAR A LOS PRESOS - REDIMIR AL CAUTIVO

 

PASTORAL PENITENCIARIA
 
Visitar a los presos (Mt 25,36) En el trasfondo de la obra de misericordia corporal están aquellos lugares emblemáticos de la Biblia que anuncian a los prisioneros la liberación, tales como “proclamar la amnistía a los cautivos” (Is 61,1), “proclamar a los cautivos la libertad” (Lc 4,18) o el “acordarse de los presos por piedad” (cfr. Heb 13,3), sin olvidar la referencia fundamental en palabras de Jesús: “Estaba en la cárcel y vinieron a verme” (Mt 25,36).Otros ejemplos importantes de esta obra de misericordia son la proximidad de la comunidad por medio de la oración de intercesión a Pedro que estaba encarcelado: “Mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él” (Hch 12,5); o bien, la gratitud que el apóstol Pablo expresa por la proximidad y ayuda de los cristianos de Filipos durante su cautividad (cfr. Flp 1,13-17; 2,25; 4,15-18).Obviamente, la atención a los presos implica también el apoyo a sus familiares para que puedan asistir lo mejor posible a los presos... Además, la presencia cristiana en las cárceles pueden hacerse de múltiples y creativas formas, ya que, en definitiva, el “visitar a los presos” conlleva también un trabajo político y una reflexión que, en nombre de la dignidad de las personas y de los derechos humanos, busque entrever acciones que no priven de la libertad a los individuos y que prevean actos de reparación.

CATEQUESIS SOBRE LAS OBRAS DE MISERICORDIA


En el cartel hay un texto. Lo leemos en voz alta.
 
Debajo del texto hay un dibujo que nos ayudará a entender el texto:

-          ¿Qué hay en el fondo del dibujo? (Una pared con ladrillos y una ventana con rejas por donde entra la luz. Además, unas cadenas abiertas).

-          ¿Y en el centro de la imagen? (Una mano está sujetando a otra).
 

-          ¿De quién es cada una de las manos? (Una tiene marcas de la cadena: es la de un preso, alguien privado de libertad –La falta de libertad hace daño y deja marcas–. En la otra se ve la marca de los clavos de la cruz: es la de Jesús –También estuvo preso, falto de libertad, pero venció el amor–).
 

-          ¿Hay en nuestra sociedad personas que no son libres? ¿Por qué motivos?

·         Algunos hacen cosas equivocadas en su vida y la justicia les castiga y les retiene para que aprendan a hacer el bien y para que no hagan daño a otras personas.

·         También hay quien se ve privado de libertad sin motivo, por la falta de amor de otras personas.

·         Incluso hay quien, sin estar encarcelado, vive situaciones en las que no es libre para hacer el bien (situaciones de alcoholismo, drogadicción, ludopatías, vicios…).

·         Hasta nosotros, a veces, hacemos cosas equivocadas, aun sabiendo que no están bien. ¿Por qué? (Buen momento para repasar los pecados capitales: envidia, pereza, avaricia…)


-          Nos fijamos de nuevo en el texto de arriba: Jesús nos invita a actuar ante estas situaciones con amor y la Iglesia nos recuerda que una de las obras de misericordia es Redimir al cautivo: hacernos presentes en su situación de sufrimiento, acompañarle y tratar de ayudarle a recuperar su dignidad y su autonomía.

 
-          ¿Qué hay en una esquina del cartel? (Unas ramitas de hojas verdes, símbolo de la esperanza y de la victoria) En nombre de Jesús estamos llamados a poner esperanza en medio de esas situaciones de sufrimiento. Podemos hacerlo:

·         Haciéndoles saber que no están solos (campaña de envío de cartas y dulces de navidad a los presos de la cárcel de Logroño).

·         Rezando por ellos.

·         Ayudándoles a que conozcan a Jesús resucitado, a que le dejen entrar en su corazón para que sientan el amor que Dios les tiene (campaña de evangelios).


-          Podemos acabar haciendo una oración por todos los privados de libertad y con el compromiso de estar más cerca de los que se sienten solos o tristes.



ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO
JUBILEO DE LA MISERICORDIA

 
Señor Jesucristo,


tú nos has enseñado a ser misericordiosos

como el Padre del cielo,

y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.

Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.

 

Tú eres el rostro visible del Padre invisible,

del Dios que manifiesta su omnipotencia

sobre todo con el perdón y la misericordia:

haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.

 

Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción, para que el Jubileo de la Misericordia

sea un año de gracia del Señor

y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo,

llevar la Buena Nueva a los pobres

proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos

y restituir la vista a los ciegos.

 

Te lo pedimos por intercesión de María,

Madre de la Misericordia,

a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo

por los siglos de los siglos.