miércoles, 5 de abril de 2023

Jueves Santo: Hora Santa ante el Monumento

 

HORA SANTA ANTE EL MONUMENTO

 


CANTO INICIAL.

No adoréis a nadie, a nadie, más que a Él. No adoréis a nadie, a nadie, más que a Él.   No adoréis a nadie, a nadie más.  No adoréis a nadie, a nadie más. No adoréis a nadie, a nadie más que a Él.

 ----------------------------------

Alabado  sea el Santísimo Sacramento del Altar. Por siempre sea bendito y alabado

 

MONICIÓN DE ENTRADA

Queremos estar con Jesús en estos momentos de soledad y oración. Volveremos a recordar sus palabras y sus gestos, que no se nos olviden, que sean luz y vida para nosotros. Nos importa estar cerca del Señor, escucharle y comulgar con él. Queremos adentrarnos en el misterio de su amor y de su dolor. No lo agotaremos, porque es misterio y porque se prolonga hasta el fin.

 

Todos:

Aquí no hace frío, hace calor, porque está Cristo.

Aquí no es de noche, es de día, porque está Cristo.

Aquí no hay desesperación, hay esperanza, porque está Cristo.

Aquí no hay violencia, hay paz, porque está Cristo.

Aquí no hay división, hay comunión, porque está Cristo.

 

Oración

Sentimos, Señor, tu presencia amistosa y resucitada. Gracias por quedarte con nosotros. Nos miras con amor inmerecido, un amor que nos limpia y nos recrea y enciendes nuestro corazón con tu palabra. Gracias, Señor, por tu amor y tu palabra. ¡Quédate siempre con nosotros!

 

Canto

Quédate junto a nosotros que la tarde está cayendo, pues sin ti a nuestro lado nada hay justo, nada hay bueno.

 

Caminamos solos por nuestro camino, cuando vemos a la vera un peregrino, nuestros ojos, ciegos de tanto penar, se nos llenan de vida, se nos llenan de paz.

 

Buen amigo, quédate a nuestro lado, pues el día, ya sin luces se ha quedado; con nosotros quédate para cenar y comparte mi mesa y comparte mi pan.

 

Tus palabras fueron la luz de mi espera, y nos diste una fe más verdadera; al sentarnos junto a ti para cenar, conocimos quién eras al partirnos el pan.

 

 

EL MANDAMIENTO DEL AMOR

“Como yo os he amado” (Jn 15, 12). Antes de que Jesús nos diera el mandamiento del amor estaba la realidad de su amor. “Él nos amó primero” (Jn 4, 19), y de qué manera. Llegó hasta el extremo, hasta dar su vida por nosotros.

La primera verdad, la primera buena noticia que Jesús nos da, es que somos amados, que Dios nos ama. Entonces, si Dios nos ama, ya no hay nada que temer. “Ya nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios manifestado en Cristo” (Rm 8, 35-39).

Vamos a dejarnos amar, vamos a sentir la fuerza y la ternura de su amor, y vamos a tratar de corresponder confiando en él, abandonándonos a él y amándole con todo nuestro corazón.

 

Todos:

Gracias, Señor, porque has querido lavarme los pies y el corazón;

porque me has perdonado, gracias, Señor;

porque me has curado, gracias, Señor;

porque me has sentado a tu mesa, gracias, Señor;

porque te has hecho para mí alimento y bebida, gracias, Señor;

porque me has hecho partícipe de tu misma vida, gracias, Señor;

porque me has regalado las joyas de tu Espíritu, gracias, Señor.

 

Amaos unos a otros

Dios nos ama para que nos amemos. El amor no es un tesoro que se guarda, sino una energía que se desarrolla y difunde, un espíritu que se cultiva y se contagia. El que es amado vivirá en el amor, porque “el amor saca amor”.

Nuestra vida entera está marcada por el amor de Jesucristo. Dios nos ama no tanto para que lo amemos, sino para que nos amemos, a la manera de Cristo:

 

* Un amor hecho servicio, la diaconía, disposición para lavar los pies de los hermanos, el amor hecho vida a través de nuestras manos.

* Un amor ungido en la misericordia, el perdón, la empatía, la compasión, la ternura, la ayuda entrañable, el amor de las entrañas.

* Un amor de amistad y cercanía, de integración y comunión, superando distancias y diferencias, prejuicios y rivalidades, un amor fiel, que permanece, una sola alma, el amor del corazón.

* Un amor marcada por la generosidad, que no retiene, que abre siempre la mano, que comparte cuanto tiene, que se despoja y se hace pobre, el amor de los panes y los dineros.

* Un amor de entrega, que da de sí mismo, de su tiempo y sus talentos, que se da a sí mismo, hasta el fin.

Silencio oracional

 

Todos: 

Tú, Cristo, fuente de todo amor, te hiciste pobre con los pobres, hermano de todos y consuelo de afligidos.

Tú, Cristo, fuente de todo amor, diste de comer a la humanidad hambrienta, amaste a los niños, te compadeciste de la viuda y socorriste al que te necesitaba.

Tú, Cristo, fuente de todo amor, enséñanos tu amor, tu manera de compartir, tu solidaridad, para que viéndote te sigamos amando, compartiendo, siendo solidarios.

Tú, Cristo, fuente de todo amor, entra en nuestra vida con todo tu amor, haz de nosotros instrumentos humildes para ayudar a nuestros hermanos.

Tú, Cristo, fuente de todo amor, estás en el parado, en el drogadicto, en el alcohólico, en el niño abandonado, en el explotado y oprimido, en el enfermo de sida y en todo marginado.

Tú, Cristo, fuente de todo amor, despierta en nosotros un corazón tan grande que sintamos los problemas de los hermanos como nuestros, y que nuestras manos sean tus manos que se tienden al pobre necesitado.

 

Canto:

Donde hay caridad y amor, allí está el Señor, allí está el Señor.

 

Una sala y una mesa, una copa, vino y pan, los hermanos compartiendo en amor y en unidad.  Nos reúne la presencia y el recuerdo del Señor, celebramos su memoria y la entrega de su amor.

 

Invitados a la mesa del banquete del Señor, recordamos su mandato de vivir en el amor.  Comulgamos en el Cuerpo y en la Sangre que él nos da, y también en el hermano si lo amamos de verdad.

 

Este pan que da la vida y este cáliz de salud nos reúne a los hermanos en el nombre de Jesús.  Anunciamos su memoria, celebramos su pasión, el misterio de su muerte y de su resurrección.

 

LA NOCHE DE GETSEMANÍ (Tríptico de la agonía)

Jesús asume y redime el sufrimiento humano.

Se hizo de noche en el alma de Jesús. Después de los momentos luminosos de la cena, todas sus lámparas se apagaron. Como si un diablo o muchos diablos hubieran ido preparando el terreno para librar con el Mesías un combate definitivo. Porque el maligno, sabemos, no se dio por vencido en el desierto.

“Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan y comenzó a sentir pavor y angustia” (Mc 14, 33). Lo que siente Jesús en estos momentos es también misterio. Todas las tinieblas humanas entran en su alma. Es la hora del príncipe tenebroso. Lo que siente Jesús:

 

* Tristeza mortal. “Mi alma está triste hasta el punto de morir” (Mc 14, 34). Todas las depresiones del mundo dentro de Jesús. Claro que se puede morir de tristeza o quitarse la vida por tristeza. Esta tristeza es peor que cualquier enfermedad. Jesús tenía razones para semejante tristeza: los acontecimientos que se acercaban, la reacción de los discípulos, especialmente de Judas, el silencio del Padre… Otras veces no hay razones, pero es lo mismo. Jesús asume toda la tristeza humana, nuestras penas y nuestras lágrimas.

 

Pausa

 

* Angustia, miedo total. Difícil definir esa angustia de Jesús, la ansiedad, el no tener ningún punto de apoyo, sentir el alma “en carne viva”… Y el terror, porque sabe lo que le espera; el maligno se lo pintaría al vivo. Temblaba de angustia y de miedo Jesús, caído en tierra, “cayó en tierra” (Mc 14, 35). Asume así nuestros miedos – ¡tantos!- y nuestras angustias horrorosas.

 

Pausa

 

* Repugnancia ante la realidad que está viviendo, ante el cáliz que se le ofrece. “¡Aparta de mí este cáliz!” (Mc 14, 36). En esa copa están todos los dolores y las amarguras. ¡Qué asco tener que beber todo eso!

 

Pausa

 

* Desencanto y absurdo. No encontraba sentido a tanto sufrimiento y desgarro. ¿Por qué y para qué? ¿No podrían hacerse las cosas de otra manera? ¿Qué adelantas, Padre, con mi suerte y mi fracaso? Es el sinsentido, el absurdo de la existencia humana. Tantos trabajos y preocupaciones, ¿para qué? ¿Dónde quedan las ilusiones y esperanzas que vivía y predicaba? Desengaños, desencantos, el vacío de la vida.

 

Pausa

 

* Soledad. Ahí están tres discípulos muy cerca, pero que están muy lejos, no comprenden nada. La gente, la mayoría del pueblo, le va a dar la espalda. Pero lo que mata a Jesús es el abandono del Padre. ¿Es que no oye? ¿Es que no me quiere? ¿Es que no existe?

 

Silencio oracional

 

Canto:

¡Victoria! ¡Tú reinarás! ¡Oh cruz! ¡Tú nos salvarás!

 

El Verbo en ti clavado, muriendo, nos rescató.  De ti, madero santo, nos viene la redención.

 

Extiende por el mundo, tu Reino de salvación.  Oh Cruz, fecunda fuente, de vida y bendición.

 

Impere sobre el odio tu reino de caridad; alcancen las naciones el gozo de la unidad.

 

Aumenta en nuestras almas tu reino de santidad; el río de la gracia apague la iniquidad.

 

La gloria por los siglos, a Cristo, libertador.  Su cruz nos lleve al cielo, la tierra de promisión.

 

Los discípulos duermen.

La escena de Getsemaní ofrece otro contraste dramático, como el de la última cena. Mientras Jesús agoniza, los discípulos, aun los más íntimos, duermen. Pueden más en ellos el cansancio y el sueño que la situación y el ruego del amigo. Ni Pedro, ni Juan ni Santiago estuvieron a la altura de las circunstancias. ¡Qué bueno hubiera sido que acompañaran a Jesús, aunque no dijeran nada, pero que quisieran compartir y consolar! También por ellos mismos necesitaban fuertemente más vigilancia y oración. Pero son unos inconscientes.

Nos pasa a nosotros muchas veces. No sabemos o no somos capaces de estar cerca del hermano o del amigo que nos necesita. Nos pide una palabra, un gesto, una presencia comprensiva y solidaria, pero nosotros dormimos, vamos a lo nuestro.

 

Dormimos:

Cuando no escuchamos la Palabra de Dios o el grito del hermano.

Cuando no vemos el “dios” que está a nuestro lado.

Cuando nos resbala el problema del otro.

Cuando ignoramos el sufrimiento del mundo y nos encerramos en el nuestro.

Cuando no hacemos frente a nuestras responsabilidades.

Cuando vivimos alienados con nuestras “ocupaciones”, diversiones y adicciones.

Cuando no somos conscientes del momento que vivimos.

Cuando no nos abrimos a Dios ni lo buscamos.

Cuando…

 

Silencio oracional

 

Todos:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Te grito, Dios, y tú estás distante.

Te grito, Dios, y no tienes palabras para conmigo.

Te grito de noche, y mi voz se pierde en el eco.

Te grito y no me haces caso, ¡Dios, Dios mío!

Me han dicho que a quien confía en ti Tú lo pones a salvo. Me han dicho que gritaban y tú los dejabas libres.

Me han dicho que en ti ponían su confianza y que nunca los defraudaste.

¡No sé nada de eso!, ahora no entiendo de confianza.

Sólo sé gritar: Dios mío, y quedarme a solas en un grito…

Tú me llamaste a la vida, me guardaste entre tus manos.

Tú eres mi Dios, aunque nada sienta.

No te quedes lejos, Dios mío, que el peligro está cerca y nadie me socorre…

Me siento apretado contra el polvo de la muerte.

Me veo despojado, desnudo, sin fuerzas.

Soy como un payaso de quien todos se ríen.

Tú, Señor, fuerza mía, no te quedes lejos.

Ven corriendo a auxiliarme.

Mira mi vida, mi única vida y sálvala.

Aunque no te veo, aunque me siento abandonado, aunque me encuentro solo en la prueba, aunque no tengo fuerzas para resistir, aunque la tentación se hace dura en mis carnes, tú seguirás siendo mi Dios en quien confío.

Yo seré como un niño abandonado en los brazos de su madre.

 Y diré a las gentes que tú eres misericordia para este pobre desgraciado, que tú eres compasión para mi vida rota, que tú eres mi salvador en la oscuridad de la noche.

Soy un desvalido y espero comer tu don hasta saciarme.

 Te alabo, aunque no veo tu rostro.

 

Canto:

Danos un corazón, grande para amar; danos un corazón, fuerte para luchar.

 

Hombres nuevos creadores de la historia, constructores de nueva humanidad, hombres nuevos que viven la existencia, como riesgo de un largo caminar.

 

Hombres nuevos luchando en esperanza, caminantes sedientos de verdad.  Hombres nuevos sin frenos ni cadenas, hombres libres que exigen libertad.

 

Hombres nuevos amando sin fronteras, por encima de razas y lugar, hombres nuevos al lado de los pobres, compartiendo con ellos techo y pan.

 

El ángel del consuelo.

Cristo luchó agónicamente sintiendo a fondo la tentación. Como en el desierto, su arma victoriosa fue la oración. Durante las horas de lucha repetía machaconamente: ¡Abba! ¡Abba! Sólo el pronunciar esta palabra le hacía bien. Abba, si es posible… Se podría buscar otra manera más humana de salvar al mundo. O se podría quizá esperar un poco. Si no he hecho más que empezar. Los discípulos están muy inmaduros. Podría darse algún otro signo más convincente de que Tú estás conmigo. “Pase de mí este cáliz”, o endúlzalo un tiempo, que yo vea la necesidad de beberlo y el fruto que va a producir. Abba, vamos a negociar este tema.

“Pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mc 14, 36). Perdona, Padre, no hagas caso de lo que te digo. Tu voluntad sobre la mía. Siempre encontramos razones para hacer lo que queremos, buscamos justificaciones de nuestros deseos. No, lo que Tú quieras, Abba.

La batalla está vencida, y el Padre se hizo presente como luz y como fuerza. Las tinieblas huyeron del alma de Jesús. El mal estaba vencido, el sufrimiento estaba redimido. Por muy negra que sea la situación, siempre es posible abrirse a la esperanza. “Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que lo confortaba” (Lc 22, 43)

Jesús se hizo tan débil que necesitó el consuelo de un ángel. Le haría ver que no estaba solo; que el Padre lo amaba, si fuera posible, más; que era necesaria esta muerte tan dolorosa, porque se realizaría la redención del mundo; le haría ver los frutos de la Redención. Entendería que ésta era la respuesta de Dios al sufrimiento humano, que así podría compadecer y compartir el sufrimiento de todos los hombres; y que todo el sufrimiento –el dolor, la tristeza, la agonía, el miedo, la repugnancia…- quedaba redimido y santificado; que el hombre ya no se avergonzaría de sufrir en su cuerpo o en su alma, porque no lo vería como castigo, sino como sacramento y como gracia.

No nos extrañemos. Todos necesitamos el ángel del consuelo. Pero todos podemos ser también ángeles del consuelo, el que comprende e ilumina, el que comparte y alivia. ¡Se necesitan muchos ángeles así!

 

Tenemos presentes a los que consideramos que están siendo ángeles del consuelo en nuestro mundo y entre nosotros.  

 

 Silencio oracional

 

Canto:

Tú eres el Dios que nos salva, la luz que nos ilumina, la mano que nos sostiene y el techo que nos cobija.  La mano que nos sostiene y el techo que nos cobija.

 

Te damos gracias, Señor.  Te damos gracias, Señor.  (Bis)

 

Te damos gracias, Señor, porque has depuesto la ira y has detenido ante el pueblo la mano que lo castiga.  Y has detenido ante el pueblo la mano que lo castiga.

 

Y sacaremos con gozo del manantial de la Vida las aguas que dan al hombre la fuerza que resucita.  Las aguas que dan al hombre la fuerza que resucita. 

 

Entonces proclamaremos: “¡Cantadle con alegría! ¡El nombre de Dios es grande! ¡Su caridad, infinita!  ¡El nombre de Dios es grande! ¡Su caridad, infinita!

 

¡Que alabe al Señor la tierra! Contadle sus maravillas ¡Qué grande, en medio del pueblo, el Dios que nos justifica!”  ¡Qué grande, en medio del pueblo, el Dios que nos justifica!”

 

ORACIÓN UNIVERSAL

Hagamos presente en nuestra oración la agonía del mundo, para que, unida a la de Cristo, sea redimida.

 

Por los agonizantes, que no se sientan solos. Canto: Señor escúchanos, Señor óyenos.

Por los enfermos crónicos, que no pierdan la paciencia. Señor…

Por los que están desesperanzados o deprimidos, que encuentren razones para la esperanza. Señor…

Por los que se sienten solos, que encuentren la cercanía que necesitan. Señor…

Por los que están encarcelados, que se les mire y trate con respeto. Señor…

Por los que sufren torturas, que sean liberados. Señor…

Por los desempleados, que encuentren trabajo. Señor…

Por los drogadictos, que puedan recuperarse. Señor…

Por los inmigrantes, que sean acogidos. Señor…

Por los que sufren el hambre y todo tipo de exclusión, que puedan sentarse a la mesa de la creación. Señor…

 

Padre nuestro…

 

Canto:

Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar; tu grande eterno amor quiero gozar.  Llena mi pobre ser, limpia mi corazón, hazme tu rostro ver, en la aflicción.

 

Mi pobre corazón inquieto está, por esta vida voy buscando paz.  Más sólo tú, Señor, la paz me puedes dar; cerca de Ti, Señor, yo quiero estar.

 

Pasos inciertos doy, el sol se va, más si contigo estoy, no temo ya. Himnos de gratitud, alegre cantaré y fiel a Ti, Señor, siempre seré.

 

Día feliz veré, creyendo en Ti, en que yo habitaré, cerca de Ti.  Mi voz alabará, tu santo nombre allí y mi alma gozará, cerca de Ti.

 

Más cerca, oh Dios de Ti; más cerca sí, cuando la cruz, Señor, me lleve a Ti.  Si tiende al sol la flor, si el agua busca el mar, a Ti, mi sólo bien, he de buscar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario