Nota de los obispos
Familia y parroquia, respuesta a la soledad
En la familia y en la Iglesia queda vencida la soledad
1. Introducción
El Señor Dios se dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”» (Gén 2, 18). El relato bíblico
de la creación, que en el primer capítulo del Génesis está dominado por la expresión «vio
Dios que era bueno», reiterada una y otra vez para insistir en que el Dios creador es fuente
de toda bondad, nos sitúa ahora ante la primera afirmación negativa. Según san Juan Pablo II
en sus catequesis sobre el amor humano, la afirmación del relato yahvista aparece en el contexto
más amplio de los motivos y circunstancias que explican más profundamente el sentido de la
soledad originaria del hombre1
. De este modo, la experiencia de la soledad tiene dos significados
fundamentales: uno que deriva de la misma naturaleza del hombre, es decir, de su humanidad, y
otro que deriva de la relación varón-mujer.
La superación de la soledad en su sentido negativo y nocivo (pues hay una soledad beneficiosa y
necesaria para el hombre para aprender a vivir la intimidad) se encuentra en el matrimonio y la
familia. En efecto, el matrimonio es la primera forma de comunión entre personas de la que brota la
familia. Existir como persona implica siempre para el hombre vivir junto a otra persona, pues vivir
para el ser humano es siempre convivir. De otro modo podemos decir lo mismo: no hay persona
sin personas. El hombre, además, no solamente está llamado a vivir junto a otros, sino que está
invitado a vivir para otros2
. O, en otras palabras, está hecho para crear una comunión de personas.
2. La soledad en el mundo contemporáneo
Distinguidos sociólogos contemporáneos han constatado que vivimos una sociedad de «solitarios interconectados». Otros autores han acuñado el término “desocialización” para designar la
crisis de la posmodernidad. Se trata del proceso de deterioro del tejido social en las sociedades
occidentales avanzadas. Se trata de un fenómeno ligado estrechamente a la descristianización y
a lo que podríamos denominar “desfamiliarización” que promueve el individualismo y estilos de
vida cada vez más aislados y solitarios.
La psicología y la psiquiatría conocen lo que se denomina “síndrome de la soledad”. Se trata de una
patología caracterizada por los síntomas del egocentrismo, la tristeza, la susceptibilidad paranoide… Se trata de un sentimiento desconsolador de desarraigo y aislamiento producido por el vacío
existencial del desamor querido y sufrido. Por otro lado, el hombre siente y vive la llamada de quien
viene a sacarle de su soledad, que es Cristo, Cristo y la Iglesia como comunidad que nos lleva a la redención. Cristo es quien santifica a la familia, respuesta a la soledad y fundamento de la sociedad.
Quien verdaderamente nos hace vivir es Cristo, y este nos lleva al ámbito propio de la comunión
que es la familia a la que Cristo santifica.
3. La Iglesia responde ante el problema de la soledad
El papa Francisco recoge, al respecto, en la exhortación Amoris laetitia la siguiente proposición de
los padres sinodales: «Una de las mayores pobrezas de la cultura actual es la soledad, fruto de la
ausencia de Dios en la vida de las personas y de la fragilidad de las relaciones. Asimismo, hay una
sensación general de impotencia frente a la realidad socioeconómica que a menudo acaba por
aplastar a las familias [...] Con frecuencia, las familias se sienten abandonadas por el desinterés
y la poca atención de las instituciones. Las consecuencias negativas desde el punto de vista de la
organización social son evidentes: de la crisis demográfica a las dificultades educativas,
3. La Iglesia responde ante el problema de la soledad
El papa Francisco recoge, al respecto, en la exhortación Amoris laetitia la siguiente proposición de
los padres sinodales: «Una de las mayores pobrezas de la cultura actual es la soledad, fruto de la
ausencia de Dios en la vida de las personas y de la fragilidad de las relaciones. Asimismo, hay una
sensación general de impotencia frente a la realidad socioeconómica que a menudo acaba por
aplastar a las familias [...] Con frecuencia, las familias se sienten abandonadas por el desinterés
y la poca atención de las instituciones. Las consecuencias negativas desde el punto de vista de la
organización social son evidentes: de la crisis demográfica a las dificultades educativas, de la fatiga a la hora de acoger la vida naciente a sentir la presencia de los ancianos como un peso, hasta
el difundirse de un malestar afectivo que a veces llega a la violencia. El Estado tiene la responsabilidad de crear las condiciones legislativas y laborales para garantizar el futuro de los jóvenes y
ayudarlos a realizar su proyecto de formar una familia»
El Concilio Vaticano II afirma en la constitución Gaudium et spes que «el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre»4
. En el ciclo litúrgico de la Navidad, la Iglesia
celebra gozosa la cercanía del Emmanuel, del Dios-con-nosotros, de modo que cada parroquia y comunidad cristiana acogiendo el don de la Encarnación, se convierta en fuente de esperanza contra
la soledad del hombre. En este sentido, Benedicto XVI, en su viaje a Alemania el año 2006 eligió el
lema: «El que cree, no está solo». El 12 de septiembre de 2017, con motivo de la inauguración de un
monumento erigido en su honor en Regensburg, escribía: «Lo que quiero decir ahora se expresa en
la casa. Una casa es el hogar. Proporciona comunidad y seguridad. Así la imagen de la casa expresa
la oposición al abandono, a la soledad que amenaza a tanta gente hoy. En la era de los medios de
comunicación, en la que nadie parece estar solo, sino siempre conectados, es precisamente esta
cooperación universal del yo con el tú, de corazón a corazón: el encuentro mediático reduce las distancias entre nosotros, pero al mismo tiempo nos aleja de la proximidad personal más cercana. La
casa, por otro lado, muestra la verdadera convivencia, en la que trabajamos juntos, nos sentamos a
la mesa, saboreamos la alegría y el dolor. En nuestra tradición bávara pertenece a la casa el ‘Herrgottswinkel’ (en una habitación de un caserío, rincón con crucifijo y otros objetos religiosos), que por
un lado afecta a lo más íntimo y personal de cada uno, pero por esta misma razón también la casa
se abre al Dios vivo. Él es quien siempre nos reconcilia y nos conduce a la expansión»5
.
Cada parroquia como una verdadera familia de familias, está llamada a construir una comunión de
personas. De este modo, cada miembro de la comunidad parroquial es invitado a salir al encuentro del
que sufre, del enfermo, del necesitado, de los mayores y las personas viudas; en definitiva, de todas y
cada una de las personas que sufren la soledad y el desamparo. Una parroquia que viva de modo fervoroso y contagioso el dinamismo del fuego de la caridad que nos conduce a acercarnos a los demás y
compartir con ellos el don de la cercanía de Dios en Jesucristo, fuente de firme esperanza.
Que la Sagrada Familia de Nazaret constituya para nosotros el modelo de hogar donde la soledad
queda vencida. En el hogar de la familia y en el de la parroquia, familia de familias, crecemos en
la comunión interpersonal que disipa la soledad y se hace presente el amor de Dios que edifica
nuestras vidas, nuestras familias, la Iglesia y una sociedad verdadera y fraterna. Con gran afecto.
✠ Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, Obispo de Bilbao, presidente de la Subcomisión
✠ Mons. Francisco Gil Hellín Arzobispo emérito de Burgos
✠ Mons. Juan Antonio Reig Plà Obispo de Alcalá de Henares
✠ Mons. José Mazuelos Pérez Obispo de Jerez de la Frontera
✠ Mons. Juan Antonio Aznárez Cobo Obispo auxiliar de Pamplona y Tudela
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