lunes, 15 de junio de 2020

EL MANANTIAL DE LA VIDA.- LLAMADOS A SER HIJOS QUE AMAN COMO EL PADRE - (16 de Junio)

         

Este martes 16 de junio, de la undécima semana del tiempo ordinario, el padre Mauricio Valdivia Gallardo nos hace reflexionar sobre la perfección del amor a la que Jesús nos llama. No es la perfección a los ojos humanos, sino a los ojos de Dios, es decir, aquel amor capaz de acoger a todos, sin distinción. Es un enorme desafío al que podemos responder con la gracia que nos regala el Señor.
Amad a vuestros enemigos.
     
1.- Oración introductoria.
Señor, hoy no vengo a pedirte que me hagas más fácil lo difícil; ni más dulce lo amargo; ni más sabroso lo soso; te pido que me hagas posible lo imposible. Porque amar al enemigo humanamente es imposible. Si, a pesar de todo, me lo pides y me lo exiges, es para que caiga en la cuenta de la necesidad que tengo de rezar. Ya nos habías  dicho que “sin Ti no podemos hacer nada”. Y hoy vengo a Ti convencido de que yo no puedo perdonar a mi enemigo. Si un día puedo, te daré gracias por el milagro que me has hecho en mí.
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2.- Lectura reposada del Evangelio Mateo 5, 43-48
Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.
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3.- Qué  dice este texto bíblico.
Meditación-reflexión
En este evangelio el Señor nos manda “hacer lo posible y pedir lo imposible”. Lo posible es aceptar nuestros comportamientos. Y, dentro de ellos, está el no hacer daño a nadie, aunque sea nuestro enemigo; y el ayudarle si se encuentra en una situación límite y necesita nuestro apoyo. Pero no está en nosotros controlar nuestros sentimientos. Por eso es imposible el amar a nuestros enemigos. Si un día resulta que nos sale del corazón el quererlos es por puro don,  por  puro regalo de Dios. Y la oración llega hasta eso. Y es entonces cuando se nos concede la gracia de imitar a nuestro Padre Dios que manda el sol y la lluvia para todos. No puede haber satisfacción mayor que la de ver marcadas en nuestros rostros “las huellas del Padre”. El rostro de nuestro Padre Dios rezuma bondad, paz, ternura, serenidad, confianza. Con sólo mirarle nos hace buenos. Ojalá que, al tener en nosotros sus huellas, la  gente se sienta incentivada a ser buena.
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Palabra del Papa.
“Jesús nos dice dos cosas: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Su amor es para todos. Y Jesús concluye con este consejo: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos, cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza. Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos. La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, alguna pequeña enemistad (Cf Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2013, en Santa Marta).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto evangélico  ya meditado. (Guardo silencio)
5.- Propósito: En cada momento de este día debo reflejar el rostro del Padre Dios.
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6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, te agradezco que hoy, a través de tu palabra, me hayas hecho caer en la cuenta de una cosa muy sencilla: la oración no es una obligación, ni una norma, ni una manera de perder el tiempo, ni siquiera un lujo. La oración es una necesidad. De la misma indigencia que tengo para cumplir tus mandatos, nace en mí la necesidad de la oración.

         

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