La pandemia en clave de fe. Un tiempo para vivir entre la provisionalidad y la providencia.
LA PARROQUIA SAN PÍO X OS OFRECE ESTA REFLEXIÓN DESDE LA FE Y LA VIDA.
NOS ENCONTRAMOS EN MISIÓN DIOCESANA "EUNTES".
A las personas que seguís "El Manantial de la Vida" os invitamos a realizar un discernimiento del tiempo que estamos viviendo, y compartir las incertidumbres, oportunidades y retos a los que la Iglesia debe dar respuesta.
ESCUCHA, REFLEXIONA Y ORA.
Lejos del pesimismo por ver los templos semivacíos y de las restricciones que nos impiden la normalidad pastoral, nuestra actitud creyente afronta este tiempo como un momento propicio para “ir a aguas más profundas” y remar mar adentro en la historia, que está cambiando radicalmente ante nuestros ojos, para no ceder al riesgo de quedarnos inmóviles; así seremos una Iglesia dócil a lo que el Espíritu hoy nos inspira.
Abramos el oído para acoger la Palabra de Dios haciendo un momento de silencio, y pidamos al Señor Jesús que envíe su Espíritu sobre esta comunidad reunida en su nombre. Así se lo pedimos unidos con esta invocación
Señor Jesús,
envía tu Espíritu
para acoger
con docilidad y mansedumbre la Palabra.
Envía tu
Espíritu, que nos haga crecer en comunidad.
Envía tu
Espíritu, que nos abra a la escucha de los hermanos.
Envía tu
Espíritu, que inspire nuestras decisiones cotidianas.
Envía tu
Espíritu, que nos ilumine en este tiempo de crisis y oscuridad.
Envía tu
Espíritu, que nos ayude a discernir nuevos caminos para la Misión.
Envía tu
Espíritu, que aliente nuestra conversión personal y pastoral.
Envía tu Espíritu, que nos permita vivir en la verdadera comunión.
Vamos a escuchar ahora el pasaje del
Evangelio en el que Jesús nos dice que ha sido enviado para anunciar la Buena
Noticia. Esta buena nueva, que sabe a vida plena, viene muchas veces en lo
inesperado, en lo pequeño y de forma tan desconcertante que nos cuesta
reconocerla a la primera. Dejemos que la Palabra de Dios nos hable y nos
convierta.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas.
En aquel
tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como
era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le
entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje
donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a
los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los
oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Y, enrollando el libro,
lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos
en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de
oír.
Palabra del Señor. Gloria a tí Señor Jesús.
Tú necesitas personas dispuestas que quieran transmitir a otros lo que han vivido y experimentado. Por eso te decimos:
CUENTA CON NOSOTROS PARA ANUNCIAR TU
EVANGELIO
Sabemos que no todo será fácil, tendremos dificultades y los frutos de la siembra tardan en llegar. Pero, a pesar de todo, te decimos...
De forma inesperada ha irrumpido en nuestras vidas la pandemia y con ella
una nueva forma de vivir, prevenidos y confinados, de
convivir sin la cercanía, el abrazo y el gozo del encuentro en las distancias
cortas, obligados a concentrar todos nuestros recursos al servicio de la vida.
Algunas voces dicen que después de esta experiencia global el mundo ya no
será como era, pero otros se preguntan si realmente debería ser tal y como
antes era. Sin duda, nuestro mundo está ahora más enfermo, no solo por la
crisis sanitaria del coronavirus, sino por el estado de vulnerabilidad de
nuestra civilización, por la inseguridad laboral y su consecuente crisis
económica, y por las grandes interrogantes que nos plantea nuestra fragilidad
personal y comunitaria.
Toda esta situación tiene implicaciones profundas que merece la pena
abordar desde el discernimiento, con una mirada profunda a lo que estamos
viviendo y sufriendo, para no quedarnos encerrados en los límites de los
análisis científicos, sociológicos o políticos, puesto que en términos bíblicos
nosotros creemos, que esto es un signo de los tiempos.
En medio de esta realidad inédita y desconcertante tuvimos que readaptar nuestra pastoral, trasladando la vida de la fe al interior de nuestras casas y reinventando espacios virtuales donde poder compartir el alimento cotidiano de la Palabra, la oración y la celebración de la Eucaristía. Cuánto hemos echado de menos en este tiempo vivir la fe en comunidad abierta, poder recibir la comunión y palpar la presencia real del Señor, pues no solo de lo “virtual” vive el hombre.
Como cristianos adultos hemos de reconocer que la pandemia nos está exigiendo recrear las formas de llevar a cabo la Misión diocesana y de encarnar el Evangelio en estas circunstancias concretas y difíciles de nuestra historia actual, desde la fidelidad creativa y la audacia pastoral.
¿Qué dice la fe sobre la pandemia?
Aunque la fe cristiana no proporciona la solución médica, sí que ayuda a afrontar la pandemia, porque genera, sostiene y alimenta virtudes necesarias para superarla. Muchas personas se han cuestionado qué aporta la fe cristiana y la oración en este tiempo en el que tantas personas sufren tanto, pierden el trabajo, el sentido del vivir, incluso se nos mueren.
La fe cristiana no proporciona la solución médica al problema del covid, pero sí contribuye a vivir con sentido el sufrimiento y a afrontar los efectos de la pandemia desde la solidaridad, la entereza y la esperanza. No es lo mismo vivir con fe que sin ella, como no es lo mismo vivir una cruz vacía, que vivirla con la presencia redentora del cuerpo de Jesús Crucificado-Resucitado.
La fe y el estilo de vida que de ella dimana es fuente de muchas virtudes que el ser humano necesita para hacer frente a situaciones extremas y afrontar el sufrimiento intenso e inesperado. Muchas de las reacciones humanitarias y muchos de los actos de heroísmo a los que estamos asistiendo no son meras improvisaciones de la humana naturaleza, sino fruto del humanismo cristiano, que brota el corazón de Cristo, fundiendo lo humano y lo divino en el desarrollo de la vocación de discípulos misioneros, servidores y dadores de vida.
“Todos estamos admirados por el sacrificio, la generosidad y la entrega del personal sanitario y de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, de los transportistas, de todo el personal de los supermercados, de las farmacias y de tantos otros... El comportamiento absolutamente ejemplar del conjunto de la ciudadanía española tiene mucho que ver con la interiorización de estas virtudes, tan connaturales con la fe cristiana y propias de un auténtico humanismo.”
“La pandemia nos enfrenta a situaciones terribles. El efecto más temible es la muerte, compañera constante estos días. La fe ayuda a enfrentarse a ese trance único desde la apertura a la esperanza. La presencia durante el pico más alto de la pandemia de sacerdotes y diáconos en los hospitales y los cementerios ha puesto una nota de respeto, calor humano y esperanza en medio de una soledad tristísima, un desamparo total y una impotencia abrumadora ante la desventura de la muerte. Para la fe cristiana la muerte no es la última palabra. Habrá un reencuentro gozoso.”
El Papa Francisco está seguro de esto y lo repite a todos: de la pandemia salimos mejores o peores. Esta crisis que afecta a todo el planeta nos va a exigir un replanteamiento de las formas de convivir en clave solidaria. Por esta razón el Papa ha encargado a los dicasterios para la Comunicación y para el Desarrollo Humano Integral la creación del “Proyecto Covid – construir un futuro mejor”, para contribuir desde la Iglesia a buscar un camino que desde el final de la pandemia lleve al inicio de una nueva fraternidad.
De un “mal común” como la pandemia se llega al redescubrimiento del “bien común”, un valor que contiene los demás, la solidaridad, la ayuda mutua, la necesidad de la comunidad fraterna, el cuidado de los enfermos, la predilección por los más vulnerables. Son valores que van más allá de la lógica del mercado, y más necesarios que nunca en un momento tan “frágil” como el que estamos viviendo. Al tema del renacimiento tras la pandemia, el Papa ha dedicado un ciclo específico de catequesis, de las que destacamos la que pronunció en la Audiencia General del día 2 de septiembre de 2020
El Papa nos recuerda que “todos estamos vinculados, los unos con los otros, tanto en el bien como en el mal. Por eso, para salir mejores de esta crisis, debemos hacerlo juntos. Solos no, ¡porque no se puede! O se hace juntos o no se hace. Debemos hacerlo juntos, todos, en la solidaridad.”
En contraste con la crisis acaecida en la situación caótica de la torre de Babel, generada por el endiosamiento, el individualismo y la insolidaridad del pueblo, el Papa nos alienta a entrar en la dinámica de Pentecostés, donde Dios se hace presente e inspira la fe de la comunidad unida en la diversidad y en la solidaridad. “Una diversidad solidaria posee los “anticuerpos” para que la singularidad de cada uno — que es un don, único e irrepetible — no se enferme de individualismo, de egoísmo… Por tanto, la solidaridad hoy es el camino para recorrer hacia un mundo post-pandemia, hacia la sanación de nuestras enfermedades interpersonales y sociales… Quiero repetirlo: de una crisis no se sale igual que antes. La pandemia es una crisis. De una crisis se sale o mejores o peores. Tenemos que elegir nosotros. Y la solidaridad es precisamente un camino para salir de la crisis mejores, no con cambios superficiales, con una capa de pintura así y todo está bien. No. ¡Mejores!”
Dios se acerca a la humanidad golpeada por la crisis de la pandemia. ¿Cómo debemos acercarnos nosotros a Dios? ¿Dónde encontramos a Dios? En tiempos de Jesús los judíos, para acercarse a Dios, debían peregrinar al Templo de Jerusalén. En cambio, Jesús, el Hijo de Dios, sin dejar de ir al templo, les hace ver que el Reino de Dios está en el corazón del ser humano,“ dentro de vosotros”, se acerca a la gente, entra en las casas, va al campo, a la montaña, recorre los caminos, las orillas del lago… ¿Acaso hoy no vemos a Jesús en tantos hombres y mujeres que siguen llevando “esperanza” a los enfermos, en los hospitales, en las casas, un Jesús caminando por las calles de nuestros pueblos y ciudades? Dios está presente en cada gesto bondadoso que cada ser humano tiene con su prójimo.
Jesús nos enseña a humanizarnos. La pedagogía de Jesús es conducirnos a descubrir las formas más humanas de ser y de relacionarnos, a aprender su modo de vivir humanamente. Nos manifiesta plenamente lo que es ser humano . Las pequeñas “metamorfosis” que surgen entre las personas que “se quedan en casa” confinadas sin perder la calma, cultivando relaciones más profundas, despojándose de caprichos para vivir en lo esencial de la sencillez, son signos de la irrupción del Reino que destellan y contrastan con el aumento de tensiones y violencias que se dan en otros casos, como en los tiempos de Babel.
Mirando el presente y hacia adelante, seguimos interrogándonos ¿hacia dónde se dirigen nuestros pies, nuestra mente y nuestro corazón? Nos damos cuenta de que todo nuestro ser está clamando humanización en el modo de vivir, de creer, de amar, de organizar nuestra vida personal y comunitaria, de relacionarnos, de permanecer manteniendo la esperanza en Dios, que es el Señor de la vida y de la historia.
·
Del cuerpo
que experimenta ansiedad, al cuerpo que ha aprendido a esperar, a
no quererlo todo ahora.
·
Del
corazón endurecido por momentos, indiferente y silenciado, a un
corazón solidario y fraterno.
·
Del ser
que siente miedo ante la incertidumbre de un virus, a un
ser confiado en el Dios cercano, presente, que está con
nosotros, haciendo de nuestra fragilidad un motivo de confianza.
·
Del
ser egoísta y calculador, a un ser agradecido y cuidadoso con
todo lo creado, y la posibilidad de ofrecer más y más vida.
·
De la sorpresa que
nos paralizó hasta la mente, a continuar adaptándonos a los
procesos lentos y a nuevos modos de organizarnos.
· De ser personas que teníamos todo claro y controlado, a ser más humildes y sencillos, necesitados del Otro - el Dios Misterio de Amor - y de los otros.
Para el discípulo de Cristo, la pandemia es una ocasión de conversión y crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad, de modo que en medio de la inestabilidad de este tiempo podamos vivir confiados, siendo constructores del Reino de Dios en la historia.
Terminamos esta reflexión con las palabras del Papa Francisco en la soledad de la Plaza de San Pedro en la celebración del Viernes Santo: "Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente".
"Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: No tengáis miedo".
En este momento del discernimiento
comunitario, continuamos con el clima de oración, escucha interior, reflexión
profunda y diálogo compartido acerca de lo que el Espíritu nos inspira a los
miembros del grupo. Hagamos el ejercicio de escuchar y acoger, desde una
actitud de libertad y respeto hacia lo que los otros dicen, para que emerja el
discernimiento común.
¿Cómo están afectando a mi entorno personal y familiar las consecuencias económicas, sociales y culturales de la pandemia? ¿Cómo las estoy afrontando a la luz del Evangelio
Esta pandemia también interpela a la Iglesia y a su misión. ¿Cuál es la respuesta que nuestras parroquias y comunidades eclesiales deben dar en este tiempo? ¿Cuál es la conversión pastoral que hemos de afrontar con mayor urgencia?
Oremos:
Te damos gracias,
Padre, por amarnos
tan entrañablemente.
Gracias, Señor Jesús,
por redimirnos,
por enviarnos a
anunciarte,
por hacernos testigos
de tu amor sin fronteras,
de tu predilección por los más pobres.
Conviértenos a ti, sé
nuestro aliento.
Queremos
transformarnos, ser Iglesia en salida,
creyentes en estado de misión permanente.
Danos vigor, audacia
para llegar a todos,
para acoger, cuidar y
acompañar a todos:
a los que te celebran
cada día,
a los que se alejaron
de tu casa,
a los que todavía no conocen cómo eres.
Espíritu de Dios, sé tú
la llama
que arda en nuestra
palabra, en nuestras obras,
en nuestro corazón, sin consumirse.
Virgen de Valvanera,
Patrona y Madre nuestra;
que nuestra fe, como la
tuya, sea
fidelidad de roble,
fecundidad de fuente,
colmena de esperanza y caridad.
Amén.
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