Cuando obramos en conciencia, siguiendo los dictados del Señor, adquirimos las fuerzas suficientes para ser firmes y no tener miedo a lo que puedan hacer o decir contra nosotros. Únicamente Dios es quien nos debe importar, pues es Él el que nos conoce cómo somos en realidad. Será Él quien nos juzgará por lo que hagamos o dejemos de hacer. No prestemos, por tanto, importancia a los juicios de los hombres, sino solamente a Dios.
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