Este «Magnificat» tan bello y delicado lo hemos aprendido de los maronitas (los cristianos del Líbano), que hasta el día de hoy emplean el arameo en partes de su liturgia. Es el idioma que la Virgen María habría hablado en su vida cotidiana. «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada», exclamó María en su cántico de alabanza, y así sucedió. La ternura de este canto refleja el amor con que el Padre celestial fijó sus ojos en su Hija predilecta. Nos habla del misterio de su Maternidad divina y del deleite del Espíritu Santo en su Esposa toda pura.
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