BAUTISMO DE NIÑOS
¿Qué es el Bautismo?
Es el sacramento que nos inicia en la vida cristiana. Nos hace Hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
→ Las personas que viven en una demarcación parroquial, cuando piden el Bautismo en la Iglesia, lo solicitan a su Párroco o Vicario Parroquial. Si por algún motivo especial lo celebran en otra parroquia, él les dará la notificación oportuna.Cuando los niños nacen, inmediatamente los papás le ponen un nombre, pues saben que es muy importante llamarlo de alguna manera para poderlos registrar y para que sean “alguien en especial”, con nombre y apellido, para que sean ciudadanos del país en que nacieron. Lo que hace que tengan derechos y obligaciones. Sin embargo, no sucede lo mismo con el Bautismo, a veces no le damos la importancia que tiene o estamos confundidos porque escuchamos diferentes opiniones y nos olvidamos de que la Biblia nos dice: “El que crea y se bautice se salvará”. (Mc. 16, 16) Como todos sabemos, los hombres nacemos con el “pecado original” que cometieron nuestros primeros padres, Adán y Eva. Como Dios nos ama mucho y sabía que mientras estuviésemos en pecado, no podríamos vivir en amistad con Él, nos envió a su Hijo Jesucristo, quien se hizo hombre como nosotros para salvarnos y hacer posible la vida de amor con Dios. Para ello Cristo, murió en la cruz y resucitó. De esa manera venció al pecado e hizo posible que nosotros podamos morir al pecado y nacer de nuevo a la vida de Dios. Todo ello, gracias al Bautismo. Todos nacemos separados de Dios, es decir, “muertos a la vida de Dios” por el pecado original y nacemos a la vida de Dios, a la vida espiritual, al recibir el Bautismo. El Bautismo, como todos los otros sacramentos fue instituido por Cristo. Él le dio el mandato a los apóstoles de “ir y bautizar” a todas las creaturas. Por el Bautismo, Dios nos da el DON, el regalo, de ser hijos de Él, dándonos su mismo Espíritu, para que habite en nosotros. A partir de ese momento Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, habitarán en el bautizado. La materia que se utiliza en el Bautismo es el agua natural. La forma son las palabras que dice el ministro: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, las cuales deben pronunciarse al mismo tiempo que corre el agua. El ministro normalmente es el sacerdote. En caso de necesidad, es decir, cuando un niño o un adulto se encuentra en peligro de muerte y no es posible que el sacerdote esté presente, lo puede administrar cualquier persona, siempre y cuando tenga la intención de hacerlo y use la materia y la forma correspondiente. Y hay que notificar a la parroquia para que quede registrado y, en caso de que viva, para que pueda recibir la ceremonia del Bautismo solemne. Cuando no se sabe si la persona que se va a bautizar está viva o muerta, antes de decir la forma se añaden las siguientes palabras: ”Sí estás vivo, yo te bautizo ............ “. El sujeto es toda persona que no haya sido bautizada: Adultos: se necesita tener la intención de recibir el Bautismo, que tengan fe, y que estén arrepentidos de sus pecados. Niños: los padres tienen la obligación de bautizar a sus hijos lo antes posible después de su nacimiento. Es derecho de los hijos el recibir de sus padres todos los dones y valores para su desarrollo humano y cristiano, el Bautismo es el don más preciado que tienen los padres, “el don de la vida de gracia”. Así como se les registra para que obtengan sus derechos, se les debe hacer hijos de Dios, hacerlos partícipes de la fe de sus padres, que es lo más importante, haciéndolos cristianos. Requisitos para el Bautismo: Los padres tienen la obligación de hacer que los hijos sean bautizados en las primeras semanas. Cuanto antes después del nacimiento e incluso antes de él, acudan al párroco para pedir el sacramento para su hijo y prepararse debidamente. (CIC 867) Sólo los papás tienen el derecho de llevarlos a bautizar. En caso de adultos manifestar su deseo de bautizarse y asistir a pláticas de preparación. Presentar el acta de nacimiento ante el sacerdote o su representante. Tomar las pláticas prebautismales los papás y los padrinos. Padrinos: son aquellos que presentan en la Iglesia al bautizado, contestan en su nombre y asumen la responsabilidad de la educación cristiana del bautizado si faltan sus padres. Se requiere de un padrino y una madrina en caso de los niños. En el caso de un adulto debe de ser uno solo, que debe de vigilar que lleve una vida cristiana después de ser bautizado. Ser padrinos no implica asumir responsabilidades materiales. Requisitos para ser padrinos: Ser bautizado y tener la intención de asumir las responsabilidades, tener uso de razón, haber cumplido 16 años, estar confirmado, haber hecho su Primera Comunión y llevar una vida de fe. Los padrinos han de ser solteros o casados por la Iglesia. No pueden vivir en unión libre, ya que deben de ser modelos de vida cristiana para los ahijados.
→ En la Parroquia de San Pío X, la preparación previa de los padres que piden el Bautismo para sus hijos consiste en una entrevista personal, un encuentro de reflexión y la preparación de la celebración.
→ Los niños son presentados por sus padres y por la persona que apadrina (al menos una, aunque pueden ser dos, padrino-madrina, si son varón y mujer). Los padres se comprometen a educar en la fe a sus hijos. Los padrinos se comprometen a colaborar con los padres en la educación cristiana de sus ahijados. Las condiciones para ser padrino son (CIC c. 874): ser elegido y estar capacitado para ello, tener más de 16 años, ser católico y haber recibido los sacramentos de la Eucaristía y la Confirmación, y llevar una vida congruente con la fe.
→ En nuestra Parroquia no está estipulada ninguna cantidad como aportación económica con ocasión de la celebración del Bautismo. Cada familia hace el donativo que desee para contribuir a sufragar los gastos del edificio y del funcionamiento parroquial.
→ Las celebraciones bautismales previstas son los segundos sábados de cada mes , a las 17.·30
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CONFIRMACIÓN
¿Que es el Sacramento de la Confirmación?
Qué es la confirmación, cómo y cuando se instituyó y la materia y la forma de la misma .
El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana. La misma palabra, Confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice mucho.
En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo. El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado – creyendo que todo había sido en balde - se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron transformados - y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”. El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación – al descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las formas en que Él se hace presente al pueblo de Dios. Institución El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque - según ellos - no aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo. Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por parte de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo. El Nuevo Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”. (Hech. 8, 15-17;19, 5-6). El Signo: La Materia y la Forma Dijimos que la materia del Bautismo, el agua, tiene el significado de limpieza, en este sacramento la materia significa fuerza y plenitud. El signo de la Confirmación es la “unción”. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosa: para curar heridas, a los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos, también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción va unido al nombre de “cristiano”, que significa ungido. La materia de este sacramento es el “santo crisma”, aceite de oliva mezclado con bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser en la frente. La forma de este sacramento, palabras que acompañan a la unción y a la imposición individual de las manos “Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo” (Catec. no. 1300) . La cruz es el arma conque cuenta un cristiano para defender su fe.
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PENITENCIA
Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia ofreciéndonos una nueva posibilidad de convertirnos y de recuperar, después del Bautismo, la gracia de la justificación.
1. La lucha contra el pecado después del Bautismo
1.1. Necesidad de la conversión A pesar de que el Bautismo borra todo pecado, nos hace hijos de Dios y dispone a la persona para recibir el regalo divino de la gloria del Cielo, sin embargo en esta vida quedamos aún expuestos a caer en el pecado; nadie está eximido de tener que luchar contra él, y las caídas son frecuentes. Jesús nos ha enseñado a rezar en el Padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», y esto no de vez en cuando, sino todos los días, muy a menudo. El apóstol S. Juan dice también: «Si decimos: ‘no tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1,8). Y a los cristianos de primera hora en Corinto, san Pablo exhortaba: «En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios» (2 Co 5, 20). Así pues, la llamada de Jesús a la conversión: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15), no se dirige sólo a los que aún no le conocen, sino a todos los fieles cristianos que también deben convertirse y avivar su fe. «Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia» (Catecismo, 1428). 1.2. La penitencia interior La conversión comienza en nuestro interior: la que se limita a apariencias externas no es verdadera conversión. Uno no se puede oponer al pecado, en cuanto ofensa a Dios, sino con un acto verdaderamente bueno, acto de virtud, con el que se arrepiente de aquello con lo que ha contrariado la voluntad de Dios y busca activamente eliminar ese desarreglo con todas sus consecuencias. En eso consiste la virtud de la penitencia. «La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia» (Catecismo, 1431). La penitencia no es una obra exclusivamente humana, un reajuste interior fruto de un fuerte dominio de sí mismo, que pone en juego todos los resortes del conocimiento propio y una serie de decisiones enérgicas. «La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos” (Lam 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo» (Catecismo, 1432). 1.3. Diversas formas de penitencia en la vida cristiana La conversión nace del corazón, pero no se queda encerrada en el interior del hombre, sino que fructifica en obras externas, poniendo en juego a la persona entera, cuerpo y alma. Entre ellas destacan, en primer lugar, las que están incluidas en la celebración de la Eucaristía y las del sacramento de la Penitencia, que Jesucristo instituyó para que saliéramos victoriosos en la lucha contra el pecado. Además, el cristiano tiene otras muchas formas de poner en práctica su deseo de conversión. «La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cfr. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás» (Catecismo, 1434). A esas tres formas se reconducen, de un modo u otro, todas las obras que nos permiten rectificar el desorden del pecado. Con el ayuno se entiende no sólo la renuncia moderada al gusto en los alimentos, sino también todo lo que supone exigir al cuerpo y no darle gusto con el fin de dedicarnos a lo que Dios nos pide para el bien de los demás y el propio. Como oración podemos entender toda aplicación de nuestras facultades espirituales –inteligencia, voluntad, memoria– a unirnos a Dios Padre nuestro en conversación familiar e íntima. Con relación a los demás, la limosna no es sólo dar dinero u otros bienes materiales a los necesitados, sino también otros tipos de donación: compartir el propio tiempo, cuidar a los enfermos, perdonar a los que nos han ofendido, corregir al que lo necesita para rectificar, dar consuelo a quien sufre, y otras muchas manifestaciones de entrega a los demás. La Iglesia nos impulsa a las obras de penitencia especialmente en algunos momentos, que nos sirven además para ser más solidarios con los hermanos en la fe. «Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia» (Catecismo, 1438). 2. El sacramento de la Penitencia y Reconciliación 2.1. Cristo instituyó este sacramento «Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación» (Catecismo, 1446). Jesús, durante su vida pública, no sólo exhortó a los hombres a penitencia, sino que acogiendo a los pecadores los reconciliaba con el Padre[1]. «Al dar el Espíritu Santo a sus apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23)» (Catecismo, 976). Es un poder que se transmite a los obispos, sucesores de los apóstoles como pastores de la Iglesia, y a los presbíteros, que son también sacerdotes del Nuevo Testamento, colaboradores de los obispos, en virtud del sacramento del Orden. «Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico» (Catecismo, 1442). 2.2. Nombres de este sacramento Recibe diversos nombres según se ponga de relieve un aspecto u otro. «Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador» (Catecismo, 1423); «de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia» (Catecismo, 1424); «de la confesión porque […] la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento» (ibidem); «del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente el perdón y la paz» (ibidem); «de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión» (Catecismo, 1423). 2.3. Sacramento de la Reconciliación con Dios y con la Iglesia «Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones» (Lumen gentium, 11). «Porque el pecado es una ofensa hecha o Dios, que rompe nuestra amistad con él, la penitencia “tiene como término el amor y el abandono en el Señor”. El pecador, por tanto, movido por la gracia del Dios misericordioso, se pone en camino de conversión, retorna al Padre, que: «nos amó primero», y a Cristo, que se entregó por nosotros, y al Espíritu Santo, que ha sido derramado copiosamente en nosotros»[2]. «“Por arcanos y misteriosos designios de Dios, los hombres están vinculados entre sí por lazos sobrenaturales, de suerte que el pecado de uno daña a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a los otros”, por ello la penitencia lleva consigo siempre una reconciliación a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a quienes el propio pecado perjudica»[3]. 2.4. La estructura fundamental de la Penitencia «Los elementos esenciales del sacramento de la Reconciliación son dos: los actos que lleva a cabo el hombre, que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, y la absolución del sacerdote, que concede el perdón en nombre de Cristo y establece el modo de la satisfacción» (Compendio, 302). 3. Los actos del penitente Son «los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción» (Catecismo, 1448). 3.1. La contrición «Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es “un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar”» (Catecismo, 1451[4]). «Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama “contrición perfecta”(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental» (Catecismo, 1452). «La contrición llamada “imperfecta” (o “atrición”) es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia» (Catecismo, 1453). «Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo y en la catequesis moral de los evangelios y de las cartas de los apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas» (Catecismo, 1454). 3.2. La confesión de los pecados «La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia: “En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cfr. Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos”» (Catecismo, 1456[5]). «La confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión»[6]. La confesión de las culpas nace del verdadero conocimiento de sí mismo ante Dios, fruto del examen de conciencia, y de la contrición de los propios pecados. Es mucho más que un desahogo humano: «La confesión sacramental no es un diálogo humano, sino un coloquio divino»[7]. Al confesar los pecados el cristiano penitente se somete al juicio de Jesucristo, que lo ejercita por medio del sacerdote, el cual prescribe al penitente las obras de penitencia y lo absuelve de los pecados. El penitente combate el pecado con las armas de la humildad y la obediencia. 3.3. La satisfacción «La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó. Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe satisfacer de manera apropiada o expiar sus pecados. Esta satisfacción se llama también penitencia» (Catecismo, 1459). El confesor, antes de dar la absolución, impone la penitencia, que el penitente debe aceptar y cumplir luego. Esa penitencia le sirve como satisfacción por los pecados y su valor proviene sobre todo del sacramento: el penitente ha obedecido a Cristo cumpliendo lo que Él ha establecido sobre este sacramento, y Cristo ofrece al Padre esa satisfacción de un miembro suyo.
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EUCARISTÍA
La Eucaristía como sacramento La Eucaristía
Bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se encuentra verdadera, real y substancialmente presente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Sentido de la Eucaristía como Sacramento:
Naturaleza La eucaristía es el sacramento en el cual bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se halla verdadera, real y substancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Se le llama el “sacramento por excelencia”, porque en él se encuentra Cristo presente, quien es fuente de todas las gracias. Además, todos los demás sacramentos tienden o tienen como fin la Eucaristía, ayudando al alma para recibirlo mejor y en la mayoría de las veces, tienen lugar dentro de la Eucaristía. A este sacramento se le denomina de muchas maneras dada su riqueza infinita. La palabra Eucaristía quiere decir acción de gracias, es uno de los nombres más antiguos y correcto porque en esta celebración damos gracias al Padre, por medio de su Hijo, Jesucristo, en el Espíritu y recuerda las bendiciones judías que hacen referencia a la creación, la redención y la santificación. (Cfr. Lc. 22, 19)
1. Es el Banquete del Señor porque es la Cena que Cristo celebró con sus apóstoles justo antes de comenzar la pasión. (Cfr. 1 Col 11, 20).
2. Fracción del pan porque este rito fue el que utilizó Jesús cuando bendecía y distribuía el pan, sobre todo en la Última Cena. Los discípulos de Emaús lo reconocieron – después de la resurrección – por este gesto y los primeros cristianos llamaron de esta manera a sus asambleas eucarísticas. (Cfr. Mt. 26, 25; Lc. 24, 13-35; Hech. 2, 42-46).
3. También, se le dice asamblea eucarística porque se celebra en la asamblea –reunión - de los fieles.
4. Santo sacrificio, porque se actualiza el sacrificio de Cristo. Es memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
5. Comunión, porque es la unión íntima con Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre.
6. Didaché, es el sentido primero de la “comunión de los santos” que se menciona en el símbolo de los Apóstoles.
7. Misa, posee un sentido de misión, llevar a los demás lo que se ha recibido de Dios en el sacramento. Usada desde el siglo VI, tomada de las últimas palabras “ite missa est".
Institución En el Antiguo Testamento encontramos varias prefiguracones de este sacramento, como son:
Igualmente, la Eucaristía fue mencionada - a manera de profecías – en el Antiguo Testamento por Salomón en el libro de los Proverbios, donde le ordena a los criados a ir para comer y beber el vino que les había preparado. (Cfr. Prov. 9,1). El profeta Zacarías habla del trigo de los elegidos y del vino que purifica. El mismo Cristo – después de la multiplicación de los panes – profetiza su presencia real, corporal y sustancial, en Cafarnaúm, cuando dice: “Yo soy el pan de vida …… Si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. (Jn. 6, 32-34;51) Cristo, sabiendo que había llegado su “hora”, después de lavar los pies a sus apóstoles y de darles el mandamiento del amor, instituye este sacramento el Jueves Santo, en la Última Cena (Mt. 26, 26 -28; Mc. 14, 22 -25; Lc. 22, 19 - 20). Todo esto con el fin de quedarse entre los hombres, de nunca separarse de los suyos y hacerlos partícipes de su Pasión. El sacramento de la Eucaristía surge del infinito amor de Jesucristo por el hombre. El Concilio de Trento declaró como verdad de fe, que la Eucaristía es verdadero y propio sacramento porque en él están presente los elementos esenciales de los sacramentos: el signo externo; materia (pan y vino) y forma; confiere la gracia; y fue instituido por Cristo. Cristo deja el mandato de celebrar el Sacramento de la Eucaristía e insiste, como se puede constatar en el Evangelio, en la necesidad de recibirlo. Dice que hay que comer y beber su sangre para poder salvarnos. (Jn. 6, 54). La Iglesia siempre ha sido fiel a la orden de Nuestro Señor. Los primeros cristianos se reunían en las sinagogas, donde leían unas Lecturas del Antiguo Testamento y luego se daba lugar a lo que llamaban “fracción del pan”, cuando fueron expulsados de las sinagogas, seguían reuniéndose en algún lugar una vez a la semana para distribuir el pan, cumpliendo así el mandato que Cristo les dejó a los Apóstoles. Poco a poco se le fueron añadiendo nuevas lecturas, oraciones, etc. hasta que en 1570 San Pío V determinó como debería ser el rito de la Misa, mismo que se mantuvo hasta el Concilio Vaticano II.
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UNCIÓN DE ENFERMOS
Sacramento de la Unción de los Enfermos
Sacramento que da la Iglesia para atraer la salud de alma, espíritu y cuerpo al cristiano en estado de enfermedad grave o vejez.
El Sacramento de la Unción de Enfermos confiere al cristiano una gracia especial para enfrentar las dificultades propias de una enfermedad grave o vejez. Se le conoce también como el "sagra viático", porque es el recurso, el "refrigerio" que lleva el cristiano para poder sobrellevar con fortaleza y en estado de gracia un momento de tránsito, especialmente el tránsito a la Casa del Padre a través de la muerte.
Lo escencial del sacramento consiste en ungir la frente y las manos del enfermo acompañada de una oración litúrgica realizada por el sacerdote o el obispos, únicos ministros que pueden administrar este sacramento. La Unción de enfermos se conocía antes como "Extrema Unción", pues sólo se administraba "in articulo mortis" (a punto de morir). Actualmente el sacramento se puede administrar más de una vez, siempre que sea en caso de enfermedad grave. ¿Qué es la Unción de Enfermos? Es el sacramento que da la Iglesia para atraer la salud de alma, espíritu y cuerpo al cristiano en estado de enfermedad grave o vejez. ¿Cuántas veces puede recibir el sacramento un cristiano? Las veces que sea necesaria, siempre que sea en estado grave. Puede recibirlo incluso cuando el estado grave se produce como recaída de un estado anterior por el que ya había recibido el sacramento. ¿Qué efectos tiene la Unción de enfermos? La unción une al enfermo a la Pasión de Cristo para su bien y el de toda la Iglesia; obtiene consuelo, paz y ánimo; obtiene el perdón de los pecados (si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la reconciliación), restablece la salud corporal (si conviene a la salud espiritual) y prepara para el paso a la vida eterna. ¿CUÁNDO EMPEZÓ LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS? - Cristo durante su vida siempre mostró un gran amor por aquellos que padecían algún mal, que tenían alguna enfermedad o dolor. Recuerda que el Evangelio nos cuenta cómo Jesús curó a paralíticos, ciegos y otros enfermos. - Esta preocupación del Señor por los enfermos, se la comunica a sus discípulos. Jesús, en dos momentos del Evangelio, les dice lo que debían hacer con los enfermos: ¨... y ungiendo con óleo a muchos enfermos, los curaban.¨ ( S. Marcos ,6,13 ) ¨ ... pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos se encontrarán bien.¨ (S. Marcos, 16,18) - El apóstol Santiago nos cuenta en la Biblia, la costumbre que ya existía entre los primeros cristianos con estas palabras : ¨¿Alguno entre ustedes enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe salvara al enfermo, y el Señor le hará levantarse, y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados.¨ (Santiago, 5 14-15 ) ¿ QUÉ PIENSA JESÚS SOBRE EL DOLOR ? - Jesús nunca se quejó, nunca se rebeló ante el sufrimiento, ante el dolor del alma o del cuerpo. - Jesús vino a enseñarnos a dar UN SENTIDO NUEVO AL DOLOR, a tomarlo de otra manera. Nada mas piensa de qué forma aceptó El su sufrimiento en la cruz. - Desde entonces el cristiano sabe que la enfermedad no es una maldición, sino que puede ser un MEDIO PARA SANTIFICARSE, un medio para acercarse más a Dios. Una persona puede ofrecer su enfermedad por su salvación o por la de otros hombres - La enfermedad puede ser también algo que nos ayuda a preparar mejor nuestra alma para dar cuenta a Dios de nuestra vida. Jesús quiso dejarnos el SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS para vivir mejor estos momentos. ¿ QUÉ GANA LA PERSONA QUE RECIBE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS ? 1) El enfermo se une a la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. 2) La unción da fuerza, consuelo y ánimo al enfermo para soportar cristianamente el sufrimiento y el dolor. 3) Cuando un hombre no tiene pecado se dice que esta ¨ en gracia ¨. Pues la unción de los enfermos, si el enfermo esta en gracia, aumenta esa gracia. 4) Cuando un hombre tiene pecados veniales, o sea, pequeños, la unción de los enfermos quita las pequeñas manchas que el alma pudiera tener por ellos. 5) Si el enfermo ya no esta consciente ( o sea, que no está despierto y que ya no se da cuenta de las cosas ), este sacramento le perdona los pecados, aún cuando no haya podido confesarse, siempre que el enfermo estuviera arrepentido antes de perder el sentido. 6) Si Dios así lo quiere, la unción de los enfermos puede producir la curación de la enfermedad. Si es la voluntad de Dios que esa persona muera, este sacramento le da fuerza para prepararse para la muerte.
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ORDEN SACERDOTAL Sentido e institución del Orden Es el que hace posible que la misión, que Cristo le dio a sus Apóstoles, siga siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
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MATRIMONIOS
Matrimonio, naturaleza e institución
El Matrimonio
Desde el principio de la creación, cuando Dios crea a la primera pareja, la unión entre ambos se convierte en una institución natural.
Naturaleza La unión conyugal tiene su origen en Dios, quien al crear al hombre lo hizo una persona que necesita abrirse a los demás, con una necesidad de comunicarse y que necesita compañía. “No está bien que el hombre esté solo, hagámosle una compañera semejante a él.” (Gen. 2, 18). “Dios creó al hombre y a la mujer a imagen de Dios, hombre y mujer los creó, y los bendijo diciéndoles: procread, y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla”.(Gen. 1, 27- 28). Desde el principio de la creación, cuando Dios crea a la primera pareja, la unión entre ambos se convierte en una institución natural, con un vínculo permanente y unidad total (Mt. 19,6). Por lo que no puede ser cambiada en sus fines y en sus características, ya que de hacerlo se iría contra la propia naturaleza del hombre. El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o consecuencia de instintos naturales inconscientes. El matrimonio es una sabia institución del Creador para realizar su designio de amor en la humanidad. Por medio de él, los esposos se perfeccionan y crecen mutuamente y colaboran con Dios en la procreación de nuevas vidas. El matrimonio para los bautizados es un sacramento que va unido al amor de Cristo su Iglesia, lo que lo rige es el modelo del amor que Jesucristo le tiene a su Iglesia (Cfr. Ef. 5, 25-32). Sólo hay verdadero matrimonio entre bautizados cuando se contrae el sacramento. El matrimonio se define como la alianza por la cual, - el hombre y la mujer - se unen libremente para toda la vida con el fin de ayudarse mutuamente, procrear y educar a los hijos. Esta unión - basada en el amor – que implica un consentimiento interior y exterior, estando bendecida por Dios, al ser sacramental hace que el vínculo conyugal sea para toda la vida. Nadie puede romper este vínculo. (Cfr. CIC can. 1055). En lo que se refiere a su esencia, los teólogos hacen distinción entre el casarse y el estar casado. El casarse es el contrato matrimonial y el estar casado es el vínculo matrimonial indisoluble. El matrimonio posee todos los elementos de un contrato. Los contrayentes son el hombre y la mujer. El objeto es la donación recíproca de los cuerpos para llevar una vida marital. El consentimiento> es lo que ambos contrayentes expresan. Unos fines que son la ayuda mutua, la procreación y educación de los hijos. Institución Hemos dicho que Dios instituyó el matrimonio desde un principio. Cristo lo elevó a la dignidad de sacramento a esta institución natural deseada por el Creador. No se conoce el momento preciso en que lo eleva a la dignidad de sacramento, pero se refería a él en su predicación. Jesucristo explica a sus discípulos el origen divino del matrimonio. “No habéis leído, como Él que creó al hombre al principio, lo hizo varón y mujer? Y dijo: por ello dejará a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne”. (Mt. 19, 4-5). Cristo en el inicio de su vida pública realiza su primer milagro – a petición de su Madre – en las Bodas de Caná. (Cfr. Jn. 2, 1-11). Esta presencia de Él en un matrimonio es muy significativa para la Iglesia, pues significa el signo de que - desde ese momento - la presencia de Cristo será eficaz en el matrimonio. Durante su predicación enseñó el sentido original de esta institución. “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”. (Mt. 19, 6). Para un cristiano la unión entre el matrimonio – como institución natural – y el sacramento es total. Por lo tanto, las leyes que rigen al matrimonio no pueden ser cambiadas arbitrariamente por los hombres.
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