miércoles, 8 de abril de 2020

EL MANANTIAL DE LA VIDA. JUEVES SANTO. (9 DE ABRIL)

         


El evangelio de hoy es solemne. “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, lo amó hasta el extremo”. ¿Qué significa hasta el extremo? Fray Luis de Granada lo expresa de esta manera: “Es como si el amor de Cristo hubiera estado, hasta entonces, detenido, represado, y sólo hoy le abriera las compuertas y le diera licencia para llegar hasta donde Él quería llegar”.
 “Se levantó de la mesa”
“Amor dinámico”. No es un amor sedentario, estático. Él está sentado como Señor, pero no permanece sentado. El amor es acción. Hay que ponerlo en movimiento. No se ama sólo con el corazón sino con los pies y con las manos. Hay que hacer el bien a los demás.
No hay que estar sentado esperando que vengan a pedirme…A veces supone una humillación. Hay que salir a las calles, a las plazas y decir ¿Quién me necesita?  Quien necesita mi tiempo, mi experiencia, mis cualidades, mi persona… El auténtico amor, ante una necesidad concreta, se convierte en donación. El que ama de verdad, ante un ignorante, se ofrece a enseñarle; ante un pobre necesitado, comparte su dinero; ante una persona sola, le ofrece su compañía; ante un hombre que no cree, le ofrece su fe.
En este día de Jueves Santo hay muchos hermanos y hermanas: médicos, enfermeros, militares, comerciantes, trasportistas, voluntarios etc. que salen de sus casas y, con mucho riesgo, se levantan para ir a atender a tantos enfermos con este virus maléfico y a cuantos vivimos encerrados en nuestras casas para que no nos falten los alimentos necesarios.  En este Jueves Santo en que las Iglesias están cerradas, se está realizando mejor que nunca el significado más profundo de este día: LA ACTITUD DE SERVICIO. No se puede celebrar el Lavatorio en las Iglesias, pero nunca ha habido tantas manos lavando pies enfermos, cansados y doloridos, en cualquier parte del mundo. Y mientras tanta gente buena lava los pies, nosotros, a las ocho de la tarde, sacamos nuestras manos para aplaudirles y agradecerles. Es el mejor modo que tenemos de “bendecirles” desde nuestros balcones.
“Se quitó el manto…”
Era signo de autoridad y de poder. Ciertamente que él es el Señor, pero quiere que, desde ahora, la autoridad sea un servicio humilde y desinteresado. Todo aquel que en la Iglesia va buscando fama, poder, prestigio…se equivoca. El papa Pablo VI, cuando visitó la Tierra Santa, le impresionó la gruta de Belén, donde nació Jesús. Y los que estaban cerca le oyeron decir: ¡Cuánto tiene que cambiar la Iglesia! Y la Iglesia no es sólo el Papa, los Obispos y los sacerdotes. Somos todos los fieles.
“Se ciñó la toalla”
Esto era algo inaudito. El lavar los pies era oficio propio de esclavos. Sabemos que el emperador Calígula, cuando quería humillar a un Senador lo mantenía, durante un banquete, con la toalla puesta.
“Echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies”.
San Pedro, que sabe lo que esto significa, protesta: ¿Lavarme los pies Tú a mí? Yo a ti sí…pero ¿tú a mí? Pero Jesús está dispuesto a hacerlo por encima de todo. “Si no lo hago tú no tendrás parte conmigo…” Dios de rodillas delante de unos hombres… ¡Qué dignidad la del hombre, de cada hombre, de todo hombre…
El hombre no vale por lo que tiene sino por lo que es, por el hecho de haber nacido.  El hombre no es un medio, siempre es un fin. Por eso nunca se le puede utilizar, instrumentalizar. El Concilio Vaticano II nos lo recordará con estas palabras: “Urge la obligación de acercarnos a todos y de servirles con eficacia: ya se trate de ese anciano abandonado, o de ese trabajador extranjero, o de ese desterrado, o de ese hijo ilegítimo que soporta el pecado que él no cometió, o de ese hambriento que recrimina nuestra conciencia recordando la palabra del Señor:” Cuantas veces hicisteis eso con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” ( Mt. 25,40)
La Iglesia ha tenido sus errores, pero seríamos totalmente injustos si no le reconociéramos sus enormes servicios en favor de la humanidad. Atiende lo que nadie quiere: ancianos, niños pobres y abandonados, enfermos del Sida, leprosos… La Iglesia ha entendido muy bien lo que Jesús quería decirnos en esta tarde anterior a su muerte….
Se puso a secar los pies.
No era necesario, pero es el detalle, el querer terminar la obra buena, el culminar… No podemos dejar las cosas a medio hacer, a medio acabar.  El bien hay que hacerlo bien…En la vida todo lo dejamos a medias, sin terminar, cuando lo que hacemos, lo hacemos sin amor.
          El médico deja las cosas a medio hacer cuando se limita a recetarnos medicinas… Tiene que querer a sus enfermos, tratarles con cariño. Aquello que antes llamábamos “médico de cabecera”. El que no sólo cura sino cuida. El que no sólo pone las gomas para auscultar el órgano del corazón sino sus latidos profundos, sus sentimientos más íntimos.
El maestro no debe limitarse a impartir unas clases y esperar el fin de semana o las vacaciones…  Tiene que querer a los niños. Y el niño es niño no sólo en la escuela sino también en la calle. Qué bonito cuando los niños se acercan a sus maestros a saludarles con cariño.
El sacerdote no se limita a hacer bien los actos del culto en la Iglesia. Tiene que querer al pueblo, a los feligreses y sentirse hermano entre hermanos… El sacerdote que, como dice el Papa Francisco, unas veces, va delante de las ovejas, otras en medio y también detrás. Delante porque siempre se adelanta cuando hay algún problema, o hace falta hacer algún servicio urgente. En medio, con olor a oveja, caminando con el pueblo en lo bueno y en lo malo: compartiendo el pan duro y amargo de los días de luto y también el pan blando y crujiente de los días de fiesta.  Y detrás porque siempre hay ovejas débiles que no pueden seguir al rebaño; ovejas recién paridas que tienen que cuidar a sus corderitos. El sacerdote, lejos de ser una carga para la comunidad, ayuda a llevar la carga de los demás.
Los hijos que atienden a sus padres ancianos por “obligación” por el qué dirán… entonces los padres se sienten que son estorbo y sólo piensan en morirse para no dar mal…Hay que hacerlo todo con cariño. Siempre recordaré las bonitas palabras del padre de un amigo sacerdote que iba todos los domingos a ver a su padre anciano, en silla de ruedas, cuidado por su hija y nietas: “La verdad que yo me moriría y no sería un estorbo para vosotros…pero ¡Me queréis tanto!…”
          Se pone de nuevo el manto. ¿Y la toalla? No se la quitó, se la dejó puesta… Es una actitud a la que la Iglesia no podrá nunca renunciar…
La que mejor puede resumirnos los sentimientos de esta hora es María, la hermana de Lázaro, estando Jesús en su casa en una comida tomó un frasco de perfume de gran valor y no lo derramó a cuentagotas sino que lo rompió del todo y lo derramó a los pies del Señor. Judas exclamó ¡Qué derroche! Para una persona que ama poco todo le parece mucho. Para una persona que, como María, ama mucho todo le parece demasiado poco. Lo que celebramos esta tarde es ese derroche de amor de Dios a nosotros.
Nosotros debemos también responder con un derroche de generosidad, dando un amor total e incondicional. Al estilo de Teresita de Jesús.

Amar a Dios es darse sin medida,
pues el amor salario no reclama;
yo te doy, sin contar, toda mi vida;
pues no sabe de cuentas el que ama.

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