miércoles, 3 de marzo de 2021

 


Canto de entrada 

. Saludo a la asamblea

Hermanas y hermanos, el amor y la paz de Jesucristo esté hoy, más que nunca, con todos vosotros.

 Palabras de introducción

Nos encontramos aquí para compartir el dolor por la muerte de nuestro hermano N. De una manera especial, hoy queremos estar a su lado, con los familiares y amigos más allegados a N., acompañando su tristeza. Pero a la vez, queremos también que este encuentro sea señal, afirmación, de esperanza. Y aunque a menudo esta esperanza es demasiado débil en nosotros, hoy queremos aumentar nuestra confianza en Dios, nuestro Padre, que ofrece la vida para siempre a todos sus hijos.

Encendido del cirio pascual  Encendemos, oh Cristo Jesús, esta llama, símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado; que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas y alumbre nuestro camino de esperanza, hasta que lleguemos a ti, oh claridad eterna, que vives y reinas, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos. Amén

 Colecta  Oremos . Padre, escucha en tu bondad nuestra oración por tu hijo N., a quien has llamado de este mundo. Llévalo junto a ti, al lugar de la luz y de la paz, para que viva en el gozo de tu amor, en la asamblea de tus santos. Por...

Lecturas de la Palabra de Dios

Escuchemos ahora lo que Dios quiere decirnos hoy. LaS lecturas que vamos a oír nos ayudará a reforzar nuestra esperanza. Dios nos promete que acogerá a todos los hombres. Dios promete su vida a todos. Escuchemos, pues, atentamente y mantengamos viva la confianza.

. Oración de los fieles 

 Ahora, juntos, oremos confiadamente a Dios, nuestro Padre, por nuestro hermano N. Respondemos a cada petición, diciendo: ESCÚCHANOS, PADRE.

1.  Para que Dios acoja a su hijo N. y lo llene del gozo y de la vida para siempre. OREMOS AL SEÑOR. 

2. Para que acepte todo el bien que hiciera en este mundo, y le perdone todo pecado. OREMOS AL SEÑOR. 

3. Para que reciba también en la felicidad de su Reino a todos los que han muerto. OREMOS AL SEÑOR. 

4.Para que dé consuelo y esperanza a todos los que sufren. OREMOS AL SEÑOR.

OFERTORIO

COMUNIÓN

Oración final a

 A tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestro hermano con la firme esperanza de que resucitará en el último día con todos los que han muerto en Cristo. Te damos gracias por todos los dones con que lo enriqueciste a lo largo de su vida; en ellos reconocemos un signo de tu amor y de la comunión de los santos. Dios de misericordia, acoge las oraciones que te presentamos por este hermano nuestro que acaba de dejarnos y ábrele las puertas de tu mansión. Y a sus familiares y amigos, y a todos nosotros, los que hemos quedado en este mundo, concédenos saber consolarnos con palabras de fe, hasta que también nos llegue el momento de volver a reunirnos con él, junto a ti, en el gozo de tu reino eterno. Por Jesucristo nuestro Señor.


Primera lectura: Aguardando la redención de nuestro cuerpo (Rom 8,18-21.23) [RE, Rito breve, 979].

Salmo responsorial: El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 22) [RE, Leccionario adultos, 1206-1207].

Evangelio: En la casa de mi Padre hay muchas estancias (Jn 14,1-3) [RE, Rito breve, 980].

Homilía: Al comenzar la celebración, se decía que, ante la muerte inesperada de JAVIER, todos nos sentimos afectados —parroquianos, convecinos, compañeros (de trabajo)...—. Pero vosotros, queridos familiares (esposa, padres, hermanos...), os encontráis abatidos, desconcertados.

En realidad, la muerte siempre nos conmueve y nos duele hasta los entresijos del ser, pero una muerte repentina, que corta de raíz tantas ilusiones y proyectos, una muerte que trunca de golpe una vida deestabilidad familiar y social, desborda todos nuestros esquemas, da al traste con nuestras seguridades y sacude los cimientos sobre los que basábamos la vida. Tanto trabajo, ¿para qué? Tanto esfuerzo, ¿para qué? Tantos planes y desvelos, ¿para qué?

Es entonces cuando nos topamos de bruces con una dimensión real de nuestra condición humana: la limitación, la fragilidad. Nuestros afanes, por sí solos, son incapaces de conseguir una vida perenne. Nuestras seguridades pueden quebrarse en cualquier momento con la fragilidad del cristal.

Es importante que en tales situaciones caigamos en la cuenta de nuestra condición humana limitada. Nos hace menos ilusos, más humildes, más humanos. Pero ello no ha de llevarnos a una actitud de conformismo derrotista: «iNo somos nada!», «iqué le vamos a hacer. Así es la vida!». Y menos aún a una frustrante visión religiosa: «iDios lo ha querido!», «iconformidad!». Ni lo primero es humano, ni lo segundo es cristiano.

Aceptar la limitación de nuestro ser no significa en modo alguno renunciar a nuestras ansias de vivir ni a nuestros afanes de superación. Al contrario, debe llevarnos a trabajar lo indecible para que la calidad de vida mejore, para que nuestra familia y las de los demás mejoren, para que las condiciones de trabajo (tráfico) mejoren (y no den lugar a accidentes absurdos y, menos aún, evitables). Pero hemos de hacerlo poniendo el acento en lo primordial: que todo ello nos permita crecer como personas y facilite la convivencia de unos con otros. Es más: ni la muerte podrá romper esta cadena de intentos y esfuerzos. Aunque parezcan derrumbarse nuestros planes —como en la muerte de N.— siempre vendrá detrás quien continúe el empeño.

Es esta una primera llamada de ánimo para cuantos lloramos la pérdida irreparable de un ser querido. No nos ha dado tiempo ni a despedirnos, pero en nuestras manos está el que su obra no se pierda, el que la continuemos nosotros. Tantos desvelos, tantos detalles de bondad, tantos aspectos positivos que a buen seguro recordamos y echamos en falta, debemos proseguirlos nosotros. De esta forma, el recuerdo hacia quienes se nos van es una manera de mantenerlos presentes y vivos entre nosotros, formando parte de esa cadena que empuja el mundo hacia adelante.

San Pablo lo expresaba diciendo que «la creación expectante fue sometida a la frustración... pero con la esperanza de que se ha de ver liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios». Y aquí, el apóstol da un paso fundamental para los creyentes. Porque a él —y os digo la verdad, a mí, y pienso que a la mayor parte de vosotros— no nos basta con la idea de que los que mueren continúan presentes pero «diluidos» en la obra de la creación, algo así como un azucarillo en el agua. Es hermoso, pero no nos basta. Por eso, san Pablo añade: «Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención gloriosa de nuestro cuerpo». Eso es: presentes como personas plenas en ese mundo de plenitud.

Este paso, queridos amigos, no lo podemos dar nosotros solos, dada nuestra limitación. Ese paso sólo puede darlo Dios, el Dios de la vida. Y ese paso ya lo, ha dado Dios: es el paso, la pascua, de la muerte a la resurrección de Jesucristo el Señor. Y lo más grande, hermanos, es que ese paso no lo ha dado él solo: lleva cogida de la mano a la humanidad entera, a todos y cada uno de nosotros.

Por eso decíamos que el creyente cristiano no puede adoptar,una actitud derrotista. Dios no quiere la muerte. El quiere la vida. Y porque quiere la vida, sale a nuestro paso cuando nuestra frágil condición parece hacernos añicos con la muerte. Como a su Hijo Jesús, también a nosotros nos rescata y nos lleva a la vida de los hijos de Dios.

Hermanos: rotos y doloridos como nos encontramos por la muerte de N., celebramos en esta eucaristía la pascua del Señor, el paso de la muerte a la vida. Escuchemos esperanzados a Cristo en el evangelio: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias... volveré y os llevaré conmigo». Y oremos con el salmo que a buen seguro habrá proclamado ya nuestro hermano (nuestra hermana) N.: «El Señor es mi pastor, nada me falta. Aunque pase por valles oscuros, nada temo porque tú vas conmigo. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin fin». Amén.


Agradecimiento de la familia: En este duro golpe que estamos sufriendo, vuestra cercanía nos sirve de apoyo. Gracias. Gracias especialmente por vuestra presencia en esta celebración que ha sido un poco como el adiós que no pudimos dar a N. al irse tan deprisa. Ha sido una despedida multitudinaria y hermosa y, sobre todo, llena de esperanza. Adiós, N., ihasta que nos encontremos en Dios!

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