1.-Oración introductoria.
Señor, permite que hoy una mi oración a la tuya y diga contigo al Padre: ¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por este momento que me concedes para dialogar contigo! ¡Gracias, porque me revelas los misterios de tu Reino! ¡Gracias porque te manifiestas a los pobres y sencillos!. Te amo, Señor. Ayúdame a ser hoy sencillo, manso y humilde de corazón.
2.- Lectura del evangelio. Lucas 10, 21-24
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión.
Tenemos en este texto una preciosa oración de Jesús que debe servirnos de modelo para toda oración cristiana. Jesús comienza dando gracias a Dios, su Padre. De esta manera se sale de nuestro círculo de “eternos pedigüeños”. Sólo sabemos pedir. Jesús alaba, bendice, glorifica al Padre. Es una manera elegante de darle a Dios un sí sonoro, rotundo, de todo corazón. Después continúa diciendo: “Padre, Señor de cielo y tierra”. Y al llamarle “Abbá” nos habla de la intimidad que tiene con Dios. Por la fuerza del Espíritu, Jesús goza de una abrasadora cercanía con Dios. Su Padre es su casa, su hogar, su mundo y en el corazón de ese Padre lleva la más feliz y fecunda de todas las vidas. Su gran gozo es poder comunicar esa misma vida a los hombres. Pero no todos la pueden recibir: hace falta abrir el corazón, como lo hizo María, a la humildad, a la sencillez, a la confianza ilimitada. “Señor de cielo y tierra”. La confianza plena en Dios se compagina plenamente con el sentido de poder y de grandeza. De ahí brota la veneración, la alabanza, la adoración. Lo expresa muy bien el salmo 5 que Jesús tantas veces recitó: “Pero yo por tu gran bondad, entraré en tu casa; me postraré ante tu templo santo, con toda reverencia”. “La confianza y la reverencia son los dos grandes pilares de la oración cristiana”,
Palabra del Papa
“Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación.» (Papa Francisco, Mensaje del santo padre Francisco para la 88ª Jornada Mundial de las Misiones 2014)
4.- Qué me dice ahora a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)
5.-Propósito. Hoy, en un momento del día, le daré gracias a Dios por no ser rico, ni grande, ni poderoso.
6.- Dos me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, la auténtica vida de oración es aquella que me lleva a conocerte, amarte, seguirte e imitarte. ¡Qué gran privilegio! ¡Qué inmensa alegría! Hoy te pido la sabiduría del pobre: ayúdame a aceptar, con la sencillez de un niño, lo que quieres de mí. Sólo quiero crecer en mi amistad contigo y eso significa que necesito una confianza inquebrantable en tu infinito amor de Padre.
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