En los malos momentos de nuestras vidas, cuando estemos en peligro, o nos encontremos desanimados para seguir luchando por ser mejores, acudamos a María. Con plena confianza. Como hijos suyos que somos. Una madre nunca abandona a sus hijos. María nunca nos apartará de su lado. Ni cerrará sus oídos a nuestras peticiones. Al contrario, nos acogerá siempre. Nos oirá, aunque la aburramos con nuestras repeticiones. Nos devolverá la alegría cuando estemos triste. Nos animará a seguir caminando. Nos iluminará en este camino por el que vamos andando hacia la meta. Es nuestra madre y protectora.
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