La diez claves de
Samaritanus bonus
«El valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico. Así como no se puede aceptar que otro hombre sea nuestro esclavo, aunque nos lo pidiese, igualmente no se puede elegir directamente atentar contra la vida de un ser humano, aunque este lo pida». Este valor no desaparece en los estados vegetativos y de mínima conciencia. Si se respira autónomamente, estos no son «un signo de que el enfermo haya cesado de ser persona humana con toda la dignidad que le es propia».
«La eutanasia es un acto intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia». Del mismo modo, «ayudar al suicida es una colaboración indebida a un acto ilícito». Esta valoración no cambia «aunque en casos de ese género la responsabilidad personal pueda estar disminuida o incluso no existir». La defensa de la dignidad en el morir excluye tanto estas prácticas como el «ensañamiento terapéutico», por el cual se retrasa «artificialmente la muerte, sin que el paciente reciba en tales casos un beneficio real».
«No es lícito suspender los cuidados que sean eficaces para sostener las funciones fisiológicas esenciales» (hidratación, nutrición, termorregulación, ayudas proporcionadas a la respiración…) «mientras el organismo sea capaz de beneficiarse» de ellas. Esto se ha hecho en numerosos casos en los últimos años, retirando cuidados básicos «a pacientes en condiciones críticas, pero no terminales».
La sedación es lícita «como parte de los cuidados que se ofrecen al paciente, de tal manera que el final de la vida acontezca con la máxima paz posible y en las mejores condiciones interiores. Esto es verdad también en el caso de tratamientos que anticipan el momento de la muerte», pero se debe excluir cuando «su objetivo directo» sea matar. «Es bueno cuidar la preparación espiritual del enfermo» para este momento.
«Toda cooperación formal o material inmediata» a la eutanasia o el suicidio «es un pecado grave contra la vida humana». Por eso debe ejercerse (y los estados reconocer) la objeción de conciencia. «Donde esta no esté reconocida, se puede llegar a la situación de deber desobedecer a la ley». En este ámbito se incluye, para las instituciones sanitarias católicas, la negativa a colaborar «con otras estructuras hospitalarias hacia las que orientar y dirigir a las personas que piden la eutanasia».
Elegir y pedir una acción «gravemente inmoral» como la eutanasia o el suicidio asistido es «una manifiesta no-disposición» para los sacramentos de la Penitencia, la Unción de enfermos y la Eucaristía. Por tanto, aunque «no implica un juicio sobre la culpa», impide recibirlos hasta que el paciente haya «modificado su decisión» y haga propósito de anular las medidas tomadas. Incluso si esto no ocurre, la Iglesia debe ofrecer ayuda, escucha y cercanía «que invite siempre a la conversión» y estar atenta para descubrirla si se da. «Sin embargo, no es admisible» que los acompañantes espirituales estén presentes cuando se realicen estas prácticas, pues puede «ser interpretado como una aprobación».
El cuidado de la vida es «la primera responsabilidad» del médico, y «no puede reducirse a la capacidad de curar». La ética del cuidado se fundamenta en la «vulnerabilidad» y «fragilidad» del hombre, que es de forma conjunta «cuerpo, material y temporalmente finito, y alma, deseo de infinito y destinada a la eternidad». Esto «revela tanto nuestra dependencia de los bienes materiales y de la ayuda reciproca de los hombres, como nuestra relación originaria y profunda con Dios».
La medicina paliativa es «un instrumento precioso e irrenunciable para acompañar al paciente» no solo al final de la vida, sino en todas las fases dolorosas y penosas de la enfermedad, particularmente en las dolencias crónicas y degenerativas. Sin embargo, deben rechazarse las legislaciones que incluyen en esta especialidad «la asistencia médica a la muerte». También es necesario asumir que «la técnica no da una respuesta radical al sufrimiento» y que «los cuidados paliativos no bastan si no existe alguien que está junto al enfermo». Por ello deben incluir «la asistencia espiritual al enfermo» y a sus parientes y reconocer el papel central de la familia, que debe contar con «la ayuda y los medios adecuados».
«Todo enfermo tiene necesidad no solo de ser escuchado, sino de comprender que el propio interlocutor sabe qué significa sentirse solo, abandonado, angustiado». Por eso, es una gran ayuda «volver la mirada a Cristo» y a su cruz, en la que «están concentrados y resumidos todos los males y sufrimientos del mundo»: físico, psicológico, moral y espiritual.
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