La mies es mucha y los obreros pocos
1.- Oración introductoria.
Hoy, Señor, vengo a la oración para que “desenmascares” mi vida. Me doy cuenta de que puedo contarme en el número inmenso de fariseos y escribas que vivían bien a costa de la religión. Estaban contentos bebiendo en odres viejos, sin aportar nada del “nuevo vino” traído por Jesús. Te pido, Señor, que cambies mi vida, que me conviertas al evangelio, que me embriagues con el vino nuevo de tu salvación.
2.- Lectura reposada del evangelio. Lucas 10, 1-12
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: «Paz a esta casa.» Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: «El Reino de Dios está cerca de vosotros.» En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: «Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca.» Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad.
Palabra del Señor
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión.
El envío de los 72 discípulos nos está diciendo con toda claridad que la misión en la Iglesia no es privativa de los “doce apóstoles” sino de todos los fieles. Es lo que nos propone San Mateo al final de su evangelio: “Id y haced discípulos a todos pueblos” (Mt. 28,19). Uno no se hace discípulo del Señor por el hecho de haber sido bautizado. Uno no se hace cristiano para disfrutar del privilegio de serlo. Uno se hace cristiano para transmitir a otros lo que ha vivido y experimentado en el seguimiento de Jesús. Los envía a las ciudades “donde iba a ir Él”. Jesús nos envía por delante, pero no nos abandona. Es posible que cometamos errores, que no hagamos bien las cosas. Detrás de nosotros vendrá Jesús a arreglar las cosas que hemos hecho mal. Lo importante es vivir lo que predicamos. “La mies es mucha y los obreros pocos”.
En tiempo de Jesús, los que se dedicaban a manejar la Biblia y explicarla al pueblo se podían contar por millares. ¿Por qué dice Jesús que eran pocos? Esos escribas y fariseos no le interesaban a Jesús. No aportaban nada interesante. Jesús necesita “savia nueva” hombres y mujeres que viven entusiasmados por la causa de Jesús; personas que han experimentado “el gozo del evangelio” y quieren contagiarlo a los demás. Hoy día sobramos curas, monjas y seglares pasivos, anodinos, aburguesados, sin capacidad de novedad y de sorpresa. No es cuestión de cantidad sino de calidad.
Palabra del Papa
Jesús envía a setenta y dos discípulos a la gran mies que es el mundo, invitándoles a rezar para que el Señor de la mies, mande obreros a su mies; pero no les envía con medios potentes sino «como corderos en medio de lobos», sin bolsa ni cayado, ni sandalias. San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías, comenta: “Siempre que seamos corderos, venceremos y aunque estemos rodeados de muchos lobos, conseguiremos superarlos. Pero si nos convertimos en lobos, seremos derrotados, porque nos faltará la ayuda del Pastor”. Los cristianos no deben ceder nunca a la tentación de convertirse en lobos entre lobos; el reino de paz de Cristo no se extiende con el poder, con la fuerza, con la violencia sino con el don de uno mismo, con el amor llevado al extremo, también a los enemigos. Jesús no vence al mundo con la fuerza de las armas, sino con la fuerza de la Cruz, que es la verdadera garantía de la victoria. Y esto tiene como consecuencia para quien quiere ser discípulo del Señor, su enviado, el estar preparado para la pasión y para el martirio, para perder la propia vida por Él, para que en el mundo triunfe el bien, el amor, la paz. Esta es la condición para poder decir, entrando en toda realidad: «Paz a esta casa». Benedicto XVI, 26 de octubre de 2011.
4.- Qué me dice hoy a mí este evangelio que acabo de meditar. (Guardo silencio).
5.-Propósito: Pensar seriamente si la sal que hay en mí se ha vuelto sosa. Si es así, ¿qué sentido tiene seguir viviendo de esta manera?
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Gracias, Señor, por este rato de oración que he pasado contigo. Gracias porque cuentas conmigo y me mandas a llevar tu evangelio allá donde todavía no es conocido. Haz que cada día me alimente de tu pan; sacie mi sed con el agua de tu fuente; beba del vino de la Eucaristía y sea luz y sal en este mundo apagado y aburrido.
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