El 2 de noviembre, la Iglesia vive un día de profundo amor y memoria:
el Día de los Fieles Difuntos.
No es una fiesta de miedo, ni un culto a la muerte.
Es un acto de esperanza, caridad y fe en la vida eterna.
La Iglesia reza por las almas que han partido porque creemos en la comunión de los santos,
en el perdón de los pecados,
y en la misericordia de Dios que purifica para el Cielo.
El amor verdadero no termina en la tumba.
La oración rompe la distancia.
Y los que amamos no están muertos: esperan la eternidad.
🕯️ “Nada es más dulce para las almas que sufren que la oración de los vivos.” – San Agustín
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