martes, 21 de septiembre de 2021

EL MANANTIAL DE LA VIDA. EVANGELIO, 21 DE SEPTIEMBRE. SAN MATEO

 San Mateo, Apóstol y Evangelista.

Misericordia quiero, y no sacrificio.

1.- Oración introductoria.

Señor, hoy quiero ir a la oración con los ojos limpios, sin prejuicios. Los fariseos y judíos de entonces no podían ver con buenos ojos a los que colaboraban con los romanos en la recaudación de los impuestos.  Eran considerados como enemigos del pueblo y ladrones. Tú, Jesús, conocías todo eso, pero sabías    mirar a las personas por dentro, por encima de las circunstancias y de los cargos que representaban.  Para Ti, todos somos hijos de Dios.

2.- Lectura reposada del evangelio Mateo 9, 9-13

Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

3.- Qué me dice el texto.

Meditación-reflexión.

¡Qué bonitas estas palabras del evangelio!: “Vio Jesús a un hombre”. Lo que explica todo en los relatos de vocación es “la mirada de Jesús”. Es muy difícil decir no a Jesús después de mirarte. Es una mirada cariñosa, penetrante, limpia, sin prejuicios. Es una mirada de amor que penetra, seduce, cautiva. Lo que ve Jesús es “la persona”. No ve ni le interesa ver las circunstancias de esta persona. Ni siquiera le importan sus pecados. La mirada de Jesús nunca se detiene en el pasado de esa persona. Es una mirada creativa, le interesa lo que puede ser, lo que esa persona está llamada a ser. Es curioso que aquel hombre, llamado Mateo, “estaba sentado”. Estaba anclado en su trabajo, feliz con su trabajo, bastante rentable, por cierto. Y, con sólo mirarle Jesús, “se levantó y le siguió”. Sólo la mirada de Jesús nos puede levantar de nuestros pecados, de nuestras frustraciones, de nuestra pasividad, de nuestra pereza. ¡Si supiéramos dejarnos mirar por Jesús!… Lo primero que hace Mateo es “invitarle a comer”. Necesita celebrar ese encuentro, darle gracias, por haberse fijado en él a pesar de ser corrupto y colaboracionista de los romanos. Jesús no le ha recriminado nada, no le ha tenido en cuenta su pasado, y ha tenido la delicadeza de llamarlo para ser su apóstol. Los fariseos protestan. Jesús les dice que ha venido a curar a los enfermos y perdonar a los pecadores. Y este “colaborador de los romanos” hasta ahora, desde aquí en adelante, va a ser mi propio colaborador, mi apóstol, mi amigo, mi confidente.  

Palabra del Papa

“Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de «publicanos y pecadores», de «publicanos y prostitutas». Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia: sólo aman a los que les aman y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como «jefe de publicanos, y rico», mientras que la opinión popular los tenía por «hombres ladrones, injustos, adúlteros». Ante estas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: «No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». Benedicto XVI, 30 de agosto de 2006.

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.-Propósito. Buscar un poco de tiempo para agradecer el día en que Jesús me miró.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Jesús, por haberme llamado. Gracias porque, estando sentado en el sillón de mi comodidad, de mi frivolidad, de mi pereza, has sido capaz de levantarme.  ¿Qué hubiera sido de mi vida sin tu mirada? Tu mirada me ha hecho bondadoso, amable, responsable, solidario. Yo soy lo que soy por el milagro de tu mirada.

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