viernes, 24 de enero de 2020

EL MANANTIAL DE LA VIDA. FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO.(25 de Enero)


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1.- Oración introductoria.
Señor, en la fiesta de la conversión de San Pablo, dame la gracia de experimentar, como el Apóstol, la alegría de la verdadera fe. A Pablo no le hizo feliz el cumplimiento exacto y riguroso de las leyes de los fariseos. A Pablo le hizo feliz una persona, la persona de Jesús. Haz, Señor, que hoy me encuentre vivencialmente contigo y, como San Pablo, pueda también decir: “Ya no vivo yo. Es Cristo quien vive en mí”.
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2.- Lectura reposada del evangelio: Marcos 16, 15-18
En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.
LECTIO DIVINA DE HOY
3.- Qué dice el texto bíblico.
Meditación-reflexión
Hoy día la Iglesia celebra con júbilo la conversión de San Pablo. Para la Iglesia es mucho más importante este milagro interior del corazón de Pablo que  otros milagros externos.  Y nosotros debemos dar cada día más importancia a lo que Dios hace en el corazón de cada uno que a las apariciones externas, que tanto nos gustan. El supremo don para nosotros es el Espíritu Santo. San Pablo, tanto se dejó trabajar por el Espíritu que, al final, ni él mismo se conocía. “Vivo, pero ya no soy yo” (Gal. 2,20). Lo más importante de Pablo es que ha sabido colocar a Cristo en el Centro: en el centro del Cosmos, en el centro de la Iglesia, en el centro del mundo, en el mismo corazón del Padre. Viene a decirnos: o Cristo está en el centro o no está en ninguna parte. Para un cristiano, Cristo no es un paralelo, sino un meridiano que atraviesa todos los paralelos de su existencia.
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Palabra  del Papa.
Jesús lo dijo a los discípulos de ayer y nos lo dice a nosotros: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se vive solamente dándola, dándose…Jesús los envía a todas las naciones. A todas las gentes. Y en ese “todos” de hace dos mil años estábamos también nosotros. Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje y su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta derrotada, sucia, destruida. A «todos» dijo Jesús, a todos, vayan y anuncien; a toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese, vayan y abracen en mi nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón. (Homilía de S.S. Francisco, 23 de septiembre de 2015).
4.- Que me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)
5.-Propósito: Pedir al Espíritu Santo que me convierta, que me vaya transformando poco a poco en Jesús.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, cuando pienso en el Apóstol Pablo, siento vergüenza al comparar su vida con la mía.  En él no hay un “sí” y un “no” sino que después de haberse encontrado contigo sólo hay un sí, un sí total a Dios y a los hermanos. Lo que predicaba era la glosa de su vida. Y por eso convencía. Dame, Señor, el fuego que ardía en el corazón de Pablo.

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